Editorial

La derecha que necesitamos

#InPerfecciones
“La derecha que necesitamos es aquella que defienda las libertades y
comparta los valores de tolerancia, deliberación y apertura al acuerdo”.

 

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

Octavio Rodríguez Araujo, quien fuera un gran observador de la vida de los partidos políticos en México, señala es su libro Derechas y ultraderechas en el mundo, que “muchas de las posiciones políticas que ahora consideramos de derecha fueron de izquierda en otro momento” y viceversa. Además, los conceptos de conservadores y progresistas, “es una identificación común y en uso todavía, (que) no nos explica nada, salvo en algunas circunstancias concretas y específicas”. De hecho, para Steven Levitsky (politólogo que saltara a la fama en México por ser coautor del libro Cómo mueren las democracias) señaló en una reciente entrevista que en las democracias occidentales, el eje principal ya no es realmente izquierda-derecha, sino etnonacionalista por un lado (que solo ven hacia su población y rechaza a los migrantes), y cosmopolita por el otro (quienes abogan por sociedades más pluralistas).

Las diferentes concepciones también tienen que ver con la época y lugar donde se desarrollen. Por ejemplo, en México, los liberales fueron los “buenos” en el siglo XIX porque derrotaron a los “malos”, a los conservadores. Al mismo tiempo, en Argentina, los conservadores fueron los “buenos” frente a los malvados liberales. La industrialización representó por muchos años el progreso, y a eso aspiraban las naciones; con el paso de los años, el viejo modelo de industrialización terminó por representar la destrucción del medio ambiente y la desigualdad para el trabajador.

Sin embargo, a la hora de tratar de entender qué debemos entender qué es ser de derecha, nos encontramos que, a diferencia de la izquierda que tiene m{ultiples referencias ideológicas como el marxismo, leninismo, troskismo, stalinismo, maoísmo y otros ismos, la derecha no se identificaba ni con Hayek, Schmitt, o algún otro pensador que se ubicara de este lado ideológico. Si acaso la respuesta a la “Escuela de Frankfurt” de izquierda, la tenemos con la “Escuela de Chicago”, que tenía como máximo exponente a Milton Friedman, con una salvedad, estaba orientada al aspecto económico.

Algunos autores se han venido enfocando en el estudio de la extrema derecha, como Cas Mude con La ultraderecha hoy o Steven Forti con Extrema derecha 2.0. Este último, identifica que los mínimos comunes denominadores son un marcado nacionalismo, el identitarismo, el nativismo, la recuperación de la soberanía nacional, la defensa de los valores conservadores, la islamofobia, la condena de la inmigración, la crítica al multiculturalismo y a las sociedades abiertas, y un rechazo a los científicos e intelectuales.

El problema es que este pensamiento atrae a cada vez más seguidores en los países de occidente y ha desplazado la derecha tradicional que no encuentra acomodo ideológico. Si retomamos el planteamiento de Norberto Bobbio de que la democracia oscila entre la libertad y la igualdad, y la izquierda enarbola esta última bandera, tendríamos en consecuencia que identificar a la derecha con la libertad.

Por desgracia, lo anterior no sucedió. En lugar de orientarse hacia la defensa de las libertades, que por cierto son inherentes a la democracia (de pensamiento y expresión, de asociación, de votar y ser votado, de creencias, etc.) y que corresponden al ámbito político, social y cultural, la derecha terminó envuelta por la economía.

El liberalismo, nos lo recuerda Francis Fukuyama en su más reciente obra, El liberalismo y sus desencantos, surge en la segunda mitad del siglo 17, como un esfuerzo intelectual para limitar el poder del gobierno o del Estado, mediante leyes, “así como con la creación de instituciones que protejan los derechos de los individuos que viven bajo su jurisdicción”. Con la llegada al poder de Reagan y Thatcher, el liberalismo se convirtió en neoliberalismo y la economía fue la ideología mandante.

La promesa del neoliberalismo fue que acabaría con las crisis financieras como las que se habían vivido en los años setenta y generaría un crecimiento económico que beneficiaría a todas las clases sociales. Para ello se requería apostar por la libertad de mercado, la libre circulación de bienes, y que el Estado regulara lo menos posible al mercado para que éste funcionara. Es decir, retomar la vieja propuesta de Adam Smith y la mano invisible de la economía que “al buscar su propio interés, ese individuo fomenta con frecuencia y más eficientemente el de esa sociedad”.

El neoliberalismo generó crecimiento, cierto, pero profundizó las desigualdades económicas. Otro rasgo negativo es que fomentó “la persecución ciega de la gratificación material, una sociedad de consumo ávida de estatus, pero al mismo tiempo permanentemente insatisfecha con lo que cualquier individuo es capaz de lograr”. Sobra decir que este modelo fracasó y hoy nos encontramos a la deriva en búsqueda de una solución, que requiere tanto del pensamiento de derecha como de izquierda.

Se requiere de una derecha moderna, liberal, alejada del conservadurismo (actitud que por cierto también tienen algunos de izquierda que sueñan con volver a tiempos pretéritos)

La derecha que necesitamos es aquella que defienda las libertades de la gente, que comparta los valores de tolerancia, deliberación y apertura al acuerdo; la que defiende el derecho a disentir y respeta a las desigualdades; que sea incluyente y no la excluyente. Necesitamos una derecha que entienda que a la economía y al mercado no lo puedes dejar en libertad total, porque tiende a concentrar las ganancias sin importarle nada más.

Satanizada por unos y glorificada por otros, la derecha se mantiene como una opción aceptble, cuando no se corre al extremo, cuando se aleja del nativismo, de la carga religiosa, de las visiones únicas y de los líderes redentores. Si la derecha no entiende y adapta sus postulados al valor que debe tener un Estado más actor social y menos espectador, se verá avasallada por los postulados de los ultras, de los que no reconocen más libertad que la suya.