Editorial

La transformación de las élites

#InPerfecciones
Por años se criticó que el país era gobernado por élites, pero con los nombramientos del próximo gabinete, podemos observar cómo las élites no desaparecieron ni fueron eliminadas, sino que fueron sustituidas por otras.

 

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

La prensa en México y las redes sociales han dado seguimiento puntual a los nombramientos del gabinete presidencial que tomará posesión de sus cargos a partir del 1 de octubre próximo. Como serie que estrena nuevos capítulos cada semana, poco a poco se han ido develando los nombres, dando paso incluso hasta que se hagan quinielas con el proceso.

 

De los nombramientos que llevamos a la fecha, se puede observar que hay quienes repiten en el cargo, o en el gabinete, o que vuelven a ser Secretarios de Estado, o que ascienden, ya sea dentro del gobierno federal o desde el gobierno de la ciudad de México. Resulta llamativo que por años se criticó que el país era gobernado por élites, pero con los nombramientos del próximo gabinete, podemos observar cómo las élites no desaparecieron ni fueron eliminadas, sino que fueron sustituidas por otras. Es decir, se transformaron. De hecho, Vilfredo Pareto, citado en La élite del poder por C. Wright Mills (ambos autores considerados entre los clásicos del estudio de las élites), consideraba al socialismo como el medio favorable para la creación de una nueva élite de la clase trabajadora. Es decir, no buscaba su desaparición, sino que sustituyera a la existente.

 

A reserva de hacer un análisis más profundo sobre las trayectorias de cada uno de los futuros miembros del gabinete, (y de alguna manera actualizar el célebre libro de Roderic Ai Camp, Las élites del poder en México), encontramos por lo pronto, un regreso a perfiles surgidos de las universidades públicas, especialmente de la UNAM, y que cuentan con importante historial dentro del ámbito académico. Pero el gabinete es solo la parte ejecutiva de las élites, porque también están las que se acomodaron en el poder legislativo, y que corresponden más al ámbito de lo político que de lo técnico, a los que han pasado más tiempo dentro del partido que en el gobierno. Hasta me podría aventurar a decir que podríamos estar en la antesala de futuras tensiones entre unos y otros, similares a las vividas en los 90.

 

Pero más que hacerle al futurólogo (con enormes posibilidades de equivocarme) me interesa resaltar la existencia de algo natural para las sociedades de cualquier época. Es a finales del siglo XIX, cuando el italiano Gaetano Mosca, con el clásico que todo estudioso de la política debe leer, La clase política, rompe con la tradición de centrar el estudio en la clasificación de las formas de gobierno, para proponer el análisis de lo que denominó la clase política: “existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que siempre es la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él”. Esto es lo que permanece en la historia de la humanidad.

 

Mientras que las formas de gobierno pueden ir de la tiranía a la monarquía, de la dictadura a la república o la democracia, la constante es que siempre hay unos pocos que gobiernan y muchos que son gobernados. Es sabido que la tiranía o la dictadura basa su funcionamiento en el miedo y en la fuerza, pero sin que su uso sea permanente o extendido (la sangre es muy costosa diría Vito Corleone). La permanencia se justifica por otro concepto de Mosca, la fórmula política, que no es más que, como lo remarca Norberto Bobbio en el estudio introductorio del libro de Mosca, “el conjunto de creencias aceptadas que le otorga a una clase política un fundamento de legitimidad, y que hace —y aquí empleo un término no mosquiano— de un poder de hecho un poder legítimo; esto es, de un poder que puede haber tenido origen únicamente en la fuerza, un poder que será obedecido no por el sólo temor sino también por íntimo respeto”.

 

Más allá de su aceptación o rechazo, lo cierto es que las élites políticas o la clase gobernante, tienden, primero a cerrarse. Robert Michels, en su indispensable Los partidos políticos, señalaba que “la organización política conduce al poder, pero el poder es siempre conservador”, esto en el sentido de que busca mantenerse y reproducirse. Por eso solemos encontrar en los cargos administrativos o de elección popular a padres, hijos, sobrinos, nietos, cuñados, nueras, yernos, etc, quienes su mayor virtud es ser marido, esposa, hijo, hija, etc. Pero, como para equilibrar momentáneamente, también existe “el principio de que una clase dominante sucede inevitablemente a otra”. Esto aplica sobre todo en el ámbito político, porque las otras élites, las del poder económico, dificilmente cambian. Gobiernos van, gobiernos vienen, y los millonarios siguen siendo los mismos.

 

El otro gran teórico de las élites, C. Wright Mills. en La élite del poder, aborda esta perspectiva de que “en la cima de esta estructura, la Élite del poder ha sido formada por la coincidencia de intereses entre los que dominan los principales medios de producción y los que controlan los instrumentos de violencia”. Para Mills, una élite poderosa se compone de hombres políticos, económicos y militares. Lo interesante para nuestros tiempos es ver en qué medida estamos frente a una renovación o una ratificación de las élites. Sea cual sea nuestro razonamiento, lo pero es que, como dice Michels, al final “la mayoría de los seres humanos están predestinados por la trágica necesidad de someterse al dominio de una pequeña minoría”.

#InPerfecto