Editorial

No lo entiendo, la elección de Trump

#InPerfecciones
No cabe duda de que la elección de Trump ha vuelto cuestionar la viabilidad de la democracia en Estados Unidos, tanto por lo que puede hacer (sin duda más extremo) como por si esa fuera la razón por la que fue reelecto.

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

 

Alguna vez leí a alguien opinar que las elecciones presidenciales de Estados Unidos son tan importantes a nivel global, que todo el mundo debería participar. Lo cierto es que para México sí tienen un impacto directo y la elección nuevamente de Trump como presidente, presagia años de mucha tensión en la relación bilateral.

 

A diferencia de su primera elección presidencial, cuando Trump perdió en el total de votos emitidos, pero ganó en el colegio electoral, en esta ocasión el triunfo ha sido claro en todos los ámbitos: número de votos, votantes en el colegio electoral y en los 5 estados considerados “bisagra”. Sin duda, esta elección volverá a traer muchas reflexiones, porque se espera, así lo ha anunciado el propio Trump, una nueva administración que será más radical en la que echará mano, no de los mejores, sino de los más leales colaboradores, por lo que me parece es buen momento para desempolvar algunas de las lecturas que surgieran hace 8 años. 

 

El más famoso de todos los libros de esa época fue sin duda el que escribieran Steven Levinsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias. En él, plantean que “dos normas básicas han reforzado los mecanismos de control y equilibrio en Estados Unidos, de modo que la ciudadanía ha acabado por dar por supuestos: la tolerancia mutua o el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse como adversarios legítimos, y la contención o la idea de que los políticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales”. Lo anterior funcionó bien hasta 2016. 

 

A partir de su elección como presidente, Trump se dedicó a atacar esos valores que daban sustento a la democracia de los Estados Unidos, “lanzando ataques retóricos contra sus adversarios. Calificó a los medios de comunicación como el enemigo del pueblo americano. Puso en tela de juicio la legitimidad de los jueces y amenazó con cortar la financiación federal a las ciudades importantes”. Es decir, empezó a socavar las normas que han sostenido a la democracia estadounidense. 

 

También está el gran politólogo Adam Przeworski, quien, en La crisis de la democracia, plantea que debemos entender que puede no gustarnos el perfil de quien llegue a la presidencia, pero que si es electo de manera libre, y su actuación se mantiene dentro del marco legal, eso es normal para las democracias. Sin embargo, “la victoria de Trump deja en evidencia que cuando los votantes están desesperados, como los enfermos terminales de cáncer dispuestos a buscar cualquier remedio se aferran a cualquier soga que les lancen, incluso las ofrecidas por charlatanes que venden soluciones milagrosas”, lo que deja al descubierto que “las instituciones democráticas pueden no brindar salvaguardas que las protejan de subvertidas por gobiernos debidamente elegidos”. Y Trump insistía una y otra vez en contra de todos los fundamentos democráticos que resistieron, al menos al primer embate.

 

Otro libro que causó revuelo es el de Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia, donde apunta que “la elección de Donald Trump para la Casa Blanca ha sido la manifestación más llamativa de la crisis de la democracia. Por primera vez en su historia, la democracia más antigua y poderosa del mundo ha elegido a un presidente que muestra un indisimulado desdén por ciertas normas constitucionales básicas. Alguien que dejó a sus seguidores en suspense a propósito de si aceptaría o no el resultado de las elecciones, que pidió que encarcelaran a su principal oponente política y que ha mostrado sistemáticamente su favoritismo por algunos adversarios autoritarios de su país antes que por los aliados democráticos de este”. Trump, como candidato, y luego como presidente, fue claro y transparente es que los valores democráticos no son lo suyo.

 

David Runciman en Así termina la democracia, plantea la pregunta de cómo es posible que en pleno siglo XXI “nos sentimos inesperadamente obligados a preguntarnos, ¿así se acaba la democracia?” el causante de dicho cuestionamiento es Trump, porque “su acceso a la Presidencia es síntoma de un clima político sobrecalentado que parece cada vez más inestable, desgarrado por la desconfianza y la intolerancia mutua, alimentado por acusaciones desmedidas y por campañas de ciberacoso. Un diálogo de sordos en el que ambos bandos se ahogan uno a otro en ruido”. Lo peor, apunta el autor, es que se ha vuelto un asunto generalizado en el mundo y Trump no es más que la cara famosa del desquiciamiento de la democracia.

 

Por último recordamos que Madeline Albright también hace una pregunta similar en su libro Fascismo: “¿por qué en pleno siglo XXI volvemos a hablar de fascismo?” y su respuesta es clara y directa: “una de las razones es Donald Trump”. Básicamente, por lo ya señalado en los párrafos precedentes: la insistencia de que la prensa miente, que los jueces son parciales, que el sistema judicial no sirve, y que son traidores los que no apoyan su movimiento”. Por dicha razón, Trump es muy cercano de los gobernantes autoritarios de otros países.

 

No cabe duda de que la elección de Trump ha vuelto cuestionar la viabilidad de la democracia en Estados Unidos, tanto por lo que puede hacer (sin duda más extremo) como por si esa fuera la razón por la que fue reelecto, para lo cual vendrán la cascada de análisis. Sin embargo, la mejor descripción de lo que ha pasado es de Adam Przeworski, quien en una entrevista del pasado 10 de noviembre, señala. “Toda mi vida pensé que uno no debe pensar que la gente está equivocada. Lo que pasó en esta elección me hace dudar. El señor Trump fue condenado por violación por un jurado. Es alguien a quien le cuesta formular una frase correcta en inglés. Es alguien que inventa mentiras cada vez que se desvía de su guion. Es alguien que probablemente no sabe en qué continente queda la Argentina. Y de todas formas, el 50 por ciento de los votantes lo votó: no lo entiendo. Tengo que admitir varios sesgos: sí, soy profesor de la universidad, vivo en Nueva York y no entiendo cómo la gente puede votar a alguien como Trump. No lo entiendo”. Y debo de confesar, que yo también, no lo entiendo.

 

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