Editorial

Todo lo que está mal con las Ladies Nights de los antros

#InPerfecciones
Qué huevos de emborrachar a las mujeres y luego decirnos que las consecuencias son culpa nuestra.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

Hace unos siete años viajé con un grupo de amigos a Panamá. Una noche decidimos visitar un antro famoso por sus Noches de Chicas. No sabíamos cómo funcionaba, pero a las morras del grupo nos convenció la idea de shots gratis y cover barato.

Como de costumbre en cualquier antro, la fila era larga y el cadenero era mamón, pero ser mexicanos nos ayudó a avanzar más rápido. Cruzamos la puerta y nos recibieron un par de edecanes que les pidieron a los hombres de nuestro grupo subir al segundo piso, pues parte del encanto de la Girls’ Night era que en la planta baja solo podía haber chicas.

Seguimos las instrucciones, nos separamos y mis amigas y yo nos quedamos en el piso de abajo. Era un verdadero desmadre, y el mejor ambiente que había visto en un antro. Me parecía extraño que nos dividieran de esa manera, pero tenía lógica que por una noche las mujeres tuviéramos alguna preferencia. En la barra nos daban tragos gratis y en el escenario había un show de hombres guapísimos y mamados bailando sin camisa. Las morras se apoderaban del lugar. Era nuestra noche y los hombres nos veían divertirnos desde el barandal. O eso creímos.

A las 12 de la noche un tipo del staff del antro tomó un micrófono y gritó: “¡¿Cómo la están pasando chicaaaaaaas?!” Y después de que todas gritáramos emocionadas en respuesta, volteó hacia arriba y les preguntó lo mismo a los hombres que estaban en el segundo piso del lugar. Ellos respondieron abucheando. El tipo entonces les dijo que podían unirse a nosotras, y les pidió que bajaran.

El antro enloqueció. Las mujeres gritaban emocionadas y muchas incluso aplaudían mientras los vatos bajaban las escaleras pavoneándose. La escena era como aquella de las películas de guerra, donde los bandos corren frenéticos para encontrarse cuerpo a cuerpo y acabarse unos a otros.

El bar les había ahorrado a los vatos el tiempo que pierden en ligar, pues lo que en otros lugares les toma platicar con una morra para después agarrarse con ella, en este bar sucedía apenas se les paraban enfrente. Recuerdo que esa noche mis amigas y yo no nos agarramos con nadie. Nos quedamos bailando y tomando entre nosotras. Cada vez que nos acompañábamos al baño veíamos mujeres solas, completamente pedas y vomitando en los inodoros. Observando la locura que sucedía a nuestro alrededor, supongo que nos quedamos juntas porque sentimos temor y desconfianza. Supimos que lo que ahí pasaba no estaba bien.

Viendo mi vida en retrospectiva, son estas el tipo de situaciones en las que pienso que el feminismo me hubiera salvado a mí y a muchas mujeres con quienes me crucé en aquellas etapas. Hoy vi un post de una cuenta feminista a la que sigo en Instagram, @womensonfire, que resaltaba el siguiente discurso:

“Las mujeres no somos mercancía para los antros, bares y lugares de entretenimiento. Prefiero pagar cover antes de ser su producto. Prefiero pagar las bebidas que voy a consumir antes de que me las quieran regalar y las alteren. No somos productos para su entretenmiento. No somos productos para llamar la atención ni para sus ventas”.

Y es que hemos crecido normalizando estas prácticas en los lugares que frecuentamos, y aquellos lugares que se volvieron famosos en nuestros años de prepa y universidad a los que era casi imposible entrar por la gran demanda que tenían. 

Nos compramos el discurso de la barra libre y los covers baratos hasta el punto que los hombres llegan a usarlo en nuestra contra cuando nos dicen que tenemos “privilegios” por encima de ellos. He escuchado a muchos vatos decir “claro que tienen ventaja, ustedes no pagan cover en los antros”, sin darse cuenta que son ellos los que se benefician -o más bien, se aprovechan- de esas noches de chicas donde las mujeres nos emborrachamos en los antros. ¿Cómo dice la expresión? Flojitas y cooperando.

Fomentar estas prácticas es misógino y machista. Punto. No validemos el argumento de que cada persona es responsable de sus acciones, y por lo tanto de su consumo en los antros, pues ese mismo argumento es el que después se utiliza para culpar a las mujeres que son víctimas de abusos y violencia porque “ellas se lo buscaron”.

Es una justificación cínica, cobarde y carente de perspectiva de género o una mínima responsabilidad social. Es una perspectiva capitalista de quienes enriquecen sus bolsillos a expensas de fomentar el machismo y la misoginia. Qué huevos de emborrachar a las mujeres y luego decirnos que las consecuencias son culpa nuestra.

Como dije, a veces pienso que el feminismo me hubiera salvado de estas situaciones. Pienso que hubiera evitado muchos abusos y que no hubiera permitido muchos malos tratos. Pero después recuerdo que reprocharme por mi pasado tampoco es la solución.

No es que hayamos permitido abusos. Es que nadie nos dijo que lo eran. El feminismo no es un parámetro para juzgar nuestras experiencias y arrepentirnos de todo lo que no hicimos, sino una herramienta para entenderlas mejor y desde nuestra rabia y nuestro dolor, tirar aquellas prácticas que nos vulneran y nos violentan.

 

#InPerfecta