#InPerfecciones
Mi libertad se volvió mi bandera y por lo tanto, aquello que debía proteger y conservar a toda costa. La soltería se convirtió en la fuente de mi poder, y el desapego se volvió mi estandarte.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Hace poco terminé el libro “Mujeres que ya no sufren por amor”, de Coral Herrera. Le traía ganas desde hace tiempo porque varias amigas me lo habían recomendado, y la verdad es que la principal razón que me motivó a leerlo fue el título, pues me identifiqué con él como si fuera una promesa, una garantía: dejar de sufrir por amor.
El título evocó en mí el deseo de deshacerme de la búsqueda del amor en mi vida. Conecté con esa promesa desde mi intención ingenua de creer que desprenderme de la necesidad del amor era la máxima aspiración feminista, la perfecta y más congruente postura política que podía ejercer. ¿Dejar de sufrir por amor? Si, por favor.
Como contexto, el momento que transitaba cuando compré el libro fue una etapa en la que me encontraba lidiando con una batalla interna respecto a la idea del amor. Diciembre 2022: estaba en proceso de des-enculamiento con alguien que había conocido en un viaje el mes anterior. Me había emocionado con la idea de que algo pudiera darse con él, y había pasado algunas semanas en el vaivén de adivinar su interés por mí en las más mínimas acciones de acercamiento que llegaba a tener conmigo.
La verdad es que después de un mes de leer entre líneas sus mensajes cortantes, intentar encontrar significados ocultos en sus historias de Instagram, y exprimir alguna gota de intención de conexión genuina en nuestras interacciones… entendí que me estaba engañando a mí misma. Otra vez.
Ahí estaba de nuevo mi patrón autodestructivo, mi patrón inconsciente, cruel e inequívoco de autosabotaje: engancharme con personas que no están emocionalmente disponibles para vincularse conmigo. Un patrón que, gracias a la terapia, descubrí que se expresa de diferentes formas en diferentes casos: el vato que vive lejos y por lo tanto la cercanía física es difícil, el vato que acaba de salir de una relación larga y por lo tanto no desea generar lazos de compromiso, o el vato emocionalmente constipado, que no sabe gestionar ni expresar sus emociones y sentimientos por mí – ya sea atracción o desinterés.
En algún punto, mi psicóloga me dijo que el hecho de caer en este tipo de dinámicas no es una casualidad. Se trata de un patrón porque es una acción repetida cuyo propósito es confirmar una creencia inconsciente. Si te identificas con esto, puedes consultar mi columna: Romper los patrones.
Bien lo menciona Coral en su libro también: “El engaño forma parte del autoboicot, que es un arma para hacerse la guerra a una misma. Hacerse autoboicot es por ejemplo, enamorarse de personas que nunca se van a enamorar de ti o personas que no te convienen, o engancharse a relaciones que no van a ningún lado.”
En aquel momento mi capacidad emocional y mental solo pudo enfocarse en identificar mi patrón autodestructivo para poder señalarlo y reconocerlo cuando cayera en él. Pero me hacía falta lo más importante: encontrar y nombrar esa creencia inconsciente que dicho patrón reforzaba.
Pasé por muchas teorías: miedo al rechazo, miedo al abandono, miedo al compromiso, miedo a revivir el trauma de una ruptura dolorosa, miedo a la estabilidad, miedo a la insuficiencia, miedo a que me lastimen, y la peor… miedo a confirmar que soy mi peor versión estando en una relación. Que estar enamorada saca lo peor de mí, y por lo tanto me alejo de cualquier posibilidad de vinculación. El temor de que debajo de mi feminismo, y de la imagen de una morra deconstruida, inteligente y consciente que doy hacia afuera, por dentro no hay más que una morra tóxica que enloquece cuando se enamora. Una morra que destruye a las personas con quienes se relaciona, o se deja destruir y permite que le pasen por encima.
A partir de que empecé a adentrarme en el feminismo, y una vez que empecé a clavarme con el concepto de la autonomía emocional, aprendí a recargar mi seguridad y mi confianza en mi independencia. De manera que mi libertad se volvió mi bandera y por lo tanto, aquello que debía proteger y conservar a toda costa. La soltería se convirtió en la fuente de mi poder. El desapego se volvió mi estandarte.
Por un par de años, mi feminismo se consolidó en el rechazo, la renuncia y la rabia hacia la idea del amor. Las autoras, las teorías, e incluso las cuentas feministas de redes sociales que seguía en ese tiempo me hicieron despertar ante una realidad oculta: el amor es la herramienta del patriarcado en contra de las mujeres.
El amor es esa carta que el sistema nos ha jugado por siglos, justificando así la violencia, el abuso, la indiferencia, la desigualdad y la falta de cuidado de la sociedad hacia las mujeres, asegurando así cadenas de opresión y maltrato machista. En el nombre del amor, las mujeres hemos sido invisibilizadas, sometidas, violentadas y desplazadas. En el nombre del amor, las mujeres nos hemos acostumbrado a vivir como personas de segunda categoría. A causa del amor, las mujeres nos hemos quedado rezagadas. A causa del amor, las mujeres hemos perdido la posibilidad de vivir dignamente. El amor es la excusa, la droga y la mentira más grande fabricada en contra de las mujeres.
Darme cuenta de esto fue uno de los descubrimientos más reveladores y transgresores dentro de mi camino en el feminismo. Fue el balde de agua fría que no esperaba. Fue como la alarma que suena en medio de la madrugada y te despierta de golpe del sueño en el que te encontrabas. Darme cuenta de esto fue dejarme invadir por la indignación y la rabia y decir “¡No más! No seré parte de esta dinámica de poder y opresión en nuestra contra. No le daré al sistema el gusto de volver a verme envenenada y sumisa ante la droga del amor. ¡Renuncio al amor y sus efectos!”.
