Editorial

Las histéricas

#InPerfecciones
Las mamás no tienen permitido expresarse ni desahogarse, porque en el momento que lo hacen las llamamos dramáticas, quejumbrosas… histéricas.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

Viví en casa de mis papás hasta los 21 años. Pero no fue hasta que me mudé que empecé a reparar en las dinámicas injustas, desproporcionadas y sobre todo normalizadas que se viven de vez en cuando en mi familia nuclear.

 

El privilegio nos empaña los lentes con los que vemos la vida. En mi caso, el privilegio de ser la única hija mujer y mantenerme ocupada estudiando me impidió darme cuenta que yo también me beneficié por muchos años del sistema sexista que en mi familia, como toda familia tradicional mexicana, da por sentado que la mujer madre de familia es responsable de las labores domésticas, de crianza y de cuidado.

 

Y es que al hablar de la división sexista del trabajo que se le asigna por default a las mujeres, hablamos de toda una serie de efectos y consecuencias que impactan negativamente en el bienestar económico, mental y emocional de quienes llamamos “amas de casa”. Uno de ellos es el menosprecio y la invisibilización de su labor. ¿Cuántes de nosotres llegamos a decir “mi papá trabaja, y mi mamá no hace nada” cuando nos referíamos a las ocupaciones de nuestros padres en la primaria?

 

Genuina e ingenuamente crecimos con la idea de que las labores del hogar son sencillas, denigrantes o inferiores a cualquier otra profesión o grado académico. El sistema patriarcal y capitalista en el que nos formamos nos hizo invisibilizar el trabajo de las mujeres madres de familia, negándole la denominación de empleo formal e ignorando que como cualquier ocupación de jornada completa merece ser dignificada. Ese mismo sistema le colgó el estandarte del amor maternal y les mintió a nuestras madres diciéndoles que la remuneración por sus actividades de cuidado y crianza es ver a sus hijes convertirse personas de bien. Qué mierda.

 

Existe otro fenómeno que acompaña el menosprecio de la labor de las amas de casa: la invalidación. Quienes nos beneficiamos de los cuidados y atenciones de nuestras madres caemos en el error de asumir que desempeñan sus tareas con un amor natural y perpétuo. No nos damos cuenta que las mamás hacen todo aquello que nosotros odiamos, nos da pereza o nunca aprendimos a hacer: barrer, trapear, lavar los trastes, hacer la comida, incluso lavarnos los calzones aún cuando ya estamos en la universidad o peor, trabajando.

 

Tengo tíos y tías, primos y primas que siguen usando la excusa de la “buena sazón” de mi abuelita o lo “tremendamente ocupades” que están para que les siga haciendo la comida de toda la semana, cual cocina económica. Tengo tíos (específicamente hombres) que siguen llevando su ropa sucia a la casa de mi abuelita fingiendo que en algún momento lavarán ellos, con la intención cínica de que ella termine haciéndolo por ellos.

 

Y es que la falta de sensibilidad y mínima empatía nos hace abusar de nuestras amas de casa y exigirles que mantengan la sonrisa mientras lo hacemos. Pobre de la mamá que se queje de la cantidad de trastes que su familia ensucia durante la cena, pobre de la mamá que pida ayuda a sus hijes porque el agotamiento la sobrepasa, pobre de la mamá que demuestre debilidad, hartazgo, cansancio o estrés. Las mamás no tienen permitido expresarse ni desahogarse, porque en el momento que lo hacen las llamamos dramáticas, quejumbrosas… histéricas.

“Chale, relájate, mamá”, “Bueno ya, yo limpio pero cálmate”, “Bájale dos rayitas a tu estrés”. Todas son frases que he escuchado decir a mis hermanos o mi papá, y que yo también llegué a usar cuando vivía con mi familia. Todas ellas son expresiones de insensibilidad, indiferencia y arrogancia que no hacen más que invalidar las emociones legítimas de nuestras madres.

 

Si nos desprendemos un poco de nuestro privilegio y de los beneficios que gozamos a partir del mismo, podemos desmantelar las creencias y violencias que hemos normalizado en nuestras familias. Desprendernos de nuestro privilegio significa regresar sobre nuestros pasos y responsabilizarnos por nuestra falta de sensibilidad y nuestro actuar egoísta. Desprendernos de nuestro privilegio puede ayudarnos a empatizar con  las vivencias diarias de nuestras madres, abuelas o amas de casa, y nutrir una relación empática, equitativa, respetuosa, recíproca y amorosa con ellas.

 

Fotografía de Angie Vargas

 

#InPerfecta