Editorial

La izquierda que necesitamos

#InPerfecciones
La consistencia ideológica se ha perdido: podemos ver un gobierno de izquierda que mantiene con celo las políticas neoliberales de austeridad y reducción del gasto público.

 

 

Alejandro Animas Vargas @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

La consistencia ideológica se ha perdido: podemos ver un gobierno de izquierda que mantiene con celo las políticas neoliberales de austeridad y reducción del gasto público.

 

Hasta hace algunos años, la vida política transcurría con referentes claros: izquierda y derecha. Cada uno de nosotros, de manera consciente o inconsciente, nos ibamos acomodando en uno u otro lado de acuerdo con nuestra manera de entender las cosas. Y no pocas veces, salvo aquellos dominados por la ideología, pasábamos de un lado al otro, manteniéndonos en un centro muy amplio.

 

Pero como las categorías no son una constante en el tiempo, los rebeldes de ayer pueden ser los conservadores de hoy. Por ejemplo, en la música, tenemos a los abuelos que antier defendían su rebeldía cantando a los Teen Tops, los Rockin Devils, o como decía la eterna y siempre vigente Mafalda, a los greñudos de los Beatles; también, encontramos a los padres que ayer cantaban con todo entusiasmo “sufre mamón” de los Hombres G. Ahora son ellos quienes hoy critican el reggaetón y el perreo. 

 

Como podemos ver, la izquierda tradicional se asocia con lo rebelde, con las ganas de cambiar al mundo, antes de que el mundo nos cambie a nosotros (nuevamente, Mafalda dixit). En la parte más extrema era contestataria, anticlerical y hasta anarquista. Por mucho tiempo se decía que ser joven y no querer ser revolucionario era una contradicción, derivado de la enorme atracciones que despiertan los héroes revolucionarios (nada más representativo que la imagen del Che Guevara y El hombre nuevo), aunque los revolucionarios ignoraban lo que apunta el historiador Eric Hobsbawn (La era de la revolución, 1789-1948) de que la revolución tiene dos facetas: la política, ejemplificada por la Revolución Francesa; y la económica, con la Revolución Industrial.

 

Con el tiempo, el camino de la revolución armada, fue desplazado por otro tipo de lucha, una sin violencia, que no era otra más que a disputa por el voto. A final de cuentas, la democracia se basaba dos principios básicos no excluyentes pero en constante equilibrio: libertad e igualdad: la derecha abogando por una extensión de las libertades y la izquierda a favor de mayores igualdades; una derecha donde predominaba lo individual y una izquierda a favor de lo social. 

 

En tiempos pasados la izquierda se identificaba con el socialismo (los menos, con el comunismo) y un Estado poderoso, mientras que la derecha lo hacía con el capitalismo y el libre mercado. Esa consistencia ideológica se ha perdido: lo mismo podemos ver un gobierno de izquierda que mantiene con celo las políticas neoliberales de austeridad y reducción del gasto público, que un gobierno de derecha aumentando los impuestos. Chantal Mouffe (Por un populismo de izquierda) ha señalado que esto es propio de una pospolítica, donde se ha desdibujado la frontera entre la política de izquierda y de derecha, aceptando los acuerdos derivado de la globalización imponer límites a la intervención del Estado y a las políticas redistributivas. Por si fuera poco, ya ni siquiera se autodenominan de izquierda, ahora se dicen progresistas.

 

Para Susan Neiman en su magnífico libro, Izquierda no es woke, nos dice que quienes más confundidos andan, son los de izquierda, quienes han dejado atrás su compromiso con la justicia social, para volverse una extrema izquierda o izquierda radical, o una izquierda Woke. Para Neiman, esta corriente ideológica es la que más ha impactado en el pensamiento actual, pero a su vez, es la que mayormente se ha desviado de lo que alguna vez significó ser de izquierda.

 

Por ejemplo, se abandonó el universalismo. Ese pensamiento era el que motivaba a ver las luchas por la libertad en todo el mundo como propias: los republicanos en España, los obreros de Inglaterra, los trabajadores chilenos. Estas nobles causas que permeaban el pensamiento y accionar de la gente, más allá de los excesos y atrocidades que se hicieron en nombre de un socialismo “puro” (basta ver la historia de Antonio Gramsci para entenderlo), fueron suplantadas por cuestiones más tribales. 

 

Esta nueva corriente de izquierda no busca las coincidencias, sino que establece sus bases en la diferencia entre el yo y los demás. De hecho, señala Neiman, “hoy en día se considera un artículo de fe que el universalismo, como otras ideas de la Ilustración, es una farsa inventada para maquillar las versiones eurocéntricas en las que se sustentó el colonialismo”. Es el rechazo absoluto a la historia.

 

La vieja izquierda quería sustituir el capitalismo por un nuevo orden social universal más justo. La izquierda woke, por el contrario, festeja las luchas de liberación de “Hamás” y aplaude cualquier atrocidad que coincida con su visión del mundo. Este tipo de izquierda busca destruir antes que construir, dividir antes que sumar y separar entre buenos y malos. 

 

Lo que se necesita es una izquierda que busque acabar con la pobreza y la desigualdad, otorgar educación y salud universal de calidad, y protejer al medio ambiente. Se requiere de una izquierda que gobierne para todos, sin distingos, pero también de manera eficientemente, y que, como dice Fernando Savater en su más reciente publicación, Carne gobernada, no se escude en el pretexto de que “se juzge a la izquierda por sus intenciones y a la derecha por sus resultados”.

 

La historia nos ha enseñado que cuando la izquierda se corre hacia el extremo tiende a ser mucho más sectaria y dogmática. La izquierda, como cualquier otra postura ideológica, política, social y económica, también debe tener un compromiso permanente con la duda. Susan Neiman nos recuerda las palabras de Harsh Mander (un activista indio a favor de la paz y los derechos humanos, que ha sido, además, candidato a premio Nobel), cuando le preguntaron por qué no era comunista, a lo cual su respuesta fue sencilla: “no podía suscribir ningún movimiento que le exigiera dejar de cuestionar las cosas”. 

 

#InPerfecto