Editorial

Herencias de nuestras ancestras

#InPerfecciones
Esta historia me conmovió porque con ella me di cuenta de la conexión y el lazo invisible pero poderoso entre las mujeres de mi familia.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad 
k28soledad@gmail.com

 

Desde pequeña desarrollé un vínculo especial con mi abuela materna -Julia-, y a lo largo de toda mi vida ella me ha dicho que siente conmigo una confianza especial. Incluso cuando me regaña termina diciendo que lo hace porque siente esa confianza de decirme las cosas de frente y directas. Hace poco también me confesó que ve mucho de ella en mí.

 

Esto útlimo ya lo había escuchado antes de otras personas en mi familia, quienes en ocasiones me dijeron que tenemos el mismo carácter difícil. Por eso durante varios años me molestó que me compararan con ella. No fue sino hasta hace poco que reflexioné que ese juicio de tener un carácter difícil es en realidad la incomodidad que causamos las mujeres cuando somos honestas, fuertes, y valientes. Parecerme a mi abuelita es uno de los mejores halagos que he recibido.

 

Cada vez que me mudo a un lugar nuevo mi abuelita me visita para conocerlo, y como esto se ha repetido en tres ocasiones durante los últimos tres años, me siento cómoda llamándolo un ritual. Uno en el que comemos juntas, vemos una película, platicamos de la vida y me da su bendición para empezar un nuevo ciclo. Ese día fue particularmente especial porque nos acompañó mi mamá.

 

Mi abuelita siempre me ha chuleado mis plantas. Dice que, como ella, tengo buena mano y que mi energía las contagia de vida y las mantiene bonitas. Sentadas en la sala y rodeadas de mis plantitas, mi abuelita me preguntó por una amoena que adorna uno de los flancos de mi mueble de televisión. Le platiqué que mi mamá había plantado en esa maceta tres varas de una planta que ella tiene en su casa. Mi abuelita sonrió y como si mi mamá le leyera la mente, dijo “Sí, mami, es de la misma planta que tú me diste a mí”.

 

Confundida, les pregunté a qué se referían. “La vara de amoena que yo te di es hija de mi planta, que a su vez es hija de una amoena que tu abuelita tuvo hace 35 años”, me explicó mi mamá. “Fue la primera planta que compré cuando nos mudamos a la casa de Ecatepec, la casa que pudimos comprar después de rentar por muchos años”, complementó mi abue.

 

Mi mente explotó mientras mi abuelita seguía contándome la historia de su amoena. Como era una planta frondosa, a medida que crecía mi abuelita le cortaba algunas varas para regalarlas entre sus hermanas, sus sobrinas, sus tías y sus hijas. Es decir, no es solo que mi planta tiene un linaje que desciende desde hace 35 años, sino que se desprende de toda una familia de plantitas dispersas entre generaciones.

 

La historia de mi abuelita y su amoena me conmovió porque con ella me di cuenta de la conexión y el lazo invisible pero poderoso entre las mujeres de mi familia, y lo bello que es compartir un vínculo a partir de algo tan real y tan vivo como una planta. Algo que como la sabiduría, los consejos y las mismas historias, se heredan de generación a generación.

 

Esta historia me despertó la curiosidad por adentrarme en el árbol genealógico de mi familia y trazar lazos que me lleven a las raíces de mis ancestras. ¿De dónde vienen? ¿A qué se dedicaban? ¿Quiénes eran antes de casarse? ¿Qué aprendieron de las mujeres que las antecedieron? También encontré una motivación tierna y genuina por reconectar y formar vínculos más fuertes con mis primas, mis tías y mis sobrinas. Finalmente, esa tarde creció en mí el interés por pasar más tiempo y escuchar más historias de aquellas dos mujeres que sentadas en mi sala, platicaban de plantitas, películas viejas y nuevos comienzos.

 

#InPerfecta