Editorial

Revisitar el trauma

#InPerfecciones
Me sentí atrapada en un bucle de miseria y aterrada de pensar que nunca lograría salir de ahí. ¿Acaso me rompí para siempre? ¿Algún día volveré a estar bien?

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

Durante el fin de semana perdí la cabeza. Vi algo que me hizo recordar un pasado doloroso y trajo de vuelta emociones que creí haber dejado atrás. Lo que vi llegó por accidente, pero dentro de mí se encendió la alerta de aquello que resulta familiar. 

Me di cuenta que no podía confirmarlo aún teniéndolo delante de mí porque lo había bloqueado de mi mente. Solo sabía que me inundaba una necesidad morbosa de confirmar mis sospechas. Me hervía la sangre, me quemaba la piel, me ardía la cabeza y me sudaba la frente. Mi cuerpo temblaba a medida que la ansiedad me arrebataba su control.

Al mismo tiempo que temblaba, me sentía totalmente paralizada. Al mismo tiempo que el impulso se apoderaba de mí, no sabía qué hacer. La habitación giraba, el piso se movía. Todo era vértigo de nuevo y yo sentía que volvía a caer al vacío.

Entonces lo sentí todo otra vez. Traición, burla, abandono y engaño. En dos minutos retrocedí dos años y regresé a los sentimientos de un duelo que creí que ya no estaba. Mi pasado me alcanzó para herirme una vez más.

En mi parálisis comencé a idear diferentes salidas de emergencia: marcarle a alguien, hurgar en redes sociales, emborracharme o desvelarme viendo series. Lloré durante toda la tarde dándole vueltas a cientos de pensamientos negativos y condescendientes. Pero el peor de todos fue odiarme por permitir que mi pasado siguiera afectándome después de tanto tiempo. 

Me sentí atorada, avergonzada y ridícula. Me sentí atrapada en un bucle de miseria y aterrada de pensar que nunca lograría salir de ahí. ¿Es que nunca lo voy a superar? ¿Acaso me rompí para siempre? ¿Algún día volveré a estar bien?

Al cabo de algunas horas mis ojos agotaron sus lágrimas y no me quedó más que hacerme cargo de mi vida por el resto de aquel día. Decidí no caer en las estrategias de escape que antes me funcionaron, pues aunque me ayudaron a encapsular mi dolor nunca me hicieron enfrentarlo. Decidí cambiar la autodestrucción por el autocuidado.

Tal vez hace dos años me rompí. Pero en dos años también aprendí a reconstruirme a mí misma. Este era uno de los momentos en que debía recordar y utilizar las herramientas que encontré en mi proceso de sanación. Cambié el consuelo de otras personas por hablarme a mí misma, cambié las redes sociales por un paseo bajo la lluvia, cambié el alcohol por la meditación, y desvelarme por despertarme a las 6 am para salir a correr.

A los dos días de mi crisis emocional visité a mi mejor amiga. Estaba lista para hablar de lo que vi. Creí que al contárselo estallaría en llanto de nuevo, pero no fue así. Le conté lo que pasó y al hacerlo traje de nuevo algunos recuerdos de mi pasado. Regresé a él para platicarle cómo me sentí en ese entonces y cómo me sentía ahora.

Mi amiga me ayudó a ponerle nombre a mi experiencia: un trauma. El trauma de sentirme engañada, reemplazada y abandonada. La situación que viví hace un par de años me dañó de tal manera que hay eventos que disparan emociones pasadas y me hacen revivirlas como si estuvieran sucediendo de nuevo.

De la conversación con mi amiga y de mi crisis emocional aprendí lo siguiente: sentir dolor por eventos del pasado es normal. Ese dolor no significa que no hayamos sanado. Lo importante es reconocer y recordarnos a nosotros mismos que aquella situación que nos lastimó ya no forma parte de nuestro presente. Logramos salir de ella y nos pusimos a salvo.

Sanar significa revisitar nuestro trauma y re apropiarnos de nuestros recuerdos sin miedo. Escapar del pasado y encapsular el dolor no evita que volvamos a sentirlo. Lo que sí podemos hacer es dejarlo permear en nosotros y aprender a transformarlo en libertad, en cariño, en perdón, o en una historia.

Ilustración de Florencia Quiroga

 

 

#InPerfecto