#Cultura
“Yo me pregunto ¿por qué creen que el coronavirus no existe?, ¿será que al haber pasado por mucho desde la conquista de Mesoamérica, desde aquella caída del imperio Azteca, la cual, irónicamente hizo caer al señor de Texcoco, nos hizo indiferentes a lo que ocurre a nuestro alrededor?”
Ricardo Sandoval / @LuisRSandoval5
luizandcar18@gmail.com
Advertencia: esta publicación hay que leerla con un poco de sarcasmo, de ironía; eso no implica que no se pueda hacer una crítica seria al respecto. En estos tiempos donde la pandemia nos recuerda que sigue más viva que en años anteriores, hay que seguirnos cuidando, no bajar la guardia. Ya que los incrementos en los casos positivos siguen aumentando y con las nuevas variantes que se han descubierto en las últimas semanas, es para cuidar a cada uno de nosotros y a nuestros seres queridos.
Ahora bien, estoy seguro que se deben de preguntar por qué di la advertencia de que hay que leer este artículo/ensayo con algo de sarcasmo para después hablar de la pandemia en el párrafo anterior. Esto se debe a que la industria alrededor de las artes, así como todas las industrias, se vio muy afectada, más de lo que nos dicen los medios por la pandemia. Sí, nos tomó por sorpresa a todo el mundo y ha servido para que podamos expresarnos, para que las editoriales se adaptaran a este nuevo modelo de trabajo. Dicho proceso de adaptación es complicado. Admitamos por el momento que, estamos saliendo con nuestra pareja y llevamos cierto tiempo en la relación. Hubo un proceso de adaptación mutuo, solo que llega el momento en que hay un conflicto y nos separamos de esa persona con la que pasamos mucho más de dos semanas saliendo. Viene otro periodo de adaptación, donde podría ser que no se tenga dicho proceso por el famoso dicho “un clavo saca otro clavo”.
Retomando el inicio brevemente, la ironía, el sarcasmo es lo más difícil de hacer, sobretodo en medios escritos. Esto se debe a que tanto el lector/receptor como el escritor deben estar en la misma sintonía para hacerlo efectivo. Ahora bien, relacionando el tema de la separación con la pareja y las editoriales, es que hay una adaptación en todos los sentidos. Se rompe la ilusión y nos deja ver la realidad donde tenemos muchos caminos a elegir, no son únicamente dos. Todo se vuelve una mercantilización y las ventas y el marketing hacen de las suyas para que el consumidor esté satisfecho y a su vez, que el potencial cliente esté a la expectativa de cómo se va a innovar cierta marca o producto.
Consideremos ahora el mercado literario. Desde que está en boga el internet en cualquier dispositivo, se viene diciendo que ahora sí es el fin de los libros, aunque sean reciclados. Sacan estas personas datos alarmistas para espantar a la población. Que si el problema del agua (un asunto serio, donde si investigamos un poquito más, quieren echarle la culpa a la gente de a pie por asuntos donde las grandes industrias desperdician millones de litros por día), los pobres niños del continente africano fabrican la ropa de cierta tienda y un larguísimo etcétera que ya hasta deben de haber volteado los ojos de tanto que lo repiten.
Por su parte, libros como La Peste de Albert Camus, El Decamerón de Giovanni Boccaccio, el cuento de Edgar Allan Poe, escrito en 1848, titulado La máscara de la muerte roja. A su vez, no podemos dejar fuera a Gabriel García Márquez y El amor en los tiempos del cólera, ni mucho menos a José Saramago y su Ensayo sobre la ceguera. Son solo algunos de los libros que hablan sobre pandemias, reales o inventadas, pero por ahora queda a saber y esperar a que la literatura del Coronavirus llegue a nuestras manos (o pantallas, según sea el caso).
Por cierto, ¿recuerdan que les dije sobre no tomarse tan enserio este texto?, bueno, aquí les dejo un ensayo que realicé sobre el Coronavirus cuando apenas iniciaba por allá a principios del 2020; como nota aparte, supe que sería un año difícil después de lo ocurrido con Kobe Bryant.
Estoy dentro de una sala de hospital, la gente me rodea. Si me piden un olor en específico, creo que abunda más el cloro, pero debido a mi nariz tapada, no lo reconozco. Aunque me cueste respirar y me duela el cuerpo, veo apresurarse a las batas voladoras blancas que corren de un lado a otro, con su cara llena de frustración, cansancio, sueños apagados. Inevitablemente me hago la siguiente pregunta: ¿Vivimos en la agonía de la derrota? Me coloco los audífonos y dejo que la reproducción aleatoria haga su trabajo.
La fragilidad es lo que nos caracteriza. Siempre temerosos a sonreír. Entiendo bien el sentimiento de ser menospreciado, que todos te odien ¿pero, por qué digo esto?, porque la audaz revolución que trajo consigo la nueva pandemia del siglo XXI demostró, en unos pocos meses, ser casi tan mortal como la peste que azotó a Grecia en el año 430 a. C.
Además de esta pandemia que afectó aquella mítica ciudad, los griegos entraron en conflicto con los espartanos. Así que combatían con dos guerras al mismo tiempo. Se comenta que esta plaga mató al menos a un cuarto de la población. Tucídides, en su libro Historia de la Guerra del Peloponeso, dice que ni siquiera las aves de rapiña podían comerse a los cadáveres que se encontraban tumbados en el suelo porque terminaban infectados y morían al poco tiempo; lo mismo les ocurría a los perros si comían los cuerpos que yacían en el piso. Los animales desde entonces han demostrado una inteligencia superior a la de los humanos. Inocentes y frágiles criaturas que somos las personas.
