#InPerfecciones
Es poco alentador ver cómo la mayoría de las personas viven el día a día, esperando que llegue el fin de semana para poder dedicarse a sus ocios más amados.
Theo Laurendon
inperfecciones@inperfecto.com.mx
Es poco alentador ver cómo la mayoría de las personas viven el día a día, esperando que llegue el fin de semana para poder dedicarse a sus ocios más amados, que generalmente son sus familias, sus amigos, la diversión… Poder pronunciar la frase «ya es viernes» se ha convertido para muchos en el sentido más vivido de la semana y del año. Con irreverencia a la vida, se la derrocha dejando pasar sin ton ni son, cinco de cada siete días, porque hemos dejado abierto el desagüe por donde se nos va el tiempo no vivido. Cuántos emprenden la semana con los ojos cerrados y aguantando la respiración para que el tiempo pase y rápido y sin sentir, como hacíamos de niños cuando pasábamos el túnel del miedo en el tren de la bruja.
Ya hemos crecido lo suficiente como para no tener miedo a cosas infantiles, pero sí a ver cómo la arena del tiempo se nos escurre entre los dedos sin dejar huella en las palmas de nuestras manos. El paso del tiempo siempre deja huellas, sea en nuestra piel, en la roca o en el arrollo, y lo que es mejor, en nuestra conciencia. Un tiempo pasado, que no ha dejado recuerdos, vivencias y experiencias que nos hicieron cambiar, es un tiempo no vivido.
Por otro lado, todos sabemos que vivir las veinticuatro horas del día con plena percepción es difícil, pero hay algo que nos puede ayudar a dar el primer paso. Poseemos un elemento que es «el feo de la familia» y que tiene muy pocos amigos, lo vemos a nuestro lado día tras día y le llamamos rutina. Esta palabra tan trágica, sobre todo para el que en algún momento comenzó con entusiasmo una carrera o un nuevo trabajo, viendo cómo un día esta emoción se fue apagando como un candil sin aceite, incita a hacer ante sí mismo una reflexión.
Todo el mundo habla mal de esta fea y antipática compañera del día a día, pero cuántos buenos propósitos no ha hecho despertar en el pecho de mucha gente y quién sabe si a cambiar cosas en él mismo, para que después trascienda en sus círculos más cercanos. No hace falta romper la rutina abandonándolo todo y viajando a lugares más o menos «desintoxicados» de nuestra sociedad. La forma más radical de romper con ella es desalojándola de nuestra vida, rompiendo con la pereza y los automatismos que en resumidas cuentas son los que mantienen firme e imbatible este camino monótono de nuestra vida. De esta manera haremos de cada día algo único e irrepetible.
Agradezcamos el disponer de un día más para mejorar algo nuestros actos y nuestros pensamientos, aunque sean repetitivos. No tenemos casi nada aprendido; aunque acabemos de salir de la universidad, es ahora la escuela de la vida la que nos puede hacer abrir nuestros ojos de una forma nueva. Dicen que cuando una persona ha perdido algo en la vida: familiares, salud, posición… es cuando se aprecian más las cosas pequeñas, se las saborea como hace un niño que despierta a su entorno. Yo creo que es de conocedores de la vida no tener que esperar a perder algo para apreciar lo que teníamos en la etapa anterior. Deberíamos tener presente que hemos llegado al mundo con una gran cantidad de cosas bajo el brazo: energía, juventud, vitalidad, amor; cosas que con el paso del tiempo iremos perdiendo. Saber abandonar esas cosas mientras revalorizamos más otras, es un trueque que hacemos en la madurez con plena libertad, sintiendo en el fondo de nuestro corazón que no somos los mismos y que nuestros gustos han cambiado, que la felicidad se absorbe en los pequeños momentos vividos al cien por cien. Entonces, si esto es así, porqué dejar pasar el tiempo sin concederle valor, justificándonos en que es pesada la carga de la rutina impuesta por nuestro mundo.
Abramos los ojos interiores, seamos capaces de ver en cada amanecer un grandioso motivo para sentirnos vivos y felices, para dar las gracias a la vida por nuestros dones y por los que todavía no tenemos pero que admiramos en los demás.
No hay fruto sin esfuerzo y por ello tenemos que levantarnos a nosotros mismos, como lo hace cada día el Sol de su tranquilo lecho. La rutina también se despierta cada día, pero con la visión que le queramos dar nosotros, y esta vez nos viene a recordar que el camino más hermoso es aquel que por estar lleno de piedras es el menos transitado. Hacer lo que hace la mayoría es la caída libre de un líquido en el interior de un embudo, sólo hay que dejarse. Ser víctima de la rutina depende de cada uno, y salir de sus cuerdas también.
Por encima de que cada día repitamos los mismos actos, nos levantemos cada mañana, trabajemos y hagamos nuestras tareas, nos ajustemos a ritmos semanales y mensuales, no dejemos que la estructuración del tiempo nos aprisione. Llegará el día en que atrapemos el tiempo y se haga el milagro del despertar, que no es otra cosa que hacer un instante perfecto en el ahora para repetirlo la mayor parte de nuestros días, y poder decir, con verdadero peso en la voz: si no logré que todos los días de mi vida fueran perfectos, al menos lo intenté con todas mis fuerzas.
Elvira Rey