Editorial

¿Y ellos qué?

#InPerfecciones
“El mundo no halló nada sagrado en la abstracta desnudez del ser humano” H. Arendt.

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

Ese momento de la mañana cuando abrimos el periódico puede llevarnos por dos caminos. El primero será sencillo de transitar y no presentará ni una minúscula diferencia para nuestra rutina; todo, claro, acompañado de un «¡qué mal está el mundo!». El otro sendero es más arduo de recorrer, implica soportar la incomodidad y vencer la indiferencia a la que nos tienta la silla del comedor. Un sorbo de café y sí, igual de amargo que las letras de imprenta.

Hace poco tuve la oportunidad de escuchar una conferencia sobre el desplazamiento forzoso que me dejó boquiabierto. Si bien las noticias de nuestro país son, a veces, difíciles de sobrellevar, hay ocasiones en que la miseria sobrepasa la ideología. Según ACNUR, 120 millones de personas son parte de este fenómeno global. Seres humanos que –sin opción alguna– deben dejar su país en aras de salvaguardar su integridad y la de sus seres queridos. Ideología, religión, problemas económicos y violencia los orillan a huir de la tierra que los vio nacer. Pero esto no es lo único contundente. El número de personas desplazadas, por sí sola, representa la población de lo que sería el 13º país más poblado del mundo; desde el 2000 las cifras se han triplicado. Y ¿qué pasa con ellos? ¿No vivimos en un mundo que antepone la dignidad por sobre todas las cosas?

Tras la estocada de la Segunda Guerra Mundial, varias medidas fueron tomadas para salvaguardar a las personas afectadas por los estragos de la violencia. Convenios como los de Ginebra (1949) formaron parte de la respuesta humanitaria para tratar a las personas desplazadas, sin embargo, hoy en día parece que la constante y flagrante violación a tales –y muchos más– acuerdos no debe alterar a nadie de sobremanera. Parece una mentira que con el paso del tiempo no sólo el minutero deje atrás las horas, sino también las promesas.

Pongámonos a pensar. La guerra de Ucrania cumplirá, pronto, dos años de haber comenzado y ¿qué hemos hecho? Pasar la página y pensar que habrá una solución sacada de los cuentos de hadas. Las personas hoy, más que nunca, recurren a medidas extremas para poder sobrevivir. No hay nada más doloroso que pensar en ellos. 1 de cada 69 personas es alguien que ha tenido que abandonar su hogar por motivos enteramente externos a él. ¿En dónde quedo la empatía, la caridad; la solidaridad de la especie humana?

Por si no fuera suficiente, el Dr. Gonzalo Sánchez Terán –especialista en estos temas y labor de campo– asegura que la correlación entre disminución de democracia (y aumento de polarización) y aumento de desplazamiento resulta evidente. Vivimos en un siglo donde el desinterés por el otro reina en lo más profundo de la humanidad. La empatía y la solidaridad han quedado mancilladas por el poder político y económico, ya que –curiosamente– muchos países que tanto podrían aportar no hacen nada para remediar la situación.

Nos distanciamos del otro y de nuestra propia noción de fraternidad; de comunidad. Los desastres naturales arrasan con vidas e historias enteras mientras nosotros vemos cómodamente el debate presidencial por la televisión. ¿Qué estamos haciendo?

Nuestro mundo parece regirse por ideologías vacías que nos mueven a encerrarnos en el egoísmo y la nada. No podemos ofrecer la mano porque tenemos el puño cerrado para quien no piensa como nosotros. ¿A qué hemos llegado? Me pregunto dónde queda la razón que los Ilustrados tanto elogiaron: somos seres racionales y ¿para qué? Parece que acercarse con los demás, con las propias autoridades es imposible por la reja ideológica y polarizada que nos separa. El último esfuerzo está corto de aliento.

Hannah Arendt, después de presenciar crímenes tan atroces como los cometidos durante el siglo XX, escribía en Los orígenes del totalitarismo: «El mundo no halló nada sagrado en la abstracta desnudez del ser humano». No cabe duda de que debemos comenzar por pequeñas acciones si queremos redireccionar el rumbo de nuestra historia; de nuestra sociedad. Reconocer al otro, establecer un espacio de apertura con él. Reconocer que debemos preocuparnos por los fenómenos que golpean sin piedad la tranquilidad del indiferente es necesario. Aún no es tarde.

Si tú que me lees eres aún joven –y aunque no lo seas– sábete pieza esencial para el cambio. Tantas personas que no tienen tan siquiera las necesidades básicas cubiertas sufren día con día, ¿qué podemos hacer? Visibilizar, hablar, exigir, para que así, al final de nuestra vida no nos pregunten «¿y ellos qué?».

#InPerfecto