#Cultura
“Ya no sólo los narcotraficantes son los protagonistas de las novelas hispanoamericanas contemporáneas…
Fernanda S. Weffru / @justmaryfer
fernanda.s.weffru@inperfecto.com.mx
Parte II
Retomando lo dicho en la columna pasada, este miércoles nos detendremos en la figura del intelectual que puede encontrarse en novelas como Norte de Edmundo Paz Soldán, El síndrome de Ulises de Santiago Gamboa, Insensatez de Horacio Castellanos Moya, Los ejércitos de Evelio Rosero, Jacobo el mutante de Mario Bellatin y Bolivia construcciones de Sergio Di Nucci (bajo el seudónimo de Bruno Morales), por mencionar algunas. Todas son narradas por un sujeto letrado o relacionado con éstas y que dista mucho de ser un prototipo pues, aunque los protagonistas comparten algunas de sus características, también poseen otras que son particulares.
Uno de los intelectuales más evidentes en estas novelas es el migrante —tema y problema constante en la literatura postautónoma—, se trata de ese personaje que ha dejado su lugar de nacimiento para intentar cambiar de aires, triunfar económicamente o inspirarse para fines artísticos/literarios en otro país y tener una vida mucho mejor a la que estaba acostumbrado, parte de la novela narrará un poco de lo que fue su pasado y basará la trama en el desarrollo del personaje en su nuevo destino. Como es el caso de Esteban, en El síndrome de Ulises, el cual viaja a uno de los países ejemplares para el desarrollo de un escritor: París. Ciudad idealizada que no resulta agradable para los personajes indocumentados e inmigrantes de la novela, pues no es una vida fácil la que tienen ahí, resulta difícil mantenerse íntegros y con empleo, sus bolsillos, así como su estómago están prácticamente vacíos y no conforme con eso, también lo está su corazón, pues el desamor es algo así como el punto de partida de esa “mala racha”. Pero son precisamente estas dificultades las que formarían a Esteban en su proceso creador, ya que todas las experiencias que son narradas en la novela configuran su escritura, logrando por fin tener en sus manos un borrador que termina convenciéndolo y que el lector supone y conjetura que es la obra en sí.
La buena noticia es que no a todos los intelectuales migrantes les va tan mal, como es el caso del narrador anónimo en Insensatez quien llega a este monasterio por un llamado a trabajar para editar un texto/informe de mil cien cuartillas que habla sobre la masacre de militares contra indígenas con el pretexto de desmantelar la guerrilla. Si bien este no es un intelectual migrante como Esteban que la pasa realmente mal (al menos el corrector tiene un espacio de trabajo “agradable” y comida decente), sí que tuvo que viajar para poder tener un acercamiento con su trabajo como editor.
Lo anterior conduce al siguiente intelectual, el cual decidí llamar delirante. El perfecto ejemplo de éste es el de Horacio Castellanos, ya que -aparte de la verborragia que nos hace verlo como un neurótico- la violencia inhumana y ese salvajismo original que se aprecia en los testimonios indígenas que él debe leer, logró perturbar y trastornar al narrador, a tal grado que incluso llegó a creer que era el mismísimo General Octavio Perez Mena en una de sus tantas alucinaciones. Otro buen ejemplo de este intelectual delirante es el de Fabián en Norte, quien también puede catalogarse como intelectual neurótico. Se trata del amor no correspondido de Michelle, un profesor de universidad bastante competente en su trabajo, conocido por ser perfeccionista y con una capacidad de lograr un “vuelo imaginativo delirante”, sin duda un intelectual con un futuro bastante prometedor que el mismo personaje arruina al dejarse llevar por la ansiedad competitiva, traumas y angustias que lo atareaban pero, sobre todo, las sobredosis de alcohol y drogas con las que sobrevivía a la presión de ser considerado uno de los académicos más brillantes de su generación, convirtiéndolo así en un académico neurótico que creía ser espiado por los Deans y que optó por una vida en solitario y un descanso de la vida laboral (posiblemente permanente).
Hablando de amores, el siguiente intelectual se encuentra casi en todas las novelas mencionadas anteriormente, se trata sin duda del pasional –por llamarlo de una forma recatada– pues es aquel que tiene aventuras, sueños y deseos sexuales que satisfacen su carne. Los ejemplos son muchos, se tiene a Esteban de El síndrome de Ulises, el cual vive un sinfín de aventuras sexuales con Paula y con otras inmigrantes que optan por la prostitución en un intento por sobrevivir en París, con las que compartirá y probará experiencias dignas de un capítulo del Kamasutra. Experiencias que contribuirán a la formación de Esteban como escritor, dotándolo de anécdotas dignas de contar.
