Editorial

VERDUGO TRICOLOR

#InPerfecciones
“«No se cae dos veces en el mismo lugar», dicen algunos. No, es cierto, en México se caen tres, cuatro y hasta cinco.”

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

México nunca deja de sorprendernos. Si le digo que piense en un político, ¿qué es lo primero que se le viene a la mente? Algunos, en países más civilizados, dirán: un defensor de los ideales comunes, un ejemplo, un modelo a seguir. Claro, tiene sentido. Todavía recuerdo cuando impartía alguna clase de Teoría Política y algunos de mis alumnos –con una inocencia envidiable– quedaban asombrados ante la innegable belleza del sistema jurídico y legislativo mexicano; ante la obra que artífices de nuestra historia habían logrado edificar con sangre y esfuerzo. ¿Cómo decirles que, con suerte, poco menos de la mitad se lleva a la práctica? Estoy convencido de que si le hace la misma pregunta que yo le he hecho al comienzo a cualquier mexicano informado, éste responderá: un ladrón, un asco, una persona que no quiero tener cerca de mi familia. Espere, ¿en qué momento le pedí que me describiera a Alejandro Moreno Cárdenas?

Tan estrepitosa como fue la caída del Muro de Berlín, así de aparatosa fue la caída del bloque opositor en las pasadas elecciones. Seamos sinceros, se veía venir. No acabo de entender cómo había personas aferradas a la imposible victoria de Xóchitl. No me lo tome a mal, no es mi deseo faltarle el respeto a nadie, simplemente, no lo entiendo. Con todo, es enteramente válido preguntarse qué fue lo que pasó; ¿habrá algún responsable por lo sucedido? Habrá muchos factores, sin embargo, los líderes de los partidos PAN, PRI y PRD tienen mucho que decir.

Vayamos al pasado. En mayo del 2022 escribía un texto sobre los inconfundibles “audios de Alito”. He de decir que, desde aquel momento, el dirigente del PRI no paró de aparecer en primera plana –bimestralmente– por algún escándalo de corrupción. Lo recuerdo bien, pocas veces había sido testigo de tanta desfachatez; de un cinismo que constituye el día a día de los mexicanos. No vayamos lejos, le llamo descaro al orgullo con el que López Obrador presenta una “supuesta” mejoría en las cifras de seguridad inmediatamente después del asesinato de Milton Morales. Le llamo desvergüenza a la designación de Mario Delgado como cabeza de la SEP. La adicción de los políticos por el poder les ha hecho perder la última pizca de pudor; el exhibicionismo de una inmundicia sin precedentes. Lo peor: la corrupción no distingue colores ni partidos, es omnipresente.

Pero, regresemos al tema de esta columna. Me atrevo a decir que en la mente de cualquier persona coherente, si hay una mancha que hace ver sucia su ropa, se encargará de lavarla. En la política, sin embargo, parece que pasa lo contrario: si algo te desprestigia, déjalo. El caso de Alito. ¿Cómo puede estar una persona acusada –con evidencia– de corrupción al frente de un partido que supone ideales y justicia? El Partido Revolucionario Institucional, desde ese momento se convirtió en el Partido de la Farsa Institucional. ¿Quién iba a votar por ellos en su sano juicio?

Es bien sabido que, como resultado de las investigaciones, el patrimonio de Alejandro Moreno pareció multiplicarse por arte de magia: una casa de millonario en Campeche, y –por recientes hallazgos– nos hemos enterado de una humilde playa que posee en las costas de esta misma Entidad Federativa. ¡Qué diversión! Su paso por el poder Ejecutivo no fue en vano.

Al igual que Moreno, Marko Cortés no se muestra distinto. Su desfachatez –aunada a su torpeza– hizo evidentes tratos corruptos del PAN y un desastre en la legitimidad de instituciones como los organismos descentralizados. Pregúntenle del pleito a Manolo Jiménez, por si no me creen. Cortés, sin ayuda de nadie más, publicó su propia condena. ¿Quién condenó a la Oposición?, la pregunta se contesta sola.

“No se cae dos veces en el mismo lugar”, dicen algunos. No, es cierto, en México se caen tres, cuatro y hasta cinco. Usted y yo hubiéramos pensado que aquellos señores innombrables no volverían a aparecer en las portadas de las noticias. Marko se enoja, Xóchitl pierde y Alito… ¡ay, Alito!, se piensa reelegir.

Hay muchas cosas que no logro entender –probablemente nunca lo haga–, pero hay otras que no sólo no me caben en la cabeza, sino que la hacen explotar. En los últimos días de junio, Alito hizo pública su intención de reelegirse como presidente del PRI hasta el 2028. Como no era de extrañarse, la Asamblea en donde se aprobó la modificación de los estatutos para que el objetivo de Moreno fuera posible, no fue legítima. Al menos eso aseguran una gran cantidad de militantes priistas, muchos de ellos de gran relevancia: Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida o Dulce María Sauri. El mismo Osorio Chong le ha denominado: “Vandalito Moreno”.

Por si fuera poco, otros políticos integrantes del Revolucionario Institucional se han mostrado a favor de la continuidad del actual dirigente. Carolina Viggiano, por ejemplo, es parte de su fórmula para contender a la cabeza del partido. Rubén Moreira –esposo de Viggiano– también le ha ofrecido una mano amiga a Alito. A veces, como en estos casos, es peor el descaro de quien es cómplice consciente que del propio acusado. La misma Beatriz Paredes, quien me parece una mujer con ideales sólidos, lo ha cobijado como a un niño indefenso, incluso tras haberle quitado el respaldo para ser la candidata del bloque opositor.

 

A este ritmo, el plan de Alejandro Moreno va viento en popa y, por irrisorio que suene, podríamos estar frente a un sepulturero de historia política; primero el PRD, después, el PRI. Es necesario –nos lo demuestra la historia– que todos los imperios lleguen a su fin. Hegel tiene razón al explicar la historia como un fenómeno dialéctico –i.e. de tesis y antesis– que siempre encuentra en la síntesis su superación. ¿Quién lo diría? Alito, de la mano con sus colegas, podría pasar a la historia como el verdugo de la oposición; el sepulturero de miles y miles de historias.

¡Abrazo!

#InPerfecto