Editorial

Poner a las mujeres en el centro

#InPerfecciones
Quienes deciden sobre nuestros cuerpos son el estado, la iglesia, la pareja, la familia, pero nunca nosotras.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

Tengo una pesadilla recurrente desde hace un par de años en la que quedo embarazada y no me atrevo a abortar. Nunca me decido por miedo a enfrentar a mis papás y por miedo a morir sobre la mesa. Una vez que mi hijo está conmigo, lo olvido constantemente en lugares públicos. Ser mamá me arruina la vida.

Esta semana el Congreso de Veracruz aprobó la despenalización del aborto hasta antes de las 12 semanas de gestación. Con ello, Veracruz se convirtió en el cuarto estado del país en hacerlo, junto con la Ciudad de México, Oaxaca e Hidalgo.

Aprovechando el tema, hace un par de días tuve una conversación con un amigo al respecto. Después de unos minutos, mi amigo dijo “Además, los niños no deseados son más propensos a tener una mala calidad de vida. Muy seguramente ese hijo no deseado va a terminar mal”.

Por unos minutos nos vimos envueltos en una conversación sobre el destino de los hijos no queridos y la complejidad de nacer en condiciones de pobreza, hasta que en un punto me di cuenta que por quedarnos en esos temas, nos alejamos del punto central: la maternidad forzada es una violación de los derechos humanos de las mujeres.

Me quedé pensando que justamente por eso es tan peligroso permitir que la conversación sobre el aborto se vaya por el lado de la calidad de vida de los hijos, pues es precisamente un argumento que las personas que condenan el aborto utilizan para justificar su discurso, diciendo que uno no puede saber qué tipo de vida tendrá el bebé si se le niega la posibilidad de nacer y averiguarlo.

Esta conversación con mi amigo me hizo pensar en lo mucho que nos cuesta poner a las mujeres en el centro de cualquier tema en el que son ellas las que tienen -o deberían tener- la prioridad. Qué ridículo resulta defender los derechos de una vida que no se ha desarrollado, mientras pisoteamos los de una mujer que sí existe en el mundo.

Se nos olvida que el sujeto político de la lucha por la despenalización del aborto no es el feto, es la mujer. No es una discusión sobre ética o moral, es un asunto de salud pública. No es una cuestión de religión o espiritualidad, es garantizar los derechos humanos.

Poner a las mujeres en el centro de sus luchas es difícil porque estamos configurados para invisibilizarlas y darlas por sentado. Damos por hecho que la maternidad es un milagro y los hijos una bendición. Hacemos la conversación acerca del pecado, de la culpa, del delito, del bebé, e incluso acerca de nosotros mismos, pero nunca acerca de las mujeres. Quienes deciden sobre nuestros cuerpos son el estado, la iglesia, la pareja, la familia, pero nunca nosotras.

Despenalizar el aborto no aumenta la cantidad de mujeres pidiendo este procedimiento, pero sí disminuye la cantidad de mujeres que mueren a raíz de realizarlo de manera insegura y clandestina. Despenalizar el aborto nos acerca un poco más a la independencia y agencia sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, y a reclamar nuestro lugar en el centro de las conversaciones en las que somos prioridad.

Fotografía de María España

 

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