Editorial

La muerte, esa vieja amiga

#InPerfecciones
Lo finito es la ventana abierta gracias a la cual podemos volar hacia lo infinito…

 

Theo Laurendon
theo.laurendon@inperfecto.com.mx

Ella, vestida por el imaginario colectivo de negro y pálida como la luna, es misteriosa. Nos confunde y el temor o la fascinación se apoderan de nuestro corazón al pensar en ella.

¿Pero es la muerte realmente una fuente de confusión? ¿Es realmente un camino tan desconocido y oscuro como nos lo imaginamos? ¿No sería acaso más bien la vida y sus aventuras continuas la que es, para nosotros, fuente de duda, temor y confusión?

  Y es que vivir, es experimentar la paradoja (¡o sublime y apasionante paradoja!) de ser un ser humano: ser infinito y finito a la vez, sabio e ignorante, bondadoso y terrible, mar sereno y opacas nubes, sonrisa y olvido, luces y sombras.

Pero morir…morir es acercarnos más a las cosas tal como son, sin tensiones, malentendidos, ignorancias y enrancias existencias. ¿Crees que no existe nada después de la vida? Entonces crees que regresas a la nada, porque siempre fuiste nada. ¿Crees en un más allá espiritual? Regresarás a tu esencia, porque siempre fuiste espíritu.

Hay a veces mas sinceridad y autenticidad en la “nada”, en el vacío, en la muerte del ser humano que, quizá, durante todo el tiempo que está vivo…Caen las mascaras y los roles, las mentiras y los autoengaños, por fin. El actor se desnuda.

La muerte, esa vieja compañera, pone al fin las cosas en su sitio.

Ella nos da un regalo inmenso al limitar nuestra vida: el de poder valorar más el tiempo que tenemos. Pues si viviésemos para siempre, ¿cómo sería realmente nuestra vida? El hombre, teniendo una eternidad ante él para vivir, probablemente dejaría de preguntarse cuál es el mejor camino que hay que tomar, ni sentiría ningún anhelo de aprovechar cada instante que tiene ni tampoco se preguntaría quien es realmente o cual el sentido de su existencia. Todos los caminos parecerían tener el mismo valor, el mismo sabor y el tiempo infinito que tendría sería un narcótico para su espíritu… La finitud del tiempo que tenemos es la excusa, la estrategia educativa que usa la Vida para invitarnos a cultivar la calidad del tiempo que nos queda…Son los límites del cuadro que pinta que permite al pintor centrarse en su contenido y buscar la perfección, la belleza, la creatividad profunda y sincera. Si tuviera que pintar encima de una tela de tamaño infinito, ¿realmente prestaría atención a cada detalle? ¿Sentiría la necesidad de vivir cada gesto y cada soplo del proceso creativo como algo maravilloso y único?

Lo finito es la ventana abierta gracias a la cual podemos volar hacia lo infinito…

Lo efímero nos impulsa hacia lo infinito, como la fuerte y pasajera brisa que empuja las velas del barco de la humanidad hacia horizontes sin fin… O como la arena que irita y lastima  el interior de las conchas marinas…y les impulsa a crear una perla preciosa…

El carácter finito de nuestra existencia nos hace buscar, en esta vida, en este momento, algo trascendente, algo real, algo que perdura y que sea autentico. Es como si al contemplar la caducidad de nuestro viaje en este mundo, algo real y eterno en nosotros se despertase…

Contemplar el firmamento estrellado y el centelleo plateado de su insondable misterio nocturno nos hace preguntarnos, desde lo más intimo de nuestro ser, grandes y profundas preguntas…

La noche destapa uno a uno con sus dados sutiles los velos que de día recubren nuestro rostro esencial, y como un niño o niña levantamos los ojos brillantes de asombro y admiración a la bóveda celeste y nos preguntamos: ¿Quién soy yo de verdad? ¿A dónde voy? ¿Qué sentido tiene esta inmensa vida, si es que lo tiene? Si sé que voy a morir, ¿para que esforzarme cada día por vivir? ¿y qué pasará después de morir?
La duda poco a poco se va transformando en certeza, el murmuró en confesión, las sensaciones en intuiciones profundas y nuestro monologo en un dialogo inefable y silencioso con todo cuanto nos rodea, estrellas, olas, seres vivos de la tierra y de los mares profundos. Lo infinito que hay en la vida respondió presente a nuestra petición. Y nuestro limitado y efímero cuerpo material habita ahora millones de mundos invisibles que están aún por descubrir, contemplar, y recordar.

La muerte, decía el viejo Sócrates al contemplarla firmemente en los ojos, sin temblar, y con una sincera sonrisa dibujada en su rostro iluminado por la inapagable luz de la sabiduría, es la liberación del alma. Lo que hay de infinito en nosotros vuelve a lo infinito que hay en la vida. La nota individual se funde, una vez, más en la gran sinfonía del cosmos.

Nacer, es venir. Morir, es regresar…

¿Y de todas formas, por qué temer la muerta si en realidad nunca vamos a experimentarla? se preguntaba Epicuro desde su “jardín de los felices”. Ese pensador del placer – capaz, como ninguno, de ver como la conciencia podía tanto liberarse del apego como gozar con absoluta profundidad e intensidad el sabor de cada momento, irrepetibles por naturaleza, de la vida – se sorprendía que el ser humano viva con temor a algo que no seremos jamás consientes de experimentar como tal, pues…estaremos muertos e inconscientes, incapaces de experimentar ese umbral misterioso que tanto nos angustia. ¿Qué hay que temer, si ya se habrán de todas formas desvanecido todas las sensaciones, y por lo tanto el dolor también? Y si uno cree en un más allá después de la muerte, ¿Qué hay, nuevamente, que temer puesto que todo irá bien? Sea lo que sea, no temamos la muerte. Vivamos el presente, nos invitaba él, con total absorción y no permitamos que el escenario de nuestra vida se convierta en una tragi-comedia donde el protagonista – nosotros – no vive entregado por miedo a algo que en realidad nunca vivirá.



Lo triste no es que tengamos miedo de la muerte, sino miedo de vivir…Y para poder aprender a vivir, ¿Qué mejor maestra y compañera de viaje que la Muerte?

 




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