#InPerfecciones
“Sin razón se queja del mar el que otra vez navega” Séneca
Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com
En las vastas tierras mexicanas, el susurro del viento llevaba consigo un eco ominoso tras el fatídico 2 de junio. Una sombra de derrota se cernía sobre el horizonte político, una verdad incómoda que ninguno de los líderes partidistas parecía dispuesto a enfrentar con honestidad. Ni Marko Cortés del PAN, ni Alejandro Moreno del PRI, ni Jesús Zambrano del PRD mostraban signos de reconocer el golpe en lo más profundo de su ser. Parafraseando a una exdirectora del Metro capitalino, parecían insinuar que solo eran los presidentes de esas organizaciones políticas, y nada más.
Pero la historia, esa implacable maestra, nos brinda un espejo en el que contemplar nuestras acciones pasadas. Recordemos el gesto del entonces líder panista, Germán Martínez, quien renunció a su cargo tras el mal desempeño de su partido en las elecciones intermedias de 2009. Rosario Robles, dirigente perredista, tomó una decisión similar después de los comicios de 2003. Y no olvidemos a Manlio Fabio Beltrones, líder priista, quien también dio un paso al costado tras los comicios para renovar 12 gubernaturas en 2016.
La diferencia es clara. Mientras esos líderes anteriores optaron por asumir la responsabilidad y dar paso a una nueva etapa en la historia de sus partidos, Cortés, Moreno y Zambrano se aferran al timón, negándose a ceder ante la cruda realidad. Alegan, como si los militantes de sus respectivos partidos fueran ingenuos, que deben quedarse y enfrentar el desastre. Pero son meras palabras huecas.
La relevancia del PAN ante un cambio de liderazgo o del PRD frente a la pérdida de su registro palidece ante la necesidad imperiosa de una transformación radical. La mejor apuesta que pudieran hacer PAN y PRI es ceder su registro electoral para dar paso a algo nuevo, algo que resuene con las demandas y aspiraciones de los mexicanos que se sienten huérfanos de representación en el actual panorama político.
Quizá sea el momento de un renacimiento, de partidos de centroderecha y centroizquierda que rompan con los grilletes del pasado y se alineen verdaderamente con las voces de la ciudadanía. Pero sé que es mucho pedir. Es improbable que aquellos líderes, acostumbrados al dulce néctar del poder, renuncien voluntariamente a su pequeño reino.
Sin embargo, lo que quizás no toman en cuenta es que sus marcas, sus partidos, están destinados a marchitarse poco a poco. La política, por desgracia, es su único bastión, su única forma de subsistencia. Pero incluso eso está condenado a extinguirse si no se adaptan a los tiempos cambiantes.
En el horizonte, vislumbro la sombra de una oposición renacida, una fuerza que se alzará para desafiar la cuasi unanimidad que caracteriza al oficialismo. Pero sé también que ninguno de los actuales partidos, con sus ataduras y compromisos, está a la altura de cumplir ese papel. Es hora de un cambio, una renovación que trascienda los intereses individuales y dé voz a las aspiraciones colectivas de una nación que ansía un futuro mejor.