Editorial

¿Y si el año no empieza bien?

#InPerfecciones
Estos primeros días de enero me he sentido con una energía muy baja. Me he sentido aletargada, apagada, cansada, adormecida, como si estuviera transitando por una cruda de varios días de la que no logro recuperarme por completo.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

Me encanta la celebración del Año Nuevo. Además de mi cumpleaños, el 31 de diciembre es uno de los días del año que más me emocionan. Siento que salir a la calle el último día del año es respirar una atmósfera particular, un tanto caótica pero con una energía de alegría y alivio.

 

Para mí el Año Nuevo es tradición pasarlo en familia, compartiendo con las personas que quiero esos pequeños clichés que de manera inconsciente nos sirven como un ritual colectivo de desapego y renovación. El ofni nuevo, la sidra de manzana, la cuenta regresiva, las uvas, el abrazo a la media noche, un poco de baile, un poco de karaoke, la emoción por comenzar un nuevo ciclo, y la esperanza de que con el año que comienza, las cosas sean diferentes.

 

La verdad es que mi energía y mi emoción están tan enfocadas en el último día del año, que se me olvida pensar en el primer día del siguiente. Si bien el 31 de diciembre es un torbellino de alegría, ilusión y adrenalina, el 1 de enero normalmente me pasa de largo, desapercibido, gris, con cansancio y desvelo por la noche anterior. En los últimos años el 1ro de enero también es el día que regreso del lugar al que hayamos viajado para pasar Año Nuevo con la familia, lo que probablemente significa levantarnos temprano, desayunar corriendo y pasar largas horas en la carretera.

 

Este año también me pasó que, por esa distracción de no pensar en el inicio del año, pasé por alto planear mi regreso al trabajo y no me di un par de días para descansar del último viaje familiar, reajustarme a mi rutina personal, y cargar mis energías para volver a mi escritorio.

 

Sumando a la serie de eventos no planeados, mi papá se enfermó de COVID en pleno Año Nuevo, por lo que decidí quedarme la primera semana de enero en casa de mi familia para ayudarle a mi mamá a cuidarlo mientras se recupera. Y aunque disfruto pasar tiempo con mi familia, cuando paso varios días en mi vieja casa empiezo a sentirme un poco fuera de mi espacio y de mis tiempos.

 

Finalmente, estos primeros días de enero me he sentido con una energía muy baja. Me he sentido aletargada, apagada, cansada, adormecida, como si estuviera transitando por una cruda de varios días de la que no logro recuperarme por completo. Lo peor de sentirme así, es que a esa mezcla de emociones se suma una carga de culpa, confusión y reproche hacia mí misma, pensando “¿Qué está mal contigo? ¿No se supone que el inicio del año se empieza con ganas, con alegría? Si empiezas así los primeros días, ¿qué puedes esperar del resto del año?”

 

Incluso escribir esta columna me costó mucho esfuerzo para encontrar motivación y deseo por comenzar a teclear, mantenerme enfocada y encontrar las palabras. Un par de veces pensé en posponerla para dentro de dos semanas y darme unos días más de descanso, en lo que recupero mi energía y entro -ahora sí- en la mentalidad y la actitud correctas y dignas del nuevo año.

 

Sin embargo, fue precisamente este último pensamiento lo que me inspiró para encontrar el tema de mi primera columna del 2023 y no esperarme a “cambiar” mi estado actual para poder escribir. Y es que me he descubierto a mí misma cayendo en ese mismo error una y otra vez, creyendo que algo está mal conmigo al sentirme apagada y diciéndome que mientras me encuentro en ese estado, no sirvo, no funciono, no valgo, no puedo, no logro, no merezco.

 

Es muy difícil para mí transitar emociones que no son placenteras, porque en muchas ocasiones me frenan y me limitan. Cuando me siento triste, frustrada, desmotivada o decaída, es como si entrara en una pausa auto inducida en la que me aislo del mundo, pues muy dentro tengo esa creencia de que la Karla triste incomoda a las demás personas, y por lo tanto debo esconderla en lo que se recupera, en lo que cambia, en lo que se arregla.

 

Pienso que esta misma creencia es la que a muchas personas nos agobia al inicio de un nuevo año, y que genera en nosotres una gran presión por comenzar con lo que hemos catalogado como la “actitud correcta” – con motivación, alegría, pasión, ilusión, ambición y muchas metas. El problema es que esa presión por comenzar el año de cierta manera, nos genera estrés, frustración y culpa cuando nos damos cuenta que no lo estamos logrando y que, lejos de esa expectativa social, la realidad es que sentimos todo lo contrario.

 

Si, el año nuevo puede ser una hoja en blanco, una oportunidad para hacer borrón y cuenta nueva y empezar otra vez. El año nuevo puede ser una ocasión de alegría, puede ser un motivo para sonreír y pensar con emoción en lo que tenemos por delante. Sin embargo, lo que estoy aprendiendo en estos primeros días de 2023 es que el año nuevo puede ser muchas cosas y se puede ver y vivir de muchas maneras, y todas ellas son válidas.

 

El inicio de un año también puede ser confuso, abrumador e intimidante, y es importante que en el proceso de transitar las emociones que nos invaden estos días, nos demos espacio para la compasión, la amabilidad y la paciencia. Si bien el año viene con 365 nuevos días, podemos encontrar un poco de paz al recordarnos de vivirlos uno a la vez.

 

#InPerfecta

 

Ilustración de Ana Sofía Toral