Cultura

Erotismo, tatuajes y la construcción de una novela

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 “El tatuaje no es un signo impreso sobre la piel sino sobre la idea que uno tiene de sí mismo”…

 

Fernanda S. Weffru / @justmaryfer
fernanda.s.weffru@inperfecto.com.mx

 

Recuerdo muy bien cómo llegó esta novela a mis manos porque me gusta pensar que fue, algo así, como culpa del destino. Uno siempre encuentra tesoros en las librerías de viejos. Son raros, pero ahí están, sólo hay que saber buscar. El cazador de tatuajes por Juvenal Acosta no es un libro que fácilmente pase desapercibido, mucho menos en su primera edición con la editorial Joaquín Mortiz. Mide más que una edición de bolsillo y posee 1 cm y algo más de grosor, como uno de esos librillos que las escuelas suelen regalar de vez en cuando. Lo que llamó mi atención fue su portada a blanco y negro y muy sensual, además de ese título tan peculiar.

 

 

En ese año —2016— estaba muy interesada en los autores hispanoamericanos y contemporáneos, pero quería algo más que el canon de la literatura latinoamericana. “Narradores contemporáneos” rezaba la primera página del libro y supe que debía comprarlo porque nunca había escuchado del autor. No tardé mucho en leerle, el libro es tan visual que cada capítulo parece una fotografía, un fragmento de la memoria de Julián Cáceres, quien construye la novela en una especie de vómito verbal. 

La novela es la letra de una canción, un par de sueños de Julián, anécdotas de un encuentro en un bar y múltiples viajes en donde se explora el pensamiento filosófico del personaje y sus encuentros sexuales con mujeres tatuadas quienes cuentan sus vidas a través de su piel entintada. Aunque todo lo anterior es relatado —en gran medida— en orden cronológico, al final, la novela es en sí misma una metáfora de la lectura.

Nuestro protagonista es un profesor de literatura, algo snob, que vive su vida de forma monótona y que un buen día decide escribir, pero no tiene idea de qué decir y cómo. Uno como lector lo descubre hasta el final, que el tema siempre estuvo ahí.

El sexo crudo y sensual narrado en casi toda la novela está entre lo erótico y lo pornográfico. El mundo de Julián gira alrededor de cuatro mujeres quienes poseen una sola cosa en común: un tatuaje. Un secreto. Un signo impreso sobre piel. Es inevitable que el protagonista sea un cazador de tatuajes pues al ser un profesor de literatura y un ávido lector lo convierten en un hombre atento a los signos y códigos. Los tatuajes de todas las figuras femeninas de la novela se vuelven un misterio que él debe descubrir y del cual termina escribiendo. Julián está sediento, no sólo del cuerpo de las mujeres sino de los sentimientos que éstas le provocan, porque está muy consciente de la diferencia entre todas y de lo distinto que es él con cada una. Y es entonces, que la novela explica —en palabras del autor— que el erotismo no es sólo una actividad física, también es una actividad mental.

Nuestro personaje comienza a encontrarse consigo mismo a través de las cuatro mujeres y a su vez halla por fin algo que contar. Sin embargo, la situación que lo lleva a tomar la decisión de contarlo todo, es la culpable de la forma en la que todo es dicho. Javier García Ponce, en la contraportada dice “El cazador de tatuajes es una novela para novelistas. Está en la mejor tradición de la literatura erótica y filosófica” y me parece que es una de esas tantas novelas que podrían clasificarse dentro de las escrituras del presente a las que Ludmer se refiere. Sin duda es una narrativa que se aleja completamente de las novelas de la autonomía y amalgama un sinfín de características de las novelas contemporáneas. 

El cazador de tatuajes es un poco de todo y de nada a la vez. Es luz y oscuridad. Es realidad-ficción. 

¿Acaso no es una novela un tatuaje también? Tatuado para siempre en papel y en la memoria de un lector. Un tatuaje único cuyo significado dependerá de quién lo lea. Lo mejor es que la historia de Julián no termina con el punto final de esta novela, ya que pertenece a una trilogía. Las vivencias y pensamientos de nuestro protagonista continúan en Terciopelo Violento (2003) y La hora ciega (2017).

 

 

“El seductor contemporáneo es un cazador de tatuajes.” ¿Cuántos has cazado tú?

 

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