#InPerfecciones
Al Gobierno de la Ciudad de México se le escucha diciendo que bajan los índices de delitos, pero esos son sus datos. Los nuestros son diferentes.
Firenze Genis
editorial@inperfecto.com.mx
Cuentan quienes han sido estudiosos de la historia y nosotros mismos en la escuela aprendimos a saber que nuestra Ciudad de México fue considerada por un sabio como “Ciudad de los palacios”.
Para Alejandro Von Humbolt, la nuestra era una espectacular urbe. Hablo del siglo XIX. Quedó maravillado ante la magnificencia y esplendor de una ciudad del primer mundo de aquellos ayeres.
Cúpulas brillando al sol, fachadas impresionantes con cantera y mármol de otras latitudes, y fuera de estos palacios, pululando muchos pobres. A lo largo de nuestra historia, hemos visto que se quiere tanto a los pobres que se les multiplica año con año.
Tristemente hoy, a pesar de nuestras hermosas colonias con sus selectos espacios privados ahora llamados klosters, rascacielos de vidrio de importantes corporativos, somos una urbe sucia en algunas zonas, insegura en otras y con un endemoniado tráfico que se puede estar detenido en un semáforo varios minutos.
Me comentó un empresario ya mayor, a quien hace unos meses le colocaron un marcapasos, que el jueves 26 de septiembre, mientras esperaba la “luz verde del siga” un hombre relativamente joven y no mal vestido le tocó la ventanilla con la cacha de una pistolas. ¿De qué calibre? No lo sabe, ni lo sabrá, se asustó y me dijo, “si no hubiera sido por el marcapasos creo que a esta hora estaría muerto; sentí cómo la batería de larga duración, acortaba su vida” y por lo tanto la mía.
“ Bajé el vidrio y sin darme tiempo a más, me gritó: ¡Dame la cadena, la cartera, el teléfono hijo de…! Los segundos transcurridos me parecieron siglos”, me refirió.
“Le entregué la cartera, y me arrancó una cadena; me dolió la medalla, me la regaló mi madre hace muchos, muchos años.
“Para mi fortuna, empezaron a avanzar los autos de adelante y me envalentoné y le dije el teléfono no te lo doy, y le solté a gritos, una docena de picardías, de esas que todos sabemos pero pocos las exteriorizamos, arranqué velozmente y sentí cuando un disparo le dio al espejo, no hice caso, aceleré y aceleré más hasta llegar a la Avenida Hidalgo.
“Volví a nacer y le dije a mi corazón y a mi equipo de apoyo, o sea el consabido marcapasos, ¡Calma, calma, ya pasó todo! En este trayecto entre Avenida Taxqueña, Miguel Ángel de Quevedo y Avenida Pacífico, no vi ni una sola patrulla, no sé si para fortuna o desgracia mía.
“He trabajado mucho, como burro y me gustan los buenos autos. Ahora que cambié a este BMW, a mis 70 años, lo hice porque lo que tengo ha salido de mi trabajo y sacrificio, no creo que sea humano aceptar que otros vengan a quitarte hasta la vida. Fue únicamente el espejo del auto, no quiero llenarme de miedo, miedo a que de golpe un ser resentido y a quien no le importa que su mamacita le implore que se porte bien, me mate, me lastime o me secuestre.
“Subí a mi oficina y me derrumbé. ¡Qué México es éste! Si te quieren robar y no tienes nada que darles, te matan; si tienes, te matan, pareciera que las autoridades, no oyen, no saben, no les importamos o lo peor, son incapaces de comprender el sufrimiento, el miedo el pavor que produce ver que se te acerca una motocicleta con dos personas, o que se pone la luz roja del semáforo y estás en riesgo de ser atracado. ¿A quién volteamos el rostro?, ¿quién nos cuidará? Tal vez deba adquirir una pistola como la del asaltante. Y si hay una próxima, pues veremos a cómo nos toca, ¡No, eso no lo haré jamás!”.
Al Gobierno de la Ciudad de México se le escucha diciendo que bajan los índices de delitos, pero esos son sus datos. Los nuestros son diferentes. Nula seguridad para los habitantes, las cámaras no captan las situaciones y si lo hacen es de manera difusa, con equipos de baja resolución, los testigos no existen, los Agentes del Ministerio Público, tardan horas en atendernos y si lo hacen, nos consuelan con un “lo bueno es que no pasó a mayores”, está usted vivo”.
La otrora Ciudad de los Palacios es ahora la Ciudad de los balazos. Es deseable que no nos toquen a nosotros, ni a los nuestros, ni a los bienes que podamos tener. En contraste con los datos felices de los gobernantes, los nuestros, los de la gente de a pie, nos asientan el enorme pavor a ser asaltados a plena luz del día.
La Voz de la Calle