#InPerfecciones
La nacionalización bancaria nos muestra que un presidente enojado puede cometer muchos errores que afectan al país.
Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com
En Para comprender la historia, Juan Brom, quien fuera un gran profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, decía que “la historia se propone descubrir y dar a conocer la verdad; también puede tener por finalidad proporcionar enseñanzas para el gobierno, (y) servir de entretenimiento”. Esto viene a colación porque en las postrimerías del sexenio se ha realizado una reforma controversial (por decirlo de la manera más suave) previo al traspaso del poder. Para encontrar algún referente similar en la historia del México moderno, tenemos que remontarnos hasta el 1 de septiembre de 1982 cuando el presidente de la República, José López Portillo, anunció la nacionalización de la banca comercial.
El viejo esquema de industrialización sustentado en la sustitución de importaciones, un modelo que funcionó desde la posguerra hasta los años 60, pero que ya se había agotado. Para finales de la década de los 70, el país había caído en la trampa de la deuda externa para financiar el crecimiento interno. Así, con una economía dependiente de la venta del petróleo (en 1980 representaba el 75% de las exportaciones), una balanza comercial negativa que casi se había duplicado, un déficit en las finanzas públicas del 14% en 1982, una deuda externa 3 veces más grande en 1982 que en 1976, y una inflación superior al 100% anual, México pasó de “administrar la abundancia” (expresión del presidente López Portillo) a una terrible crisis económica.
Una serie de medidas vinieron a descomponer todo: en febrero de 1982 la declaratoria de la devaluación del peso (en ese entonces en gobierno fijaba la paridad cambiaria con un tipo de cambio flexible o “flotante”, pero limitado, no como ahora que es libre flotación) y el aumento salarial de hasta el 30% un mes después, provocaron un aumento desbocado de la inflación. Con un gabinete económico dividido en dos posturas, López Portillo despidió a quienes se oponían a sus políticas (también en esas épocas, solían encontrarse entre el gabinete, quienes le decían que no al presidente), con lo que se acabaron los equilibrios en las propuestas.
Para terminar con el cuadro, la devaluación provocó demanda de dólares, ya sea por el pago de las deudas o porque la gente prefería las cuentas bancarias en esa moneda. Por si fuera poco, disminuyeron a nivel internacional los precios del petróleo y se dispararon al alza las tasas de interés. En pocas palabras, México se quedó con menos ingresos y más gastos, porque López Portillo prefirió terminar sus grandes obras a a reducir el gasto público: ““o se construye con oportunidad o se controla con eficiencia” señala en sus memorias llamadas Mis tiempos.
López Portillo entendía que en cuestiones de dinero, la gente suele tener un comportamiento egísta, pero confiaba en que los mexicanos dejarían sus pesos en el país por solidaridad. Al confirmarse que aumentaban los depósitos y las compras de bienes raíces en Estados Unidos, López Portillo enfureció, y los culpaba del desastre económico. Tan es así que confiesa que “ordené, entonces, se proyectara una ley que gravara los capitales mexicanos en el extranjero, incluidos inmuebles. Y traje otra vez a mi intención el proyecto de nacionalizar la banca y de establecer el control de cambios”. De ese nivel era el enojo.
La decisión de nacionalizar la banca se le hizo saber al presidente electo, Miguel de la Madrid, la noche anterior a su anuncio. quien, como señala en sus memorias, Cambio de Rumbo, fue contundente al decirle al mensajero, José Ramón López Portillo, (hijo del presidente y subsecretario de Programación) que con la medida, el presidente “recibirá aplausos durante quince días, se organizará el sistema político habrá manifestaciones en el Zócalo, la gente de izquierda se pondrá feliz. Sin embargo, antes de que salga, va a sufrir un grave desprestigio por los efectos negativos de la medida”. También apunta De la Madrid haberle dicho a Jesús Silva Herzog (recién nombrado como secretario de Hacienda), “que su obligación era mantenerse en el puesto y tratar de afrontar desde ahí las circunstancias: no podíamos dejar todo en manos de unos locos”.
Desde la perspectiva política, De la Madrid consideraba, con justa razón que “la medida implicaba para mí una grave falta de respeto y la sospecha de que el presidente pretendía condicionar mi gobierno”, por lo que de plano, en un desayuno con López Portillo, cuenta que le hizo ver que si insistía en promulgar otras leyes, yo me vería en la necesidad de cambiar esas leyes el primero de diciembre. No podía aceptar leyes que ni siquiera conocía”. De la Madrid también sabía que era imposible revertir la nacionalización, ya que tendrían que hacerlo con el voto de los mismos legisladores que la habían aprobado.
Diferentes voces compiladas en los magnificos 3 tomos La nacionalización bancaria. 25 años después la historia contada por sus protagonistas, señalan que la decisión fue errónea: David ibarra, exsecretario de Hacienda, “con la nacionalización iniciamos la destrucción de la banca de desarrollo en México y con la reprivatización la concluimos”; Gustavo Romero Kolbeck, Director del Banco de México, “la nacionalización se enfrentó a la falta de funcionarios con experiencia en el sistema bancario”; Jesús Silva Herzog, “la decisión de nacionalizar la banca fue una de las medidas erróneas tomadas para intentar salvar la situación”; José Ramón López Portillo, “en retrospectiva, la nacionalización de la banca no fue el verdadero problema que afectó al país, sino la ausencia de reformas y medidas tanto económicas como políticas que desmantelaran ordenada, competitiva y justamente, al viejo sistema”; Soledad Loaeza, “gracias a esta medida, el Estado obtuvo recursos financieros adicionales en el corto plazo; sin embargo, las reacciones de desconfianza e incertidumbre que suscitó aceleraron el agotamiento de los recursos políticos de largo plazo que requería el éxito de la decisión”.
La nacionalización bancaria, y la reconstrucción de los hechos mediante los testimonios de diversos actores, nos muestra que un presidente enojado puede cometer muchos errores que afectan al país, como lo hizo López Portillo contra los banqueros y ciudadanos que no confiaban en las medidas económicas del gobierno. De la Madrid señala que siempre “hay un gran peligro en el enloquecimiento de los presidentes. Los locos hacen enloquecer al presidente, porque la locura es contagiosa. Los colaboradores cercanos al presidente pueden causarle mucho daño y, con ello, hacerle daño al país”.
También es posible que, como señala José Ramón López Portillo, “se falseó y ocultó la información al gabinete y al presidente”, lo que significa que el presidente no siempre es el mejor informado, o peor aún, como insistentemente señala López Portillo es Mis tiempos: “no acabo de entender qué pasa”. Malinformado y sin entendimiento cabal de los hechos es un coktail destructivo.
Al final, 10 años después, Carlos Salinas terminaría por privatizar la banca nacionalizada (México, el paso difícil a la modernización) argumentando que “la vendemos no por razones ideológicas, sino porque necesitamos esos bienes, esos activos para remediar los males sociales” es decir “obtener recursos para el gasto social”.
#InPerfecto