#InPerfecciones
“El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan.” – Pablo Neruda
Pablo Ricardo Rivea Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com
Sales a la calle. El cielo, a pesar de su inmensidad, ve opacada su belleza por la contaminación y aquellos repugnantes nubarrones de suciedad. En las aceras, se pueden vislumbrar las coloridas lonas, algunas un poco viejas y otras húmedas por las lluvias recurrentes de la ciudad. Hombres y mujeres, con cierto cansancio y desdén observan alrededor y continúan preparando todo para que dadas las siete de la mañana su rutinaria labor dé inicio.
Poco tiempo después, algunos oficinistas, obreros, maestros, y gente de muchos otros oficios comen apresuradamente –de pie– sus guajolotas, una pieza de pan dulce, o simplemente tapan su vaso de champurrado para llevárselo de camino al trabajo. Mientras tanto, un par de camionetas de ocho cilindros, rugen a su paso por las calles de la urbe. Con sus ventanas blindadas, su perfecta pintura, y su gran tamaño parecen burlarse de las personas –muchas, por cierto– que no pueden darse el lujo tan siquiera de pagar un taxi o rentar un coche. Dentro de ellas, varios hombres imponentes que se asemejan a gorilas con un ceño fruncido y el ya clásico auricular le hacen compañía a un empresario con corbata y accesorios de lujo, que despreocupadamente piensa cuál será la próxima playa a la que irá en verano.
Así es la realidad mexicana. Dispareja, desigual, pero sobre todo desafortunada. Aquellos que con el sudor de su frente procuran labrar un futuro lo más prometedor posible para sus hijos y nietos, muchas veces no lo logran. En cambio, algunos evidentes deudores del SAT hacen lo posible para que de su millonaria cartera no les quiten ni un miserable centavo, y lo peor es que ellos son muchas veces objeto de admiración, llamándolos incluso; tío.
Indudablemente, las palabras son muchas veces engañosas, y a pesar de ser el principal medio para difundir nuestras ideas y pensamientos, también son capaces de causar un gran mal, y es que ¿nuestra realidad se construye a través de la palabra o nuestra palabra se construye a través de nuestra realidad? Lamentablemente, hay personas que están convencidas que la impartición de justicia es afable, no obstante, esto es mero cinismo. Una de las falacias más grandes es aquella que perjura que todos somos iguales ante la ley, que nadie puede evadir sus obligaciones y que hay siempre un piso parejo. En México no hay tal utopía, lo único cierto es que mientras más contactos y poder tengas, menos severa será contigo la ley. Este es uno de los muchos ejemplos de un problema que sólo ha ido en aumento a lo largo de los años, la desigualdad que deriva de la corrupción, la falta de educación y la ausencia del compromiso de aquellos que tienen la posibilidad de actuar en beneficio de los demás.
¿Por qué no buscar ser profesionales?, ¿por qué no buscar gente honesta, constante y de ideales sólidos? Es fácil decirlo más no llevarlo a cabo, es fácil de nuevo ser engañados por las palabras de aquellos que están en la cúspide de la montaña. Es complejo lograr que la disidencia no se convierta en condescendencia cuando nuestros legisladores se mofan de aquellos a los cuales supuestamente representan, cuando nuestros candidatos a gobernadores son celebridades misóginas, descaradas, que han conseguido mantener su imperio teniendo todo en bandeja de plata, o bien, periodistas que supuestamente predican la verdad cuando es claro su sometimiento al poder político y económico.
He escuchado un par de veces que algunos se preguntan por qué está bien visto escupir para arriba y no para abajo, es decir, por qué mayormente criticamos a los que tienen abundante poder y dinero, y no al casi 50% de la población que vive en pobreza. Creo que con un poco de sentido común podemos llegar a la respuesta. La crítica a los estratos altos se deriva de que ellos son los que invariablemente encaminan a la sociedad. Es obvio que aquellos en los que recaen responsabilidades tan grandes, tienen que estar sujetos al escrutinio público. Por otra parte, no sería justo compararlos y decir que también debemos de escupir a las clases bajas, pues ellas no tienen la misma repercusión que sus opuestos.
Finalmente, es difícil luchar por una transformación, pero nunca imposible. Afortunadamente, siempre habrá gente bondadosa que anteponga muchas veces el bien común antes que el propio. Habrá gente que pueda bajar de sus imponentes camionetas y darse cuenta del llanto y sufrimiento reprimido de los más desafortunados. Busquemos entonces convertirnos en esas personas, darnos cuenta de que sin importar nuestro lugar de procedencia todos somos responsables de lograr aquello que predicamos sin solamente quedarnos en las palabras. Busquemos profesionalismo, busquemos educarnos y ser constantes en aquello que nos proponemos, busquemos ser inquebrantables y convirtamos la riqueza de pocos, en el bienestar de muchos.