Editorial

Placer…Placer…¿es lo mismo que la felicidad?

#InPerfecciones
“El mundo no es siempre placentero, pero es el placer que siempre mueve al mundo”.

 

 


Theo Laurendon, profesor del Centro de Estudios Sophia, www.centrosophia.com.mx
theo.laurendon@inperfecto.com.mx

¡Alegría de nuestros días, o tormenta de nuestras noches! Energía motora que nos impulsa a la acción…o la inacción. A amar y odiar, pensar y olvidar. A ser o no ser. El mundo no es siempre placentero pero es el placer que siempre mueve al mundo. Le debemos nuestros recuerdos más luminosos y nuestras desdichas más oscuras. ¿Quién es? ¿Qué es? ¿Es posible domar a ese caballo insaciable e intrépido?
Desde su “jardín de los felices”, autentico paraíso de deleite y de presencia, el filósofo Epicuro contemplaba las olas de nubes acercarse suavemente hacia Atenas, hace ya veintitrés siglos. El ojo de su conciencia concentrado en el oleaje constante y profundo del Egeo, se preguntaba nuevamente como vivir el placer de forma equilibrada y consiente. Una serena sonrisa ilumino su rostro: acababa de recordar nuevamente aquellas ideas de sabiduría que el mismo había escrito hace tiempo, y que volvían ahora a iluminar sus reflexiones como un relámpago.
“Existen diferentes tipos de placeres”, recordó. El hombre feliz es aquel que sabe diferenciarlos y elegir los que le hacen llegar a la felicidad, apartándose de los que le hacen experimentar el sufrimiento.
Primero, existen los placeres naturales y necesarios: alimentarse, calmar la sed, el abrigo y el sentido de seguridad.
Segundo, los naturales y no necesarios: disfrutar de una rica comida, el acto sexual, los placeres de carácter espiritual etc.
Por fin, los placeres innaturales e innecesarios. La fama, el poder, el prestigio etc.

El hombre feliz, se aparta de este último tipo de placer. Porque se trata de placeres que no podemos nunca saciar y que nos separan de los demás y de la vida. Nos hacen vivir desde la carencia y el conflicto, desde la competitividad y el vacio interior. Son como espejismos, que parecen sumamente atractivos antes de tenerlos pero que al acercarnos a ellos, se desvanecen y nos generar más “sed” y sufrimiento. Siempre necesitaremos “mas”, aunque no los necesitemos en realidad.

El sabio se centra pues en los dos primeros tipos de placeres: los naturales y necesarios y los naturales y no necesarios. Ambos pueden darnos felicidad, siempre que sepamos vivirlos con equilibrio, es decir con medida, sin caer en un exceso. ¿Pero porque es que el simple acto de respirar o comer (placer natural y necesario) no haga feliz a la mayoría de los hombres y genera solamente, como mucho, un placer efímero? Porque no vivimos el presente. Cuando comemos, pensamos en el trabajo. Cuando trabajamos pensamos en la comida. Cuando hablamos con alguien pensamos en el mañana y cuando llega el mañana pensamos en el ayer. El placer no es la fuente de la felicidad en si, pero si una puerta hacia esta: vivir los momentos agradables con presencia, con atención plena, libera la conciencia y nos permite gozar con mayor intensidad.

Tres son pues los tipos de placeres. Y se pueden catalogar en dos familias también, que es otra forma de entender y explicarlos: los placeres del cuerpo y los del alma. Los del cuerpo son efímeros, pocos sólidos. Son como una brisa refrescante que se desvanece a los pocos segundos. Los del alma, es como contemplar las estrellas o escuchar una melodía hermosa: elevan el corazón y la conciencia hacia la realidad de lo eterno, de lo bello, de lo hermoso, justo y bondadoso. El perfume que nos deja perdura, nunca nos deja vacio.

Al recordar todo esto, la sonrisa del viejo filósofo se hizo más grande todavía y sus dos ojos marones brillaron como los de un niño que acaba de entender algo por primera vez. Hasta las olas de Egeo parecieron tranquilizarse también, mientras el dios Helios elevaba el sol con su caro dorado por encima de las nubes. Hacía meses que la bahía de Atenas no resplandecía así.