#InPerfecciones
A lo largo de la historia, los sabios han ido transmitiendo, de generación en generación, todo un legado de conocimiento y experiencia que ha quedado inmortalizado a través de los textos sapienciales.
Centro Sophia, Catalia Simonet
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A lo largo de la historia, los sabios han ido transmitiendo, de generación en generación, todo un legado de conocimiento y experiencia que ha quedado inmortalizado a través de los textos sapienciales.
Uno de estos tesoros es un libro muy antiguo que ha servido y sigue sirviendo de inspiración para todos aquellos que se acercan a él en busca de consejo y palabras de sabiduría. Se trata del I Ching, un libro escrito en China en una época mítica indeterminada y que algunos ubican alrededor del 2800 a.C. Sin embargo, lo más importante de él no es su origen, sino la impresionante repercusión que ha tenido desde entonces.
Filósofos de la talla de Lao Tsé y Confucio han basado su pensamiento en él y diferentes personajes lo han ido ampliando de manera que lo han convertido en un libro peculiar. Un libro vivo que ha ido creciendo en la medida que todas estas aportaciones han permitido desentrañar su significado velado en gran parte debido a su lenguaje críptico y repleto de metáforas.
Otra cualidad que le distingue de otros textos de su naturaleza es su doble función. Por un lado, como libro oracular y, por otro, como libro de sabiduría propiamente dicho, que nutre a todo aquel que lo consulta sin más finalidad que aportar enseñanzas acerca del pensamiento oriental chino.
En Occidente tuvimos acceso a él gracias a un sinólogo, Richard Wilhelm, personaje religioso de finales del siglo XIX y principios del XX, de visión amplia y clara, que viajó a China y estableció contacto con la sabiduría oriental a través de su relación con un maestro llamado Lau Nai Süan. Los dos emprendieron, no sin grandes vicisitudes, la traducción del I Ching a Occidente para, de este modo, crear un puente entre la civilización occidental y la oriental compartiendo sus tesoros.
La primera edición cuenta con un prólogo de C.G.Jung en la que según el psicólogo: «… el libro insiste en la necesidad de conocimiento de sí mismo. No está destinado a la gente inmadura y de mente frívola; tampoco es adecuado para intelectuales y racionalistas. Sólo es apropiado para gentes pensantes y reflexivas a quienes les place meditar sobre lo que hacen y lo que les ocurre…»
Y es que el libro es una invitación a indagar sobre nuestro propio carácter, actitud y motivaciones que nos impelen a las decisiones que tomamos para no dejarnos llevar por los acontecimientos sin rumbo. Es una exhortación a hacernos responsables de nuestras decisiones. Eso sí, teniendo la visión profunda de todas las circunstancias que están ligadas entre sí y afectan directa o indirectamente cada movimiento en el tablero de la vida.
Origen del libro
Cuentan que el mítico emperador Fu Shi contempló la creación del Universo, siendo testigo de la separación del Cielo y la Tierra. Como premio, los dioses le regalaron el «Ba gua»: los ocho trigramas que representan las ocho principales tendencias de la naturaleza en toda acción.
En el I Ching el acento se pone en la eterna transición entre estos ocho signos y su relación entre ellos. La mira está puesta, no en el ser de las cosas, sino en su constante tendencia al cambio.
Aquí se refleja la columna vertebral del pensamiento chino: la ley del cambio y la ley de la correspondencia. Todo en la Naturaleza está en constante cambio, todo fluye de la relación entre los elementos vivos que coexisten. Nada permanece intacto y sin variaciones para siempre. Pero este cambio no es caótico sino que se rige por unos patrones que tienen causa y efecto y que, a su vez, están sujetos a multitud de variables y ritmos diferentes.
Esta sincronicidad existente en el universo provoca una red de relaciones invisibles que conectan todas las cosas de una misma especie y que se ven afectadas cuando una de ellas cambia. Por ejemplo: si dos troncos, uno mojado y otro seco, se colocan en el fuego, éste evita el primero y enciende el segundo. Y es que todo en la naturaleza rechaza lo que es diferente y se atrae por lo que es similar. En el sonido ocurre lo mismo: una determinada nota provoca la activación de ese sonido en objetos cercanos que están en la misma vibración.
Es por ello que el pensamiento chino se basa en el «Li», el orden al afirmar que la identidad de una cosa depende de su posición y de su naturaleza.
Los ocho trigramas, metafóricamente hablando, están representados como el padre, la madre y los seis hijos. El padre representa lo creativo, la madre lo receptivo. Los tres hijos simbolizan el elemento movilizador en sus diversos estadios: el comienzo de algo, el fragor del movimiento y la consumación del movimiento. Las tres hijas representan el elemento de entrega y de abnegación hacia los cambios: primero una suave penetración a la acción, segundo la claridad y adaptación a la situación y, por último, la serena calma que surge de la total aceptación de la acción en cuestión.
En nuestro devenir podríamos establecer en todo momento estas ocho situaciones que nos posicionan en un determinado trigrama que de forma inexorable tiene tendencia a otro. El saber en cada período de nuestra vida en qué momento estamos nos permite sintonizarnos con la naturaleza y con las circunstancias para que, aplicando nuestras virtudes y nuestra sabiduría, podamos sacar siempre el mayor provecho de cada etapa y así superarla con experiencia y plenitud.
La no aceptación de esta realidad cambiante nos puede sumergir en la lucha contra lo inevitable y en la no aceptación de muchas cosas que nos ocurren y que hemos sido incapaces de prever simplemente por carecer de esta visión global y madura de la vida.
Estos ocho trigramas se combinaron entre sí y el resultado fueron los 64 hexagramas que amplían con más precisión las diferentes situaciones típicas en las que puede verse el ser humano.
La genialidad del libro es que, al revelar los signos las diferentes situaciones vitales en sus gérmenes, si estos se reconocen en el inicio de la acción se puede actuar de manera que la acción esté coronada por el éxito. Las explicaciones de las imágenes dictaminan de qué maneras se puede enfrentar la situación y qué consecuencias traerá cada una de ellas.
Ventura o desventura. Sería como escuchar un viejo amigo sabio que te expone la situación y te muestra a donde conducen cada una de las diferentes reacciones que podamos adoptar.
Y aquí es donde pasa de ser un libro oracular a ser un libro de sabiduría, pues el lector se implica y tiene la posibilidad de elegir de entre todas las opciones según su implicación moral y su necesidad de actuar según el Tao.
Acercarse al I Ching con curiosidad y respeto puede desvelarnos mucho acerca del comportamiento de la naturaleza y nuestra interacción con ella, propiciando una participación activa en este misterio llamado vida.
Extracto de C.G. Jung:
«El I Ching no se ofrece acompañado de pruebas y resultados, no alardea ni es fácil de abordar. Como si fuera una parte de la naturaleza espera hasta que se lo descubra. No ofrece hechos ni poder, pero para los amantes del autoconocimiento, de la sabiduría, si los hay, parece ser el libro indicado. Para alguno su espíritu aparecerá tan claro como el día. Para otro, umbrío como el crepúsculo; para un tercero, oscuro como la noche. Aquel a quién no le agrade, no tiene porque usarlo, y aquél que se oponga a él no está obligado a hallarlo verdadero. Dejémosle salir al mundo para beneficio de quienes sean capaces de discernir su significado».
1949
Catalina Simonet