Otro caso sería el de Michelle de Norte, quien en sus tiempos de estudiante de letras compartiría la cama con su profesor, transformando su vida en un episodio desastroso de ira, tristeza y desamor. Un intelectual soñador y diferente sería Ismael de Los ejércitos, aunque quizá no sea propiamente un intelectual, sí que tuvo una formación como profesor del pueblo así que su participación en esta categoría es completamente válida. Se trata de un personaje voyeur que explota su imaginación a partir de la visión de su vecina Geraldina, logrando escenarios completamente sensuales a partir de una ilusión.
En algunas de las novelas, esta sexualidad se representa como un alivio para todo lo que está pasando el protagonista, algo así como un desfogue, el cual es muy claro en la novela de Insensatez cuando el narrador quiere llevar a la cama a Pilar en un intento por tener un poco de acción esa noche para olvidar todo lo que ha leído y trabajado. La sexualidad es entonces otro tópico que comparten las novelas hispanoamericanas contemporáneas, y que se representa de muchas formas, pero siempre de la manera más cruda y burda posible.
El último de los intelectuales –y mi favorito– es el artístico. No sólo por su representación en la obra como pintor, sino por la forma en la que está tan bien construido que es aquel mismo pintor que construye su obra como si de pinceladas se tratase, culminándola de forma magnífica. Estoy hablando por supuesto del mismo Bellatin en Jacobo el mutante, con esa forma tan suya de mezclarse con su escritura, rompiendo con toda barrera entre la realidad y la ficción al presentarnos la novela como un trazo de una nube que los mismos personajes deforman al querer llevar por su propio rumbo, un acierto magnífico para mostrarnos de una forma innovadora el proceso creador del escritor.
Como un extra, también se recupera al intelectual anónimo, pues he encontrado en algunas de las novelas hispanoamericanas contemporáneas el mismo fenómeno de un narrador al que no se le conoce nombre alguno hasta el final del libro o incluso se termina la lectura sin saberlo. En El síndrome de Ulises se puede apreciar muy bien, pues se conocen los nombres de todos los personajes excepto el del primer narrador que aparece, no es hasta el final cuando Victoria grita su nombre que el lector conoce por fin la identidad del protagonista. Sucede de otra forma en Insensatez donde claramente no se nos revela el nombre del protagonista en ningún momento, dejando al lector con la incógnita.
Este recurso me pareció curioso cuando leí otra novela hispanoamericana contemporánea titulada El cazador de tatuajes por Juvenal Acosta, en donde se repetía el fenómeno, pues no se revela el nombre del protagonista nunca, sino hasta el segundo libro y en su contraportada. Obra en la que me detendré en otro estudio porque merece la pena y es un autor mexicano muy poco conocido.
Lo que permite apreciar las escrituras del presente son sus características, las cuales muestran personajes vulnerables, casi reales, con los que el lector puede identificarse con mayor facilidad, pues los problemas y temas (como la migración, violencia, la sexualidad y la escritura) que trata el sujeto actante resultan más cercanos a la realidad del lector. Existe también un nomadismo constante, el cual es un eje central en la mayoría de las novelas, los personajes no se sienten ni de aquí ni de allá y ese sentimiento de nacionalidad e identidad arraigada que se aprecia en la novela autónoma, aquí se destruye, convirtiendo la obra en el resultado de ese viaje donde tanto personaje como escritor se encontrarán a sí mismos e intentarán encajar en un sitio. La narrativa también es diferente, se trata de un entramado de voces y ya no sólo se le concede la voz a un solo narrador confiable, esto se puede apreciar claramente en El síndrome de Ulises y en Norte donde interviene más de un personaje para contar la historia, así como lo sencillo de la prosa –sin dejar de ser poética– que genera un lenguaje más visual, como en Bolivia construcciones, por ejemplo. También, la mayoría de las novelas hispanoamericanas contemporáneas retoman lo detectivesco para darle un desenlace satisfactorio a su obra con el enigma resuelto, generando una reflexión y no sólo una narrativización de los problemas literarios, pues el escritor se vuelve un sujeto observador y crítico.
La forma de abordar el pasado también es diferente; se trata de un ejercicio de memoria, no sólo de recordar, sino también de olvidar el pasado. Pero sobre todas las cosas, está el papel que juega el intelectual en estas novelas postautónomas (o escrituras del presente) como un enlace con la realidad y un eje que conecta al mundo con el lector, y del cual parten muchas situaciones, pues esta figura que conoce de literatura, arte o cultura se encuentra en el proceso de creación que se enriquecerá a partir de las experiencias que la vida le presenta, para inspirarlo y orillarlo a crear nuevas formas de escritura. Las cuales, a su vez, dan vida a lo postautónomo.
¿Qué novela te atreverás a leer este 2020?