Aquella fragilidad que nos caracteriza desde entonces, el caos que ha dejado en la sociedad actual, de por sí, llena de miedo y paranoias sin sentido. Las naciones que antes se consideraban libres y abiertas, ahora ven todo desde debajo de la guillotina a punto de bajar rápidamente para cortar cabezas. Los hombres y mujeres también se incluyen en esa libertad, como si montaran una bicicleta con su respectiva bandera a sus espaldas. La cuarentena puso en jaque a todos nosotros, ya sea que debamos salir a trabajar para mantener a nuestras familias o que nos quedemos en casa, aunque el riesgo de contagiarnos al ir a realizar compras necesarias para el hogar, como lo es la comida, esté latente a cada paso que demos en la calle; aunado al hecho, el caos por correr a los bares más cercanos a emborracharnos, visitar las casas de nuestros amigos o incluso, a la casa de nuestros padres (los que viven aparte o en un asilo), mientras acarreamos la enfermedad mortal sobre nuestros hombros para dejarla en cualquier lado donde nos encontremos. Ahora con los vacunafóbicos y los provacunas en su eterna lucha, sin que se pongan a pensar en el peso que conlleva la decisión de ambas partes, bien o mal llamada como libre albedrio.
Pero todo cambia al enterarnos que tenemos a alguien cercano infectado por el coronavirus, nombre popularizado y de fácil aprendizaje, (pero como todo aprendizaje y lo que tenga que ver con la ciencia, para la sociedad vale para nada), seguimos sin que nos importe nada de esta enfermedad hasta que hay un deceso en la familia. Es ahí cuando nos volvemos locos, pedimos; más bien, exigimos ver a nuestros familiares o amigos muertos. Le echamos la culpa al gobierno por su mala inacción para enfrentar una pandemia mundial, creemos que es simplemente local, pedimos revocación de mandato, inflamos los números para hacer temer a una población que no tiene miedo, pero si tiene frustración histórica. Los chicos y chicas que deberían ser los guerreros del futuro, aquellos que nos saquen adelante, se vuelven los más contagiados por, justamente, su impulso, su estupidez natural que se supone se debe de quitar mientras pasan los años y las experiencias se acumulan. Pero no es así. No les importa traicionar a sus seres queridos por unos segundos de éxtasis, de placer. Se convierten en Judas dentro de sus corazones. La culpa es una cruz demasiado pesada como para cargarla solo, la sangre en mi camino por la estupidez de no hacer caso a las autoridades de no visitar a nadie o siquiera, de usar el bendito cubrebocas en la calle o el transporte público.
Yo me pregunto ¿por qué creen que el coronavirus no existe?, ¿será que al haber pasado por mucho desde la conquista de Mesoamérica, desde aquella caída del imperio Azteca, la cual, irónicamente hizo caer al señor de Texcoco, nos hizo indiferentes a lo que ocurre a nuestro alrededor?, ¿es problema genético?, ¿buscan la libertad donde no la hay?, pero ¿qué tipo de libertad es esa? ¿Somos carne que simplemente habita en este espacio, en esta misma hora, simplemente esperando? Yo he visto destrucción, corrupción, lo que pasa cuando la ley humana deja de serlo.
Habría que decir también que en el caso del mexicano lucha en una contradicción: la calidez humana de ayudarnos en los momentos de necesidad, pero al mismo tiempo, ser tan fríos como la nieve del Nevado de Toluca o el Pico de Orizaba.
Regresando al tema de las pestes, cuando en la antigua Grecia tuvieron esa pandemia muchas personas se lanzaron al caos, porque sabían que su muerte era inminente y que por ello, serían juzgados por los dioses (en los cuales, de manera irónica dejaron de creer), antes que en la justicia humana.
Se volvieron Judas en sus corazones, no solo porque vendieron a sus familias, sino a ellos al estar frente a las puertas de la muerte. Somos frágiles, estúpidos, incrédulos. El coronavirus sí existe, aunque, por ahora, no sea tan mortal, aún, en cuanto al número de fallecidos en todo el mundo, pero lo será sobretodo cuando se encuentra acompañada de la otra pandemia que es la ignorancia, los números llegarán a los cielos. Esas son las dos guerras que en la actualidad todos combatimos.
El mundo entero se encuentra en una oscuridad, se escuchan las voces que cantan lamentos. Solo se encuentran ahí bajo la guillotina de la vida mientras que, como oficiales y cortesanas durante la guerra, van de paseo sin importarles nada, porque simplemente se dejan llevar por las pasiones humanas. No les importa si su vida trasciende o no, ellos que salen se disuelven en la noche, porque mientras algunos cantan ellos, los que salen, bailan dentro de la cárcel, bajo esa misma guillotina que amenaza con caer y cortar cabezas y miembros. ¿Será acaso que la enfermedad más mortal es la ignorancia y la estupidez? Si es así entonces que Dios nos bendiga, pero mientras tanto, voy a comerme una sopita de murciélago en lo que espero a mi chequeo con el médico.
¡Hasta la próxima!