Editorial

INHUMANA SINRAZÓN

#InPerfecciones
“La rapidez de este mundo y la dictadura de las modas nos han encerrado en un egoísmo apabullante al que no le importa nada salvo mi propio beneficio.”  

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

 

No son ni las seis de la mañana y las calles ya están repletas de coches; vomitan sonidos por doquier. El tránsito de personas es impresionante, los avances tecnológicos han dejado perplejo al propio intelecto humano, el mundo va más rápido que antes. Y ahí está el problema: no nos detenemos. Las máquinas –en este siglo donde han florecido a placer– no se cuestionan; cumplen su objetivo. ¿Qué nos hace diferentes?, ¿aún hay algo enteramente humano?

 

En el siglo XX, una de las corrientes de pensamiento más comunes fue la procedente de la Escuela de Frankfurt. Representada por pensadores como Horkheimer, Adorno, Marcuse, entre otros, tuvieron la capacidad de esbozar una férrea crítica al sistema de pensamiento contemporáneo. «El juicio de los hombres, cuanto más manejado se ve por toda clase de intereses, tanto más acude a la mayoría como árbitro en la vida cultural», apuntó Horkheimer. Es cierto, en un mundo donde la moda rige, el pensamiento y la capacidad de crítica quedan opacadas por la fugacidad del “hoy”. ¿Nos hemos detenido un segundo a pensar el porqué? 

 

Te cuento lo anterior, querido lector, porque recientemente he caído en la cuenta de la falta de solidaridad, conciencia y respeto en este siglo. Parece que la tolerancia rodea todos los bordes de la realidad, sin embargo, ¡qué mentira hay más grande que ésta! Nos cuentan que todos velamos por el bien de todos, que nunca ha habido época más “humana” que la actual. ¿De verdad? Permíteme mostrarte algunos ejemplos. 

 

En los Juegos Olímpicos –aquella magnífica competición con la que antes se medía el paso de los años– recientes, no han faltado problemas y polémica. Sí, seguro sabrás a dónde voy: la pintoresca inauguración. Las ideologías del siglo pasado y éste han marcado una evolución del pensamiento deconstructivista basado en la autopercepción. Los derechos sexuales y de género han formado parte de la corta lista de temas que sí se han discutido en las instancias sociales y gubernamentales. Simone de Beauvoir, Judith Butler y otros filósofos han abogado por la importancia de la subjetividad, de la libertad –retomando las teorías sartreanas– y han establecido lo que Joseph Ratzinger denominaría como “la dictadura del relativismo”. ¡Somos libres! ¿A dónde nos ha llevado eso?

 

Lo cierto es que la tolerancia ha jugado un papel sumamente importante en la sociedad actual. Sí, claro que debemos respetar, pero, ¿verdaderamente juzgamos con criterios fundamentados la sana mayoría de nuestras acciones? La inauguración, te decía. En ese evento tan televisado y transmitido, tuvo lugar una de las escenas –en mi opinión– más grotescas que jamás he visto. Una burla, una sátira de La última cena, pilar y obra de la fe católica. Un grupo de personas “drags” decidieron poner en escena una bella parodia que a muchos nos pareció de pésimo gusto. Claro, pero es que ellos representan la tolerancia, ¡cómo me atrevo a criticarlos! Una vez escuché una frase que sigue resonando en mis oídos: «no hay intolerancia más insoportable que la de aquellos que se dicen tolerantes». Ofender y mancillar las creencias de muchos. ¿Con base en qué criterio?, lo que decimos en comunidad; lo que está bien visto.

 

¿Por qué ganó las elecciones el presidente López Obrador? Muchos dirán que por las promesas, otros por el buen trabajo, y –unos pocos– responderán: por la ignorancia de tantos. ¿Cuál fue uno de los criterios –sin tapujos– por los cuales las personas se decantaron por López?: el hartazgo de las administraciones anteriores. Como los famosos de redes sociales se muestran a favor de X o Y candidato, yo votaré por ellos. Tanta gente piensa así, lo creas o no. “El pasado fue peor”. Con ese razonamiento se le escupe a la racionalidad humana. El siglo de la tecnología está infestado de estupidez. ¿Quién decide: yo o la mayoría?

