Editorial

Mi revolución es seguir creyendo en mí

#InPerfecciones
Escuché los podcasts, leí los artículos, guardé los posts, platiqué con mis amistades, pedí consejos, tomé terapia, escribí al respecto. ¿Qué hice mal?

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

¿Está bien pedir que nos quieran de la forma en que queremos? ¿O más bien tenemos que aprender a aceptar el cariño como nos lo pueden dar? ¿Es cierto que debemos querer como queremos que nos quieran? ¿O está bien querer distinto al cariño que deseamos recibir? ¿Es verdad que no podemos pedir el afecto que no damos? ¿O más bien deberíamos validar que cada quien quiere a su manera?

 

Estas son algunas de las preguntas que me he estado haciendo en las últimas semanas. Les he dado vueltas y vueltas mientras pienso en una de las columnas que escribí el año pasado, donde hablé sobre mi proceso de aprender nuevas formas de querer. Francamente, una de las columnas que más he disfrutado y que he escrito con más pasión, entrega e inspiración. En aquella columna me encontré a mí misma tecleando con el frenesí de las palabras que revoloteaban en mi cabeza y se acumulaban en la punta de mis dedos, urgentes de salir en la forma de un texto que les diera sentido.

 

Aquella columna la escribí con la emoción de estar explorando lo desconocido; con el asombro de descubrir los caminos que antes no pude ver; con la ilusión de hacer las cosas funcionar; con la plenitud de sentirme ganadora, de haber descifrado aquello que antes no había podido comprender. Escribía con la confianza de que, a partir de ese momento, todo estaría bien (y es que de hecho mientras escribía, en mis audífonos sonaba “Todo Estaba Bien”, de Carlos Sadness en replay).

 

Estas son algunas de las palabras que inundaron mi columna y mi pensamiento en septiembre del año pasado:

 

“Estoy aprendiendo que el afecto puede ser lo que yo quiero que sea: libre, auténtico, paciente, cambiante, valiente y finito,

Pues no necesita ser eterno para ser verdadero,

Ni ser exclusivo para ser especial.

 

Estoy aprendiendo a querer sin poseer, a cuidar sin depender, y a estar sin controlar.

Estoy aprendiendo a volver a confiar de a poquito,

Un tanto en los demás,

Pero mucho más en mí,

Pues al hacerlo vuelvo a creer en mi capacidad y mi deseo de querer bien y bonito.”

 

Después de varias y diferentes relaciones fallidas, después de tres años de evitar compromisos formales y esquivar entregarme emocionalmente, y sabotear cualquier asomo de afecto que aparecía en mi vida, decidí darle a la idea del afecto y a mí misma, una nueva oportunidad para experimentar el cariño desde nuevos, distintos y mejores lugares. Decidí cambiar la cautela por la confianza, la inseguridad por la ilusión y la incredulidad por la curiosidad.

 

Primer acto: felicidad, emoción, mariposas, plenitud, sonrisas involuntarias, soñar despierta.

 

Por un tiempo creí que había descifrado la fórmula para el éxito de los vínculos sexoafectivos. Tenía un rato siguiendo contenidos y plataformas que hablan sobre esquemas relacionales alternativos, sobre mejores, más empáticas y asertivas maneras para tejer vínculos afectivos, e incluso sobre la construcción de relaciones desde la ética feminista.

 

Creí que estaba haciendo todo bien: comunicándome asertiva y efectivamente, identificando mis necesidades afectivas, expresando mis deseos, haciendo las preguntas correctas, escuchando activamente, empatizando desde la apertura y la comprensión, generando acuerdos y estableciendo límites.

 

Sentí que lo había logrado; estaba logrando demostrarme que podía volver a querer, a confiar, a entregarme – y hacerlo bien. Sin lastimar ni que me lastimaran, deshaciéndome de esa creencia que me aterroriza diciéndome que amar es rendirme a destrozar y ser destruída.

 

Algunos meses después de aquella columna, el asombro me visita de nuevo. No el asombro juguetón, ilusionado y alegre que me acompañó en aquel momento, sino un asombro sombrío, confundido, incrédulo y a la vez resignado – el asombro de preguntarme “¿Cómo terminé aquí de nuevo?”.

 

Escuché los podcasts, leí los artículos, guardé los posts, platiqué con mis amistades, pedí consejos, tomé terapia, escribí al respecto. ¿Qué hice mal? ¿Qué no hice? ¿Qué me faltó? ¿Por qué me volvió a pasar?… ¿Cómo terminé aquí de nuevo?

 

¿Soy yo? ¿Es algo que yo estoy haciendo mal? ¿Será que en el fondo no deseaba entregarme realmente de nuevo? ¿Será que perdí la capacidad de vincularme sanamente? ¿Será que en algún momento me descompuse?

 

¿O son las personas con quienes me vinculo? ¿Será que tengo un patrón? ¿Será que me estoy auto-saboteando buscando el mismo tipo de personas? ¿Será que tengo una fijación por personas que no están emocionalmente disponibles para sostener un vínculo conmigo? Pero entonces, ¿al final si soy yo? ¿es culpa mía? ¿seré la causa de los ciclos en los que me pierdo?

 

Segundo acto: Incertidumbre, miedo, inseguridad, desconfianza, desilusión, decepción y caos.

 

Hace un par de años mi mejor amiga me dijo algo que se quedó incrustado en mi mente. Me dijo que una no puede des-crecer; una no puede retroceder lo que ha aprendido. Un mes después del caos que se gestó en mi mente, me parece curioso recordar las palabras de Carinna. 

 

Me parece curioso darme cuenta que uno de mis miedos más grandes es revivir viejos dolores del pasado, regresar a situaciones que anteriormente sufrí, descubrir que soy un fraude al darme cuenta que por más que sienta que he cambiado, sigo cayendo en los mismos vicios y los mismos errores. La verdad es que me da pavor la inevitabilidad de un sufrimiento del que por más que intente, nunca podré escapar.

 

Dentro del torbellino de pensamientos obscuros que tienden a llevarme a sobrepensar mi situación, aquellas palabras regresaron como una píldora que alivió mi angustia y mi ansiedad. Y aunque sigo procesando todas las preguntas que dan vueltas en mi cabeza como zopilotes, hoy me siento más tranquila al recordarme que no regresaré a los mismos dolores que marcaron mi pasado. Ni soy la misma persona que fui hace años, ni aquellas situaciones siguen vigentes en la vida que hoy transito.

 

Y a pesar de las cosas que fueron y dejaron de ser, las decepciones, los acuerdos que se rompieron y el duelo de lo que no fue… me sostiene la admiración del amor propio que me tengo y que se sostiene en la paciencia y la compasión que me demuestro. Mi revolución está en las palabras que me dedico para curar mi corazón.

 

Tercer acto: Cambié, aprendí, crecí, sigo floreciendo, y no puedo des-crecer.

 

#InPerfecta

 

Ilustración de Catalina Tapia