Editorial

El número en la báscula

#InPerfecciones
Desde hace un año y medio mantengo el mismo peso, y cada hamburguesa, cada malteada y cada galleta me provocan una culpa profunda y un pánico ridículo.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

A los 14 años encontré en mi casa un libro que le dejaron leer a mi hermano en la secundaria: “Melany. Historia de una anoréxica”. Supongo que para la maestra de mi hermano, el objetivo de la lectura era que los alumnos supieran las consecuencias de los desórdenes alimenticios, pero recuerdo que para mí, el libro se convirtió en un instructivo con recomendaciones efectivas para bajar de peso.

 

“El pollo y las habichuelas se veían desolados en mi plato… de manera que para hacer parecer que estaba más lleno, pasé varios minutos disponiendo con sumo cuidado mi cena. Eso me ayudó a olvidar la mucha hambre que tenía y a no fijarme en lo mucho que comía Katy. Un bocado de pollo, luego una habichuela, masticando muy despacio, bocado tras bocado”. 

 

Nunca llegué al grado de la anorexia, pues el hambre siempre me ganaba y terminé por abandonar los métodos del libro. Pero la insatisfacción con mi cuerpo y la idea de sentirme gorda se quedaron conmigo, y aunque veo que cada vez se habla más de conceptos como body positive, salud en todas las tallas y amor propio, todas las mañanas me subo a mi báscula con la sospecha y el miedo de haber subido de peso.

 

El mayor conflicto dentro de esta lucha diaria es la percepción distorsionada que tengo de mí misma. No habito un cuerpo grande, pero tampoco soy muy flaca. Cuando hago algún comentario refiriéndome a mi peso, generalmente las personas me responden “¡Pero si eres delgada!” y los fines de semana que visito a mi familia mi mamá siempre me recibe con un “Cada vez estás más flaca”. Pero la manera en que los demás me ven no encaja con la figura que yo miro en el espejo.

 

Esta obsesión con mi peso empezó hace un año y medio. La relación con mi ex novio tocaba su punto más bajo y yo veía venir la posibilidad de una ruptura. El día que me pidió darnos un tiempo, mi mundo, mi mente y mi cuerpo se vinieron abajo encogiéndose y en el lapso de un mes, bajé diez kilos.

 

A pesar de sentirme mental, emocional y físicamente marchita, un pensamiento lúgubre me mantenía animada: lo único bueno que salió de esto es que bajé de peso. En las semanas que siguieron a la ruptura, mis amigos y mi familia me decían que estaban preocupados por mí, pues me veían muy delgada. Sin embargo, lejos de preocuparme yo también, sus comentarios me halagaban.

 

Aunque mi doctora me pidió subir al menos cinco kilos para mejorar mi estado de salud, me prometí no “engordar” de nuevo, por lo que decidí trabajar el doble en los demás aspectos de mi vida que me ayudaran a recuperarme sin tener que subir esos cinco kilos.

 

Me encantaría decir que soy de esas morras que pueden comer sin engordar y que disfruto sin culpa cada rebanada de pastel y cada pedazo de pizza, pero no es así. Desde hace un año y medio mantengo el mismo peso, y cada hamburguesa, cada malteada y cada galleta me provocan una culpa profunda y un pánico ridículo.

 

Me encantaría decir que el amor propio es soltar la necesidad de pesarme todos los días, verme al espejo y sonreír, aceptarme como soy e incluso dejar que mi cuerpo tome la forma y el tamaño que más le acomode, pero no es así.

 

En realidad se trata de un proceso largo, doloroso e incierto que atravesamos muchas mujeres que crecimos con la idea de que nuestro valor depende del número en la báscula. Es difícil desaprender ideas que nos marcaron la vida y nos obligaron a seguir dietas, morirnos de hambre, usar fajas, golpearnos el estómago, matarnos en el gimnasio, tomar pastillas, y provocarnos el vómito,.

 

A tí que me lees y que sientes la misma presión, el mismo miedo y la misma inseguridad por tu cuerpo; que te pesas cada mañana y que te persiguen la culpa y el pánico, solo me queda decirte que no estás sola. Hay heridas que siguen doliendo y luchas que seguimos enfrentando todos los días, pero acompañándonos en ellas podemos encontrar un poquito de consuelo, un poquito de empatía y un poquito de respuestas.

 

Fotografía de peaches_n_positivity

 

#InPerfecto