Editorial

La belleza del sufrir

#InPerfecciones
“Creo para entender, y entiendo para creer.” Anselmo de Canterbury

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

 

Recientemente en México –que como es sabido es un país en el que predomina el catolicismo– se llevaron a cabo las celebraciones correspondientes a la Semana Santa, una tradición desde tiempos inmemorables. En quehaceres como la puesta en escena de la Pasión de Cristo en Iztapalapa o la ola de celebraciones litúrgicas no sólo somos testigos de uno de los rasgos culturales más importantes de nuestra nación; la fe, sino que nos apropiamos de la religión como para cambiar por completo el sentido de nuestra existencia.

 

 Seas o no creyente, querido lector, te propongo que analizar de la manera más sencilla posible el significado de estos momentos bíblicos que a tantas personas han cautivado. La Semana Santa, desde una óptica católica, consiste en los momentos más complicados de un Dios bíblico: Jesús. El Jueves Santo, la agonía comienza cuando Él es partícipe de la Última Cena, –inspiración de artistas como Da Vinci– en la que no sólo marca un momento determinante al ser parte de la Eucaristía, sino que instituye en esas horas previas a su muerte, el servicio. A saber, el servicio no consiste en una actividad específica o una labor predeterminada, sino en la voluntad propia puesta al servicio de los demás. Es decir, Jesús, al lavarle los pies a sus discípulos, no sólo actuó de manera bondadosa, sino que explico con su actuar cómo es que sin importar quiénes somos, siempre debemos ver en el prójimo –el otro¬–, una oportunidad para ayudarlo de manera incondicional tal como Jesús, que, a pesar de ser Dios, se hincó ante el otro para servirle. 

 

Ahora bien, con este ejemplo, vemos que las enseñanzas bíblicas no sólo son se advierten útiles para aquellos que somos practicantes, sino que, de manera amplia, cualquier persona que ayude a quien más lo necesita es, sin duda alguna, contribuyente para lo que hoy conocemos como “Bien Común”. No obstante, por más que lo anterior goza de gran importancia, no es lo que más destaca en festividades tan importantes, lo que destaca por sobre todas las cosas, es el sentido del dolor que Dios nos explica a través del ejemplo de su Hijo traído al mundo. El dolor, en la monótona realidad que vivimos los ciudadanos de a pie es concebida comúnmente como algo que deberíamos evitar. Buscar el placer evitando la mayor cantidad de sufrimiento es un propósito hedonista que desde tiempos remotos ha sido parte de nuestro entender del mundo. Sin embargo, cuando somos partícipes del dolor es donde pocas ideologías y propuestas filosóficas son capaces de decirnos cómo actuar. Sin embargo, la religión tiene mucho que decir al respecto. Notamos lo anterior desde el momento en el que conocemos que Jesús, alguien con naturaleza divina y humana, puede pasar por un tornado de dolor simplemente por nosotros, seres imperfectos. El pilar fundacional para comprender el catolicismo es la Resurrección de Cristo, demostrando ser alguien para quien ni siquiera la muerte es un digno rival, sin embargo, ¿qué nos deja a nosotros el saber cómo Jesús sufrió y venció? Para empezar, nos da un sentido completamente distinto del dolor. Bajo la premisa de que somos seres humanos que estamos expuestos a tener experiencias desagradables o poco placenteras, el dolor es algo que puede cobrar un sentido valioso si se afronta de la manera correcta. Bajo dicha doctrina religiosa, el dolor es una de las vías mediante las cuales podemos hacer lo más grandes actos de valentía y amor. El dolor es aquello que nos enseña tanto, desde preceptos como la humildad, hasta valores como la fortaleza o la constancia, que seamos o no creyentes, nos son útiles en cada paso que damos. Así, el dolor no es una especie de castigo, sino una manera de aprender que aquello a lo que nos podemos llegar a enfrentar nos permite crecer de manera íntegra como personas. Bajo el yugo del dolor se han hecho cosas que dejan en ridículo al propio concepto de belleza: cuando perdemos a un ser querido o familiar, pasamos por una penosa etapa de duelo, pero ante la ausencia de aquellos a quienes amamos, aprendemos a querer más a quienes aún nos acompañan. También, cuando pasamos por crisis económicas o emocionales, aprendemos a darnos cuenta de quiénes de verdad nos aprecian y estará con nosotros a pesar del diluvio existencial.

 

Es sencillo entender lo antes mencionado cuando lo extrapolamos a un caso cotidiano. Imaginemos que estás en la playa; la arena está ardiendo por el calor que irradia el sol, sin embargo, el mar, cálido y refrescante es lo que anhelas. Es necesario que caminemos por la arena caliente, que tengamos que pasar de puntas para evitar la molestia para así, después de un tramo, llegar a la meta que es el deleite de las olas. De este modo podemos entender el dolor, y es que, sin importar cuántas cruces tengamos que cargar, el abrazar lo que puede incomodar es la única manera de ver en lo más negro, el bello destello de luz que nos permite ver, luego, incluso lo malo. Redimirnos, reencontrarnos y amarnos, es resulta del idílico proceso del dolor. 

 

Así, te invito a que seamos partícipes de esta visión del sufrimiento, en la que en vez de asimilarlo como una condena, veamos en él una oportunidad para crecer de manera completa e inequívoca. Incluso filósofos como A. Schopenhauer, quienes afirman la vida como un constante ciclo de insatisfacción y dolor, encuentran en la compasión, el único remedio. 

¡Feliz Pascua!

 

Un abrazo.

 

#InPerfecto