#InPerfecciones
Además de cumplir con nuestras obligaciones en las cenas y reuniones navideñas, se espera de nosotras que lo hagamos con nuestra mejor sonrisa y nuestro mejor outfit.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
En el imaginario colectivo y casi por mandato cultural, las fiestas decembrinas son una época mágica marcada por la celebración y la unión familiar. Son tiempos para perdonar, dejar ir, acercarnos y compartir. Es la temporada favorita de todas las personas… excepto para nosotras.
La realidad es que las últimas dos semanas del año – si no es que todo el mes de diciembre – son una época especialmente complicada para muchas mujeres por diferentes razones: las mamás que se avientan el maratón de tener a sus hijes en casa por las vacaciones, las mamás que planean cada actividad y cada minuto de los paseos familiares, las mujeres que terminan adoloridas después de todo el esfuerzo de adornar la casa, las abuelas, tias, primas y mujeres que se encargan de las vastas y laboriosas cenas de navidad y año nuevo.
Además de todo el paquete de responsabilidades físicas y morales que cargamos las mujeres en estas fechas, existe también un fenómeno que atraviesa las festividades, y que nos vemos obligadas a surfear si queremos sobrevivir este mes y pasarla “bien” en nuestras reuniones con amistades y familiares. Se trata del mandato de la belleza.
Y es que la presión de los dobles estándares que las mujeres enfrentamos en el día a día, parecen acentuarse en las posadas y cenas navidelas, pues además de cumplir en tiempo y forma con nuestras obligaciones, también se espera de nosotras que lo hagamos todo con nuestra mejor sonrisa, y nuestro mejor outfit.
Si bien las mujeres batallamos con la constante presión de vernos bien todo el tiempo, no hay época más estresante que esta para volvernos locas y sentirnos culpables por llegar al último mes del año sin el cuerpo que queremos, sin la piel que buscamos y sin el rostro que nos gustaría ver en el espejo. Y las personas con las que nos reunimos estos días se encargan de que no se nos olvide. O bien, las mujeres que están acostumbradas a que los demás reconozcan su belleza, su estilo o su buen gusto, sienten también una presión adicional por no defraudarles.
En ambos casos, cada evento decembrino es para nosotras una pasarela en la que pareciera que todo el mundo tiene el derecho de opinar sobre nuestro físico. Sabemos que nuestro año termina bien o mal según el tono de los comentarios que recibimos. Si bien nos va, recolectamos florecitas con halagos como: “¡Qué bonita te ves!”, “¡Qué guapa!”, “¿Qué te hiciste en el pelo que te quedó tan bien?”, “¡Estás en tu peso ideal!”
Por el contrario, muchas de nosotras nos vamos apagando a lo largo de la noche mientras tratamos de esquivar las espinas de los comentarios que nunca faltan: “No sé si ese color te ayuda”, “Andas muy flaquita, ¿te sientes bien?”, “¿No crees que exageraste con el maquillaje?” “Me preocupas, te ves cansada”, “Ya son muchos tatuajes, ¿no?”.
Si diciembre es un mes lleno de rituales que repetimos año con año, ¿por qué no quedarnos solo con aquellos que nos calientan el alma? Si algo hemos aprendido de los procesos de deconstrucción, es que no todas las costumbres son buenas. Quitémonos la mala costumbre de hablar del aspecto de las otras personas. Evitemos juzgar a los demás por su físico. Rechacemos el impulso de dar consejos a las mujeres acerca de sus propios cuerpos.
Soltemos la presión de hacerlo todo bien. Soltemos la mentalidad de que la belleza nos hace más valiosas o nos hace más dignas de afecto. Soltemos la necesidad de conseguir aprobación. Soltemos la culpa de habitar los cuerpos que tenemos.
Es normal sentir inseguridad sobre nosotras mismas, nuestra apariencia y nuestro físico, y también es válido querer sentirnos y vernos bien. Es normal y es válido, pero nunca es obligatorio. La belleza puede ser una herramienta autogestiva cuando la usamos para inyectarnos confianza y seguridad. Y en aquellos momentos que sintamos presión, estrés o ansiedad por cumplir con un estándar, recordemos que somos, tenemos y podemos dar tanto… que nuestra misión en el mundo va mucho más allá de ser bonitas.
Ilustración de Ollie Torres