En fin. Cuando me di cuenta que había entrado en el mismo patrón de nuevo, y que en realidad me estaba engañando a mí misma con la idea de que este vato moría secretamente por mí… caí en la ola de emociones subsecuentes y ya familiares: decepción, tristeza, vergüenza, culpa, desilusión. Pero noté que algo cambió; en esta ocasión se sentía diferente.
El patrón dolió un poco más profundo. No por él, o porque nuestro vínculo imaginario hubiera sido particularmente importante. Dolió más porque me di cuenta de algo que me costaba mucho trabajo y orgullo admitir. Llevaba tres años diciendo que no tenía intención de entrar en ningún tipo de relación, que no me interesaba vincularme afectivamente con ninguna persona… y tal vez ese discurso no era del todo cierto.
En un ejercicio de autorreflexión, llegué a la conclusión de que la rabia y la indignación me duraron los dos primeros años de mi caminar feminista. La rabia y la indignación sirvieron el propósito de cuestionarme, confrontarme, analizar y entender muchas de las experiencias que viví en el pasado con mis anteriores parejas, vínculos y ligues. La rabia y la indignación fueron mi refugio, mi desfogue, y también una fuente de inspiración y creación para mis proyectos. Entendí que la rabia es normal, válida, y detonadora, pues puedo crear y construir desde su reivindicación.
Sin embargo, la verdad es que llevaba ya varios meses batallando con una dualidad incómoda e inesperada. Por un lado, seguía en la mentalidad de la soltería, la libertad, la independencia y la autonomía. Pero por el otro, sentía una profunda necesidad, deseo y curiosidad por conectar, compartir y querer de nuevo. Y la idea de admitirlo, no hacia el exterior, sino conmigo misma, me aterraba.
En los últimos meses había estado escuchando en repeat una canción de Vivir Quintana que sacudió el piso a mis pies, y a la fecha me sigue conmoviendo hasta el llanto cada vez que suena: Te Mereces Un Amor.
Y es que la canción me llegó tanto porque me picó justamente en la creencia aterrorizante de que como soy mi peor versión cuando estoy enamorada… no soy merecedora de amor. Escucharla por primera vez me cristalizó los ojos y me rompió un poco el corazón porque me enternecí de mí misma, pues caí en cuenta de la inseguridad, la cautela, la prevención y la desconfianza con la que había estado transitando mi vida en los últimos tres años, procurando no conectar con nadie a nivel afectivo no solo por incredulidad, sino por esa gran falta de sentido de merecimiento.
Te mereces un amor
Que conozca tus espinas
Y si el llanto y la inflación
Tocan a tu dirección
Tenga hierbas y aspirinas
Un amor valiente
tierno e insurgente
Un amor canario
revolucionario
Un querer constante
que arrulle cantante
Tus ojos de sol
Un amor sin dudas
que coma verduras
Un amor presente
que tire pa’l frente
Un amor de fuego
que no queme el cerro
al primer hervor.
Fue por ello que me llevé una sorpresa enorme al descubrir la verdadera tesis del libro de Coral. La primera mitad se enfoca en el desarrollo del concepto del amor romántico como la narrativa que el patriarcado ha usado en contra de las mujeres, y las consecuencias emocionales, mentales y sociales tan negativas que su ejercicio tiene en nosotras.
“Sufrir por amor tiene un coste altísimo. Nos daña la salud mental y emocional, nos baja la autoestima, nos roba las energías, nos aisla del mundo que nos rodea, nos aleja de nuestros proyectos vitales, hace sufrir a la gente que nos quiere, y nos mete en burbujas en las que nos olvidamos de lo verdaderamente importante”.
La segunda mitad, por el contrario, se enfoca en hacer una propuesta, una reforma y un nuevo método: la revolución de los afectos. La tesis de esta segunda parte descansa en la propuesta de que un orden social realmente igualitario y equitativo no se logrará únicamente con el desmantelamiento del amor romántico, sino con la transformación de raíz del concepto y la práctica del amor en sí, pues “las emociones, el sexo, los afectos, los cuidados y las tareas tomésticas ya no son asuntos que pertenecen a la privacidad. Son un tema social y político”.
Si bien la primera mitad del libro alimentó y satisfizo mi rabia y mi indignación, la segunda parte resonó en la secreta, culposa e inexplorada necesidad de afecto y conexión que había estado transitando en mí durante tantos meses.
“La energía del amor es poderosa: hay que repartirla, no reducirla a una sola persona, y tiene que llegarte a ti también, porque el amor hacia una misma es la base de toda la relación de una con el mundo en el que vivimos.”
Esto era lo que necesitaba leer. Lo que necesitaba descubrir. Lo que necesitaba afirmar. Mis sospechas eran ciertas… no podemos renunciar al amor, ¡no podemos vivir sin conexión! Lo que sí podemos hacer es transformar la idea del amor con la que crecimos, resignificar su importancia en nuestra vida y descentralizar el afecto para diversificarlo y abrazarlo en sus distintas expresiones. Podemos aprender a reconocer que amar empieza por reconocer que merecemos ser amades, y confiar en nuestra capacidad de dar amor a montones también. Podemos aprender a vivir de manera amorosa. Podemos caminar el mundo con amor. Podemos aprender que buscar el amor es válido, bonito y necesario. Podemos vivir amando y amar la vida. Podemos amar a mares.
#Inperfecta
Ilustración de Constanza Goeppinger