#InPerfecciones
“El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos.” -Miles Davis
Maikel Ansted Hoffmann / @AnstedM
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En el ajetreo de todos los días, en los momentos en que nos dirigimos al trabajo o regresamos de él, en el cotidiano griterío de los hijos y de los vecinos, en las redes sociales; en esos momentos, puede resultar interesante detenernos un instante y reflexionar sobre el silencio y el diálogo interior. Para ser honestos, debemos reconocer el miedo o el terror que esto nos puede ocasionar; la verdad es que tememos enfrentarnos con nosotros mismos.
El ritmo de la vida actual conduce al hombre a evitar el encuentro consigo mismo, principalmente en las grandes ciudades. Nos habituamos y llegamos a enviciarnos a un ruido constante; ya desde muy pequeños nos es difícil soportar la ausencia de estímulos sonoros externos que nos distraen. No se trata de crear una atmósfera de total aislamiento, pero sí de aprender a perder el miedo al silencio.
El silencio tiene, de hecho, el poder de despertar en nosotros las fuerzas creadoras que el ruido impide que salgan a la superficie y que se desarrollen; el ruido es como una mancha de petróleo o aceite sobre el mar que no permite que pasen los rayos del sol y aniquila la vida que hay debajo de ella. En las últimas décadas el ruido se ha hecho cada vez mayor y el hombre va perdiendo poco a poco la experiencia que puede ser la más enriquecedora de su existencia: el conocimiento de sí mismo.
Al referirme al ruido, no considero tan sólo el sentido literal de la palabra, sino a todos aquellos estímulos que nos distraen a tal grado de impedir el establecimiento del diálogo interior. Desde pequeños hemos sido programados para responder en una forma determinada a los estímulos que recibimos del exterior, haciendo caso omiso de los dictados de nuestra propia conciencia. La programación responde por regla general a los principios u objetivos de las grandes empresas y gobiernos a los cuales no les conviene que la persona pueda decidir por sí misma; el ruido impide que el auténtico yo de la persona aflore y se desarrolle, de esta manera el ser humano termina por convertirse en un maniquí que obedece a los intereses de terceras personas. El diálogo interior es necesario tanto para la salud mental como espiritual del hombre, éste necesita conocer lo que él es y lo que desca de su propia existencia; en pocas palabras, necesita perder el miedo al silencio. Los medios de comunicación en nuestros días han alcanzado proporciones preocupantes, poca gente es capaz de estar un determinado tiempo del día a solas y sin la influencia de algún agente externo que la distraiga, se convierte de esta forma en receptora, negándose todo impulso creativo que pudiese tener. No quiero decir con esto que el hombre deba cerrarse hacia el exterior, debe simplemente aprender a balancear los estímulos internos y externos. Hace falta una educación que permita dialogar al hombre consigo mismo.
El silencio que aterra no es otra cosa que el miedo a vernos a nosotros mismos tal y como somos, ahí donde la conciencia no puede ser engañada. De ahí que cierto miedo o rechazo al silencio sea normal, principalmente cuando hemos sido educados a temerle. El hombre necesita por tanto una reeducación, una desprogramación que le permita valorar lo que recibe del exterior de tal forma que en un momento determinado pueda decidir por sí mismo lo que le conviene.
Lograr esto no es algo sencillo, pues existen intereses muy fuertes que provocan ruido tal y como lo entendemos aquí.
No es posible, por otra parte, llegar a un diálogo con otra persona si antes no partimos de un conocimiento de nosotros mismos, de lo contrario el diálogo se convertirá en monólogo y será impedido por los diversos ruidos exteriores. Para poder dialogar es necesario aprender a escuchar y el silencio es la mejor escuela para hacerlo. Muchas personas se sienten mal consigo mismas y algunas se ven en la necesidad de buscar ayuda en un psicólogo o psiquiatra; creo que muchas consultas resultarían innecesarias si el hombre aprendiera el valor de escucharse y escuchar; es decir, de dialogar. Desde esta perspectiva, el silencio dejaría de ser algo aterrador para convertirse en una ayuda invaluable de la persona. Muchos problemas pueden evitarse a través del diálogo. Si el hombre conoce su interior sabrá cómo responder a los estímulos y, al saber escuchar, aprenderá a respetar el derecho de los demás.
El silencio, al permitir que afloren las facultades creativas y positivas del hombre, impedirá que éste desperdicie sus fuerzas tratando de captar el gran número de estímulos que el ruido le ofrece a diario, dedicando sus energías hacia el conocimiento de sí mismo y de los demás a través del diálogo.
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Saludos, un abrazo virtual.
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