#InPerfecciones
En ese camino de asombro y descubrimiento se llega a una gran verdad, y es que TODOS tenemos UNA FILOSOFIA DE VIDA. El gran problema es que nadie nos enseñó a reconocerla.
Victor Vilar, director del Centro de Estudios Sopphia
vvilar01@gmail.com
Algunos pueden pensar que la filosofía y todo aquello que le rodea (argumentos, ideas, reflexión, etc..) no concuerda bien con el disfrute de la vida. Como si fueran elementos antagónicos: “una cosa es el pensar y otra, muy distinta, el vivir” -dicen algunos- “Pertenecen a esferas diferentes”- piensan otros. Cuando escuché por primera vez, unidas en una misma frase, la palabra filosofía y vida, me sucedió lo mismo. Yo pensaba, como otros muchos jóvenes, que la filosofía era algo exclusivo de la razón y que poco tenía que ver con la experiencia vital; creía que era cosa de antiguos, algo trasnochado u obsoleto; pensaba que era compleja, enmarañada en áridos escritos y difíciles textos… En definitiva un soberano aburrimiento. Es posible que la causa de este pre-juicio fuera un profesor hastiado de su trabajo o simplemente un mal pedagogo, en cualquier caso, un comunicador aburrido. Fuera del aula, las personas mayores tampoco hacían elogios de ella. Los consejos que los adultos regalaban a los de mi generación se dividían entre el típico: “ten un buen trabajo y gana mucho dinero” y el más típico “cásate y busca la estabilidad”. Nadie te animaba a ser filósofo, ya que servía para poco y, como todo el mundo sabe, con la filosofía tampoco te haces rico. Así que no era un buen futuro el que se auguraba para un estudiante de filosofía. Por eso, en aquel entonces, dirigí mis pasos hacia otra meta profesional que me permitiera sacarme las castañas del fuego. Sin embargo siempre quedó en mí una inquietud existencial y un anhelo de saber. Esa particular búsqueda me llevó, al principio por mi cuenta y luego en el mundo académico, por los textos de los místicos orientales, la sabiduría sapiencial egipcia y los filósofos europeos y en ellos hablaban, entre otras cosas, de la vida y el cómo vivirla. Empecé a percibir que ser filósofo era mucho más que estar atado a un soliloquio mental y una vida entre libros y razonamientos. Es más, aprendí que todos tenemos una filosofía de vida; que nos comportamos en base a una ética; que nuestras emociones y deseos se orientan hacia unos valores que tienen su origen, muchas veces, en creencias metafísicas; que nos vemos a diario envueltos en disyuntivas lógicas, enredados en falacias; que nos engañamos a nosotros mismos con sofismas; que interpretamos el mundo a través del lenguaje, de argumentos y símbolos. Descubrí entonces que la filosofía no se puede separar de la vida.
En ese camino de asombro y descubrimiento se llega a una gran verdad, y es que TODOS tenemos UNA FILOSOFIA DE VIDA. El gran problema es que nadie nos enseñó a reconocerla, a comprenderla y mucho menos a rectificarla cuando es ella misma la que pone límites a nuestro desarrollo. Construimos nuestro vivir diario en función de esa particular “filosofía de vida”. Este programa vital pertenece a una dimensión operativa de nuestra existencia, que muchas veces difiere de la dimensión intelectual, lo que pensamos de las cosas y lo que creemos conscientemente de nosotros mismos. Por debajo, en nuestros cimientos, la filosofía operativa influye en el día a día. Ésta es la que hay que descubrir, analizar y pulir y donde se opera la verdadera transformación.
Desde mi experiencia como filósofo y como asesor filosófico existen dos modos complementarios de realizar este transformador descubrimiento:
El primero es a través del aprendizaje de la filosofía sapiencial de los grandes filósofos y sistemas de pensamiento. No es imprescindible conocer todos los filósofos. Algunos de ellos, en los que prima lo académico y la erudición, y se disocia la vida del pensamiento, los discursos nacen vacíos y estériles, y crecen tan solo, alimentados por la vanidad del intelectualismo. Por el contrario cuando el filósofo y sabio, cual arquero diestro, dirige su mente hacia el blanco de la existencia y compromete su vida con su pensamiento en un canto de integridad, avalándolo con su dedicación, entonces entrega al mundo la perla de una sabiduría experiencial. El estudio de esas joyas permite construir un modo de vida acorde a principios asentados en el arte de vivir.
El segundo modo es a través del asesoramiento filosófico. El filósofo asesor puede acompañar en ese proceso transformador que, cual viaje iniciático, se emprende en la búsqueda de uno mismo., El filósofo asesor, como guía y observador objetivo, ayuda al consultante a conocer aquellos obstáculos que la filosofía operativa levanta entre uno mismo y el pleno desarrollo de sus capacidades.
Ambos enfoques son complementarios. Anímate a descubrir tu filosofía de vida.
Víctor Vilar