#InPerfecciones
Claro que podemos querer desde la falta de amor propio. Podemos amar desde el resentimiento, la carencia, la soledad, la inseguridad y el miedo.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Se escucha mucho esa frase que dice “No puedes amar a nadie si antes no te amas a tí”. Pero lo cierto es que se puede, y llevamos haciéndolo desde hace mucho tiempo sin darnos cuenta. La cosa no es decir que no se puede, sino hacer conciencia sobre las consecuencias de hacerlo.
Y es que el problema está en que nos creímos el cuento de que el amor lo conquista todo, y el amor todo lo puede. En esta narrativa romantizada, asociamos el concepto del amor con el significado de la redención, la salvación y la trascendencia. Tres palabras poderosas que sin embargo, combinadas, resultan en una sola, más sombría y peligrosa: dependencia.
Desde esta narrativa, el amor es entonces un rescate, una cura y un escape. El amor es aquello que nos puede salvar de nosotres mismes, de nuestros defectos y nuestros demonios. Si cualquier dolor, cualquier fisura, complejo, trauma o inseguridad pueden ser tratados y resueltos a través del amor, ¿cómo no vamos a perseguirlo de por vida? Si sentimos que algo está mal y roto en nosotres, ¿cómo no vamos a buscar reparación?
Si miramos hacia atrás y analizamos nuestras relaciones, vínculos o enamoramientos del pasado, vale la pena preguntarnos desde dónde surgió nuestro afecto por esas personas. Es incómodo darnos cuenta que muchos de esos vínculos pudieron haberse dado en un contexto de inestabilidad mental y emocional en nuestras vidas. Es decir, creímos que necesitábamos encontrar el amor para salir adelante, para encontrar un propósito, para escapar de la obscuridad donde estábamos.
Si alguna vez le dijiste a alguna pareja “me salvaste” o “me rescataste” o “no sé qué hubiera hecho sin ti”, lo más probable es que le hayas atribuido a esa relación afectiva la falsa propiedad curativa del amor romántico. Si no la dijiste, pero la otra persona te la dijo a ti, es igualmente probable que te hayas sentido bien al escucharla, pues nos hemos acostumbrado a asumir alguno de los dos arquetipos tóxicos de las relaciones basadas en este tipo de amor: el salvado, o el salvador.
Haciendo el ejercicio retrospectivo de analizar mis relaciones y vínculos afectivos pasados, me di cuenta que si bien el afecto que sentí por esas personas era sincero, el lugar desde el que tejí ese afecto no siempre fue el mejor.
Una de mis relaciones resultó del logro de insistir en la obsesión que tenía con mi crush. Otra de mis relaciones me hizo creer que mi vida antes de esa persona no tenía sentido. Otra de ellas me hizo sentir que mi novio me había salvado de una rutina vacía de one-night stands. Otra más, surgió de mi miedo interno a quedarme sola. Y un vínculo afectivo que viví el año pasado me hizo darme cuenta que realmente no estaba enamorada, sino que aferrándome a esa persona, estaba evitando atravesar por el duelo de haber perdido una relación reciente.
Claro que podemos querer desde la falta de amor propio. Podemos amar desde el resentimiento, la carencia, la soledad, la inseguridad y el miedo. Podemos querer desde todos los lugares equivocados.
Es incómodo cuestionarnos y atrevernos a encontrar patrones autodestructivos que alguna vez romantizamos, sin embargo el miedo y la incomodidad son las primeras alertas que nos ayudan a darnos cuenta que debemos modificar esos patrones. Empezar de nuevo significa desaprender nuestras formas familiares pero equivocadas de querer, pues tal vez en el proceso aprendamos a sembrar afectos que florezcan desde un lugar más sano, más seguro y más bonito.
Ilustración de Vika Álvarez