#InPerfecciones
Julia y Coco son dos mujeres contemporáneas que sin conocerse, fueron guerreras y sobrevivientes de realidades muy similares.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Julia y Coco son dos mujeres contemporáneas que sin conocerse, fueron guerreras y sobrevivientes de realidades muy similares.
Visité a mi abuela materna hace un mes. Se llama Julia y le digo “abuelita”. Me identifico mucho con ella y llevo un tatuaje en mi costado que me la recuerda. El día que la visité en su casa y en algún punto de la conversación, mi abuelita dijo “¡Nah nah nah! El hombre es el que debe llevar los pantalones en la relación”.
Con el tiempo he entendido que mi abuelita creció en un contexto distinto al mío y es difícil exigirle que cambie su pensamiento y rechace su formación. A pesar de que se me erizaron los pelos al escucharla, preferí quedarme callada. Aún así, esa frase rebotó en mi cabeza durante muchos días. ¿Será que ella realmente lo cree? ¿Así habrá sido la dinámica de su matrimonio?
Tres semanas después visité a mi abuelita paterna. Su nombre es Socorro pero todos le decimos “Coco”. También me refiero a ella como “abuelita”. No tenemos una relación tan cercana, pero le tengo un cariño muy especial. Fuimos a verla mi mamá, mi papá y yo porque se había puesto mal de salud y había estado en el hospital un par de días.
Ese día mi abuelita estaba débil. Se veía agotada pero mantenía el buen humor. Su voz estaba apagada, pero seguía dulce. Su mirada parecía perdida pero ella se mantenía lúcida. Sus ojos se miraban tristes pero reflejaban fortaleza. La fortaleza de quien acepta su destino y aunque está cansada de dar batalla, confía en que sigue de pie por algo más grande que ella misma.
Lo que más disfruto de visitar a mis dos abuelitas son las historias que me cuentan. Historias de años tan lejanos que parecen vidas pasadas y anécdotas de personas que reviven en sus labios cuando pronuncian sus nombres.
Recuerdos de la infancia, amigos de confianza y el amor por sus hermanos. Crecer en el rancho, limpiar casas en Estados Unidos, conocer a sus maridos y más tarde la llegada de sus hijos. Los años de pobreza, el compromiso de siempre tener pan en la mesa, la sopa con frijoles de todos los días y los colchones compartidos en los que dormían de dos en dos.
Julia y Coco eran dos universos paralelos moviéndose de espaldas, pero al mismo tiempo. Son dos mujeres contemporáneas que sin conocerse atravesaron realidades similares y cada una enfrentó la suya con un estilo, una visión y una personalidad distinta. A su manera ambas fueron guerreras y sobrevivientes.
Mis dos abuelitos eran alcohólicos y pasaron por sus peores años de adicción estando con ellas. Julia y Coco vivieron la preocupación, la angustia y probablemente el temor de criar a sus hijos, mantener su matrimonio y cuidar de sus esposos al mismo tiempo.
Julia nunca aceptó el alcoholismo de mi abuelito. Es una mujer de carácter fuerte y personalidad dura. Cada vez que su marido llegaba tomado a la casa ella le negaba la entrada. Si él se ponía violento ella no se dejaba y le respondía.
Coco por el otro lado, es una mujer de carácter amable que procura siempre a los demás. A la mañana siguiente de la borrachera de mi abuelito, Coco tenía el desayuno listo para ayudarlo a componerse. Cuando él se ponía violento ella prefería no empeorar la situación.
No resto el mérito de mis abuelos, pues con todo y su alcoholismo, nunca dejaron de darles la quincena a mis abuelas para comprar la comida de todos los días. Ambos eran responsables en sus trabajos, y se formaron en empleos duros, físicos, cansados, dejando el alma y el cuerpo en jornadas interminables y desgastantes.
Aún así, me queda claro que los cimientos de sus familias fueron siempre ellas: mis abuelitas. Educadas y convencidas en un sistema que nunca les dio una opción diferente a casarse y tener hijos, tomaron en sus manos la responsabilidad de la crianza y los cuidados de sus familias bajo el estandarte del amor maternal, que si bien romantizado, siempre valioso.
Es aquí donde me detengo y pienso: ¿quiénes llevaron verdaderamente los pantalones en los matrimonios de mis abuelas? Si bien sus maridos eran los proveedores económicos, fueron ellas quienes asumieron una cantidad mayor de roles y responsabilidades. Fueron ellas los corazones que mantuvieron en marcha los motores de sus casas.
A veces duele conocer las historias de las mujeres que vinieron antes de nosotras y nos duele enterarnos que las violencias que hoy rechazamos son las mismas que marcaron las vidas de nuestras ancestras queridas durante años.
Si tenemos el privilegio suficiente de vivir situaciones distintas, esos recuerdos solo viven en las historias que nos cuentan las abuelas, y si tenemos el privilegio de tenerlas todavía con nosotras, podemos tener la sensibilidad de pedirles que nunca dejen de contarlas. Conocer sus historias y reconocer sus esfuerzos nos acerca más a ellas y nos recuerda que en la sangre llevamos la herencia de su valentía, el orgullo de su pasado, y la huella de sus luchas.
Ilustración de Vika Álvarez — @museodesam