#InPerfecciones
“El arte de la conversación es el arte de escuchar y de ser escuchado.” –William Hazlitt
Maikel Ansted Hoffmann / @AnstedM
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Para seguir la línea de mi artículo pasado: “El silencio que nos da miedo”, https://inperfecto.com.mx/2020/07/08/el-silencio-que-nos-da-miedo/ , decidí titular este artículo como “El diálogo”.
No voy a referirme en el presente artículo a algún tema de noticias de primera plana, sino a un tema del que los humanos, sobre todo los jóvenes y no tan jóvenes, nos enfrentamos día a día, con mayor intensidad pero que poco queremos cambiar. En esto, me refiero a la superficialidad en nuestro trato con los demás.
Antes, debemos de distinguir entre el derecho de intimidad, que esto no se pone a juicio y, el vacío que padece cada vez más nuestro ambiente. Nuestro tiempo, tan rico en objetos, técnicas y comunicaciones, se muestra, por el contrario, demasiado pobre en cuanto a la relación humana sincera y profunda. Tal parecería que existe una relación inversamente proporcional entre ambas cuestiones: a mayor progreso tecnológico (tabletas electrónicas, celulares, video juegos e incluso lentes de realidad virtual), menor intensidad y profundidad en las relaciones humanas.
Para nada estoy a favor de detener el progreso tecnológico (por si alguien mal interpretó), siempre y cuando éste progreso sea positivo y con fines prácticos, pero creo que de igual importancia debe gozar el desarrollo y progreso del hombre como relación, como diálogo. No es nuevo el conflicto entre tener y ser, desde tiempos muy remotos existe la confusión y la creencia de que se es en la medida de que se tiene, por ejemplo: cuando sale el nuevo celular de la manzanita, o el último reloj inteligente. A este tener se le ha identificado con el poseer y, en nuestros días aún más, con poseer objetos, dinero, prestigio, fama, etc. Ya la sentencia popular apunta hacia la santificación del principio negativo por excelencia: “tanto tienes, tanto vales”.
Como consecuencia lógica de esta filosofía de la vida, la relación humana, el diálogo, se pierde: se objetiviza y despersonaliza.
Este problema parece agudizarse aún más en las grandes urbes, como la Ciudad de México. SI pudiésemos visualizar la vida cotidiana de la mayoría de ciudadanos adultos que habitan ahí, quedaríamos asombrados y, seguramente espantados, al comprobar la poca profundidad con que se relacionan unos con otros. Aún físicamente es palpable: cada vez (en época normal), evitamos los contactos físicos, como son en la calle, en el transporte público, en la oficina, etc., tenemos mucho miedo al más ligero roce. Por otra parte, parece que estamos ahogados por una “pandemia” de prisa: todo hay que hacerlo de prisa y con la mayor eficiencia posible, como si fuésemos un engranaje dentro de un sistema aparentemente perfecto.
Ante estos hechos, es muy difícil que el hombre pueda establecer un diálogo y escapar de la superficialidad que parece envolverlo todo. No hay tiempo que perder, tal parece ser el dogma y de verdad que es difícil rebelarse contra este mismo, aunque realmente no es imposible.
Para finalizar, creo que aún estamos a tiempo de salvar lo más humano que tenemos: la capacidad del diálogo, la capacidad de ser libres, sin estar esclavizados por la tecnología, por las redes sociales, de ser personas, pues éstas son en la medidad en que se dan, en que dialogan, a diferencia de los objetos, que son en la medida en que se les utiliza.
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Saludos, un abrazo virtual.
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