 

¿Verdaderamente nos detenemos a reflexionar –aunque sea por un segundo– si hacemos daño con nuestras acciones? Recientemente, temo decirlo, fui víctima de un robo a una de las partes de mi coche. Sin embargo, yo –en mi ingenuidad– no creía posible que los encargados de cuidar el automóvil en servicios de valet parking poseyeran una mafia de autopartes. Dialogando con un conocido me contaba: «me tocó recoger un coche, que había sido llevado a las autoridades, con pocas piezas restantes, las demás las habían robado». Claro, ¡en manos de quién estamos! No es momento para juzgar, me queda claro, pero sí para pensar cómo la rapidez de este mundo y la dictadura de las modas, nos han encerrado en un egoísmo apabullante al que no le importa nada salvo mi propio beneficio. ¿Hiero las creencias ajenas?, ¿robó y perjudicó materialmente a los demás?, no me importa, yo salgo beneficiado. 

 

Y ¿para qué? Para comprar un coche, para tener más dinero, para tener más fama, entre muchas otras razones. Quiero dejar en claro que no me refiero a las personas que –con un egoísmo necesario– buscan sacar adelante a sus familias o personas queridas. No, a veces gozamos de tanto y nos dejamos llevar por el engañoso brillo de lo superfluo. ¿Cuánto hace falta una sonrisa, una mano desinteresada, un alma comprometida? 

 

El mexicano, temo decirlo, posee una mentalidad mediocre: las cosas a medio hacer, lo primero que salga al aventón y vámonos, lo que sigue. Lo que me beneficie a mí sin importar el daño a los demás. La mentira, el engaño, la corrupción. Un siglo tremendamente humano. Nosotros mismos, los ciudadanos de a pie, contribuímos en la construcción de un mundo lleno de intolerancia, de egoísmo que sigue a la incansable mayoría; a la condena de ser ignorantes.

 

Llegamos a un absurdo que pocos autores de ciencia ficción han imaginado. Maduro se pelea con Musk y acepta el reto de una pelea de box. Las guerras no cesan. El desinterés por el otro me encierra en un mundo de autodestrucción. Nosotros mismos firmamos nuestra sentencia.

 

Adorno, en su Crítica de la cultura y sociedad es consciente de una realidad terrible; dolorosa. El propio hombre se ha convertido en la máquina del hombre. Tomando como ejemplo los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, el pensador alemán nota cómo el ser humano sin uso de razón –crítica, propia y eficiente– no se diferencia de una máquina de matar. Los científicos, los médicos aliados al Reich desarrollaron tecnologías nocivas contra ellos mismos. Hicieron, pero nunca pensaron para qué. In crescendo, sin duda, in crescendo con el paso de los días.

 

Querido lector, no pretendo ser un moralista que dicte leyes desde lo alto de una montaña, sencillamente pretendo apelar a tu conciencia; a tu moral. Hoy nos quedamos absortos en nosotros mismos. Pensar antes de actuar. ¿Esto beneficia a los demás? No nos distinguimos en nada si evitamos hacer uso crítico de nuestra capacidad intelectual, de ese lógos que para los antiguos era sagrado. ¡Pensar, pensar y ser valiente, vale la pena! 

 

Siempre habrá tesoros que brillen a lo lejos, resplandecerán con tanta intensidad que nuestros ojos se deleitarán en el sólo hecho de imaginar su posesión, sin embargo, no dejemos que un dibujo desaliente nuestro intelecto; no permitamos que la comodidad manche nuestra moral. Existe, como bien apunta Lipovetsky, un Imperio de lo efímero. Al final –con estruendosa unanimidad– convenimos en que no nos llevamos nada, sólo lo que hicimos en vida.

 

¡Recibe un abrazo!

 

#InPerfecto