Editorial

Tiempo vivo, tiempo muerto o tiempo oportuno Parte 1

#InPerfecciones
El famoso lema ¡Carpe diem! que popularizo la película El club de los poetas muertos, nos da pie para reflexionar sobre esa misteriosa dimensión que llamamos tiempo.

 


Javier vilar, fundador de Sophia, escuela de sabiduría práctica/ facebook: Fundación Sophia México
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Hay una célebre frase inspirada en el poeta Horacio, que dice Omnia ransit, tempus fugit… ¡Carpe diem! «Todo pasa, el tiempo huye ¡Aprovecha el momento!» El famoso lema ¡Carpe diem! que popularizo la película El club de los poetas muertos, nos da pie para reflexionar sobre esa misteriosa dimensión que llamamos tiempo. De hecho, resulta curioso observar las distintas formas que tenemos los seres humanos de experimentar el tiempo. Si bien a todos nos rige la misma medida cronológica, que es la que marca el reloj, el tiempo no es ni mucho menos una misma realidad para todos, pues existen también otros relojes biológicos, emocionales y mentales, que son los que a la postre determinan la particular manera
que tiene cada persona de percibir esa eternidad dinámica que llamamos tiempo. Desde un punto de vista más amplio, cada cultura o civilización tiene una cosmovisión propia, que es la que expresa cuál es su visión de la realidad y su manera de entender el mundo; y es precisamente esa cosmovisión la que define su peculiar forma de concebir el tiempo. Las sociedades tradicionales, por ejemplo, creían plenamente que más allá de este mundo corpóreo y material que percibimos a través de los sentidos, había una dimensión mucho más real, inmutable e imperecedera de la existencia en la que el tiempo no transcurre porque no tiene principio ni fin. A esta dimensión trascendente los griegos le llamaron AYÓN «la eternidad», mientras que los antiguos egipcios le llamaron Dyet, «el tiempo inmutable» cuyo símbolo es el ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. Por eso, ellos se afanaban en construir templos, pirámides y santuarios, eficaces receptáculos de eternidad en los que podían entrar en contacto con esa dimensión espiritual y trascendente de la existencia.

En el polo opuesto tenemos el tiempo lineal y cronológico que es el que impera en nuestra moderna sociedad de consumo. Es un tiempo secuencial, uniforme y preciso, que avanza de forma inexorable del pasado hacia el futuro; de manera que el presente prácticamente no existe porque en el mismo instante que dices «ahora», ya es pasado, ya se aleja. Se trata de CRONOS, un tiempo dictado por el reloj que se ha convertido en el despiadado amo de nuestra estresada existencia, fustigando constantemente sin piedad nuestras conciencias con el implacable látigo de la inmediatez, la necesidad y las prisas.
Finalmente, en esa fina línea del horizonte que discurre entre la tierra y el cielo, entre el tiempo y la eternidad, entre el ser y el no-ser, existe una tercera dimensión; una forma distinta de experimentar el tiempo de forma consciente, que integra el ayer con el mañana y reconcilia el pasado con el futuro, permitiéndonos vivir aquí y ahora un eterno presente, un tiempo vivo y perfecto, un tiempo germinal. Curiosamente, los antiguos griegos llamaron a estas tres calidades de tiempo, Ayón, Cronos y Kairós, que podemos traducir como la eternidad, el tiempo y la oportunidad.

AYÓN es la calidad de tiempo más elevada que podemos experimentar, pero, aunque es difícil, no es ni mucho menos imposible. Es la dimensión del tiempo que nos conecta con «lo eterno» que hay fuera y dentro de nosotros mismos. Una dimensión a la que es posible acceder a través de la meditación, la oración, las técnicas contemplativas y los estados teofánicos o experiencias cumbre en las que la mente entre en esa frecuencia cerebral que la neurociencia ha identificado como estados alfa, theta o gamma. Un estado de absorción profunda y perfecta calma, que los neurocientíficos de diversas universidades están pudiendo estudiar al analizar la gráfica cerebral de ciertos monjes meditadores experimentados. Cuando el hombre vive en Ayón está conectado con su ser, su yo esencial; y como su yo esencial está en armonía con el todo, no hay diferencia para la conciencia del que experimenta este estado entre el yo y el todo. Dicho de otra forma, en ese estado sientes que nada te falta, nada te sobra y nada necesitas, ya que es un estado de dicha, de plenitud gozosa, de felicidad serena, de amor benevolente y gratitud infinita, en el que sientes con todas las fibras de tu Ser consciente que tú eres uno con el todo.

 

Por su parte, a CRONOS se le representa como un hombre que devora todo a su paso, incluso a su propia descendencia, a fin de prevalecer y dominar. Para Cronos, el presente carece de valor en sí mismo, salvo como medio para lograr determinados fines, objetivos y beneficios futuros. Su característica principal es que es tan insaciable como inexorable, por eso dicen que devora a todos sus hijos; lo cual significa que esa ambición, esa ansiedad, ese deseo compulsivo por lograr determinadas metas y objetivos nos acaba destruyendo a nosotros mismos. De hecho, Cronos no tiene ninguna consideración respecto a nuestra felicidad, nuestra paz interior, nuestra salud o realización espiritual; ya que solo le importa la obtención de los objetivos ambicionados. Es como un cruel tirano que nos obliga a trabajar sin descanso, a competir sin tregua y a correr cada vez más y más deprisa, en pos de la idílica quimera del bienestar material. Bajo el yugo de Cronos, el impenitente látigo del tic-tac, va marcando cada paso, cada segundo, cada respiración y cada latido de nuestra existencia, en pos de un objetivo que nunca acabamos de alcanzar; porque incluso, cuando lo logramos, aparece siempre otro más, manteniéndonos así en un perpetuo estado de insatisfacción. Para «el hombre cronológico» el tiempo avanza inexorablemente hacia el futuro devorando minuto a minuto, segundo a segundo, nuestra breve existencia presente. El pasado va quedando atrás y se aleja cada vez más y más, de tal forma que su vida se vuelve una interminable «huida hacia adelante»; en la que el pasado no importa, es algo ya superado, lo único que interesa es lo nuevo, lo que está por venir, lo último y más reciente; sin darse cuenta de que lo que hoy es de rabiosa actualidad, mañana será ya obsoleto. Y así, entre un pasado que ya no existe y un futuro que aún no ha llegado ¿cómo no ha de generarnos esta forma de vivir el tiempo, un hondo sentimiento de frustración, ansiedad, angustia, stress y desesperación?

 

 

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