#InPerfecciones
“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría” – Jean Cocteau
Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com
La luz que irradian los dispositivos se refleja en nuestros ojos. Con un simple par de movimientos entramos a una aplicación y le damos “like” a las publicaciones que nos han parecido buenas, bonitas y entretenidas. Dejamos atrás la comunicación epistolar y nos topamos con la inmediatez, en la que, en menos de 1 minuto podemos contactar con quien sea sin importar el momento o la distancia. Así, en búsqueda de facilitar los procesos sociales, la comunicación y hacer de los intereses propios objetivos comunes, encontramos las denominadas redes sociales: estructuras formadas mediante internet para conectar y vincularse con personas de todo tipo; con valores e ideas propias, a través de una pantalla.
De este modo, la tecnología nos ha permitido formar parte en una “nueva perspectiva”; una en la que los usuarios ven reflejada la repercusión de sus acciones no sólo en un plano individual, más bien en uno colectivo. Una en la que el conocimiento y la información son accesibles para todos, y más importante, una en la que se puede ser famoso no sólo en un mundo ficticio, sino en la realidad.
Olas y olas de personas se han vuelto famosas gracias a su paso por las redes sociales. Contenido de todo tipo se ha viralizado a nivel global, ya que, en este espacio, todo está conectado, dando así origen a una gran opción para catapultarse como ídolo o celebridad.
Ahora bien, invariablemente al hablar sobre fama y viralidad, surge una pregunta clave: ¿cuál es la diferencia entre ambas, o qué las caracteriza? Si bien no es sencillo abordar estos términos, podemos universalizar una acepción para cada uno. La fama se puede entender como aquel punto en el que se es reconocido por una numerosa cantidad de personas gracias a uno o varios acontecimientos. De este modo, la fama se puede explicar como el resultado de la viralización de contenidos o acciones, entendiendo lo viral como aquello que se propaga con rapidez y eficacia, teniendo en cuenta la importante repercusión de esta en el receptor.
No es trivial afirmar que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, en este caso, la fama no es la excepción. Al tener la posibilidad de impactar masivamente en su comunidad, se debe poseer una gran formación de conciencia, es decir, los valores éticos y morales de aquellos que están ligados al proselitismo, deben anteponerse a cualquier acto de corrupción ya sea por dinero, más fama o popularidad. Aunado a esto, la fama también debe direccionarse de manera positiva, buscando siempre ser utilizada para la mejora del ser humano y el entorno en el que se encuentra, evitando promover la desinformación, el egoísmo y aquello que sea inmoral.
Finalmente, no cabe duda de lo extenso que un análisis sobre la fama puede llegar a ser, sin embargo, ¿por qué no cuestionarse cuál debería nuestra aspiración genuina: la fama o la trascendencia?