#InPerfecciones
“Las mejores historias son las que se escriben a cuentagotas, los detalles que las van alimentando mantienen la atención expectante sobre lo que habrá de venir en el futuro”
Carlos Rosas Cancino / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx
Las mejores historias son las que se escriben a cuentagotas, los detalles que las van alimentando mantienen la atención expectante sobre lo que habrá de venir en el futuro, por eso las telenovelas tienen tanto éxito en el gusto del público, se ríe o se llora al ritmo de los intercambios entre los buenos y malos de la historia y se goza cuando al final la bondad, el amor y la justicia hacen su arribo para brindar un toque de fantasía al futuro promisorio de los protagonistas.
El ejercicio de la política que implementa un Gobierno, después de todo, tiene un parecido a esas historias donde la confrontación entre buenos y malos mantiene al espectador al filo del asiento a la espera de nuevos capítulos en los que se vayan desentrañando las elucubraciones e implementaciones de quienes fueron electos para desempeñar un importante papel en la historia que vemos todos los días, sin embargo, la intención de referirme alegóricamente al ejercicio de Gobierno y sus implementaciones como si fuese una gran telenovela, es la sutil pero muy popular farsa, que se escribe, produce y ejecuta para conseguir altos niveles de audiencia y desde luego muchas ganancias.
Ambos ejercicios no se encuentran tan alejados en términos de narrativa, aunque lo que los hace diferentes es la repercusión que tienen ambos casos sobre los espectadores, los críticos más recalcitrantes del las telenovelas señalan, qué, éstas forman parte del “opio del pueblo” insertando un pensamiento clasista, peyorativo, ultraconservador y hasta racista, sin embargo, en la farsa que se transmite todos los días a manera de ejercicio político-público-democrático que lleva a cabo el Gobierno, la repercusión tiene un nivel de profundidad de mucho mayor alcance porque se produce con recursos públicos y termina transmitiendo una y otra vez –también- la misma narrativa clasista, peyorativa, ultraconservadora y racista que las producciones telenovelescas insertan en el imaginario colectivo.
Claro está, que dicha narrativa se adereza con bonitas y muy correctas formas políticas y a distintos niveles para que el grado de alcance en las audiencias se reciba de manera clara y contundente, así podemos ver una misma historia contada a través de diferentes ópticas, el político de derecha defenderá las buenas formas, la legalidad y lo benéfico que representa para el mercado la estabilidad económica de la propiedad privada, el político de izquierda será un tanto menos correcto en la forma, esgrimiendo un discurso más agreste en contra de los privilegiados que se han beneficiado hasta el cansancio con la usura que representa la acumulación de la propiedad privada, sin embargo, como en toda buena farsa telenovelera, al final del día ambos protagonistas resultan provenir de la misma cuna de seda para terminar sentados a la misma mesa donde se sirven abundantes viandas colmadas de privilegios que los espectadores terminan no solo subvencionando sino hasta en algunos casos muy fanáticos aplaudiendo y celebrando.
Las escuelas de actuación forman parte fundamental en la calidad que terminan exhibiendo las producciones de alto octanaje mediático, los cuadros de formación político-partidistas entrenan y domestican muy bien a sus potenciales estrellas que se insertarán en el ánimo y el gusto colectivo explotando muy bien sus virtudes y habilidades en materia de manipulación, retórica, imagen e ideología, algunos son más extremos que otros o lo que para la jerga política se define como radicales, otros más ecuánimes y mesurados recibirán la tilde de moderados, aunque los más destacados son los que tienen el potencial histriónico de oscilar entre ambos polos y manejar de manera magistral el discurso que habrá de conseguir el tan anhelado “rating” o aprobación popular si es que se desea trasladarlos al contexto de la arena política con intenciones electorales.
Las estrellas de la política encumbradas en el poder no podrían serlo si en su haber no existieran escándalos que sumen o resten a su imagen, aunque en este punto es donde la alegoría telenovelesca, comienza a tornarse un poco más turbia porque dichos escándalos por lo regular tienen que ver con el uso discrecional y corrupto de los recursos públicos, el nepotismo, tráfico de influencias, tortura, narcotráfico y demás linduras, qué, bajo la lupa del escrutinio público tendría que ser motivo suficiente para remover de su cargo a las estrellas de la política pública, sin embargo, y como se estila en el mundo de la farándula, no hay nada mejor que los asesores de imagen que se encuentran prestos y dispuestos a limpiar el cochinero que dejan a su paso los “rockstar” de la política nacional ya sea en su modalidad de voceros, secretarios y fanáticos lame botas que harán uso de cualquier cantidad de artilugios retóricos para justificar las tropelías de las celebridades, solo basta con organizar una que otra presentación para darle sus baños de pueblo besando niños para que se ponga de manifiesto una supuesta naturaleza bondadosa y carismática del personaje en cuestión.
Los arrebatos y ocurrencias se cubren con saliva generando una versión alterna de la realidad, algo así como un lado B de la historia o lo que para los más fervientes crédulos son los otros datos; todo debe acompañarse de un ingrediente muy eficaz para derribar la mala imagen de una estrella de la política, el ingrediente de la exigencia de las correspondientes pruebas que sustenten los dichos o las acusaciones que pesan en contra del agraviado e impoluto personaje, esto sin importar que aún vestido de payaso la narrativa generada a su alrededor niegue categóricamente que se dedica o a contar chistes o a ser la amenidad del circo; no importa que las bromas de mal gusto y el discurso mal intencionado que criminaliza a sus detractores se financie con recursos públicos y se dilapide la riqueza, lo importante es que el mensaje quede muy claro y el mensaje es el estado soy yo, soy yo junto con el poder castrense, soy yo junto con el poder judicial, soy yo junto con el poder legislativo, el estado soy yo junto con los incondicionales cómplices que me aplaudirán todo, hasta el saqueo de sus cuentas de ahorro para el retiro.
La farsa que el Gobierno Federal escenifica se encuentra en su momento de mayor “rating”, que no se nos haga raro que los productores se encuentren escribiendo más capítulos para alargar la historia, al fin que actores zurdos o derechos sobran y que además son intercambiables y si esto no fuera suficiente lo que sobran son efectivos militares con todo y marco jurídico para actuar como sea necesario no solo porque son muy versátiles sino porque para eso están entrenados; en fin, en esta puesta en escena los espectadores seguirán estando al filo de la butaca, asiento o en términos de violencia, al filo de la navaja, los actores seguirán como siempre, dando espectáculo y gozando de todas las prebendas que otorga el poder cuando se es actor de una farsa que entretiene a todos mientras los atraca.