Editorial InPerfección Principal

David Kahneman y el difícil arte de tomar buenas decisiones

#InPerfecciones
“Daniel Kahneman se enfocó a la problemática de las malas decisiones basadas en supuestos aparentemente correctos.”

 

 

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

Los trabajos por la que se han entregado los premios Nobel de Economía pasan por un gran arco conceptual: Milton Friedman y las bases del liberalismo; Amartya Sen y sus estudios sobre el desarrollo; Joseph Stiglitz o Paul Krugman, conocidos por sus posturas críticas ante la globalización; Esther Duflo y Abhijit Banerjee, reconocidos por sus trabajos referentes a la pobreza; y John Nash, un caso atípico por ser, quizá, el más famoso el ganador del Nobel de Economía, aunque no tanto por su obra, sino por la gran película basada en su vida y ganadora del Oscar del 2002 Una mente brillante (A beautiful mind), protagonizada por Russell Crowe.

 

La semana pasada falleció Daniel Kahneman, ganador del Nobel de Economía en 2002, y quien por cierto contaba con una peculiaridad única, no era economista sino psicólogo, pero que recibiría el premio, junto con Vernon Smith (él sí era economista), por sus estudios en el campo de la economía conductual o economía del comportamiento (behavioral economics).

 

Una de las grandes aportaciones de Kahneman que lo hacen indispensable, no solo para los economistas sino para toda la gente, es que presenta con ejemplos sencillos y fáciles de aprehender, alejados de complicadas fórmulas y complejas gráficas, cómo las personas cometen errores sistemáticos en su toma de decisiones.

 

Tenemos la creencia de que el ser humano, al desarrollar inteligencia, en consecuencia, se convierte en un ser racional. De acuerdo con los economistas, las personas siempre optarán por la decisión más racional, por la que obtenga mayores beneficios o maximice su utilidad, dentro de los parámetros de cada uno,. Como lo apunta Jon Elster (La explicación del comportamiento social) al señalar que “los teóricos de elección racional aspiran a explicar el comportamiento sobre la mera base del supuesto de que los agentes (las personas) son racionales”.

 

Suena bien, sin embargo, no es necesariamente cierto. Al repasar nuestras acciones podemos ver que en más de una ocasión hemos tomado la peor decisión, aunque teníamos referencias de que íbamos a cometer un error. Uno de los mejores ejemplos es que sabemos que se debe ahorrar para cuando llegue la hora de la jubilación y que mientras más se ahorre será mejor. Haciendo a un lado a quienes viven al día y por razones obvian no pueden ahorrar, el resto de las personas no ahorra, por varias razones: porque faltan muchos años para en retiro, porque hay algo más en qué gastar durante el presente, etc. Desde su óptica, están tomando una decisión racional basada en un presente concreto y no en un incierto futuro.

 

Daniel Kahneman se enfocó a la problemática de las malas decisiones basadas en supuestos aparentemente correctos. Por ejemplo, en La falsa ilusión del éxito, escrito en 2003 con Dan Lovallo, plantea que gran parte de los negocios que se emprenden fracasan porque la gente toma decisiones con un gran sesgo cognitivo, principalmente, porque “el plan inicial tenderá a acentuar lo positivo (en tanto que propuesta, está concebida para defender el proyecto), lo que sesgará el análisis posterior hacia un exceso de optimismo”. Las “buenas vibras” no son suficientes para que los negocios tengan éxito.

 

En el libro Ruido, una falla en el juicio humano de 2021, Kahneman, junto con Oliver Sibony y Cass R. Sunstein, nos hablan de que en la vida diaria se toman toda clase de juicios, entendidos como “una forma de medición en la que el instrumento es la mente humana”, como el que hace un médico en su diagnóstico, un economista en su proyección, un juez en su sentencia o un politólogo sobre los resultados de una elección.

 

Sin embargo, incluso en estos profesionales, como antes con los negocios, tienen errores de manera constante. Si todos formulan un mismo tipo de juicio errado, los autores lo denominan “sesgo”, por ejemplo, decir año tras año que las ventas mejorarán (sin cambiar nada). También se da el caso donde existe una “variabilidad en juicios que deberían ser idénticos” como cuando las decisiones de varios jueces que dictan diferentes condenas ante delitos idénticos o similares. A esto último, se le llama efecto “ruido”.

 

En mi consideración, el libro que todos deberían de leer es, sin duda Pensar rápido, pensar despacio, publicado en 2012. Ahí describe que la toma de decisión de las personas se rige por dos sistemas. El Sistema 1 “opera de manera rápida y automática, con poco o ningún esfuerzo y sin sensación de control voluntario”, mientras que el Sistema 2 “centra la atención en las actividades mentales esforzadas que lo demandan, incluidos los cálculos complejos. Las operaciones del Sistema 2 están a menudo asociadas a la experiencia subjetiva de actuar, elegir y concentrarse”. Hollywood entiende lo anterior tan perfectamente que por eso satura las pantallas con comedias románticas o películas de acción en vez de producir complejos dramas, sabiendo que la mayoría de los espectadores preferirán ver algo con que “distraerse”, algo enfocado en el Sistema 1.

 

Tomando en consideración los dos sistemas, nuestro andar por la vida debería ser mejor si en vez de tomar decisiones basadas en el Sistema 1, el de la respuesta inmediata, lo hiciéramos con el Sistema 2, que es el reflexivo. Por desgracia, no es así en automático. El sistema 2 se nutre de la acumulación de experiencias, resultados y respuestas recabadas en el Sistema 1. El Sistema 2 requiere del esfuerzo mental y necesita concentración, pero resulta que es flojo y perezoso: “da flojera pensar” lo hemos escuchado más de una vez. Si preguntamos cuánto es 2 por 2, el Sistema 1 da la respuesta de inmediato, pero si preguntamos cuánto es 17 por 24, necesitamos del Sistema 2 y aunque podemos hacer esa multiplicación mentalmente, no lo hacemos por flojera (¿acaso el lector ya hizo la operación y dio la respuesta correcta?).

 

Las aportaciones de Kahneman son muy valiosas, pero, por si fuera poco, tenía otra gran virtud, poco usual en la academia o en cualquier otra actividad de la vida. Como lo recuerda Cass Sunstein en un artículo publicado en el New York Times, con motivo de su muerte: “también debe ser recordado por una filosofía de vida y de trabajo que nunca ha sido más relevante: su entusiasmo por colaborar con sus adversarios intelectuales. Experimentó una verdadera alegría al trabajar con otros para descubrir la verdad, incluso si descubriera que estaba equivocado (algo que a menudo le encantaba)”. En un mundo de polarización, valdría la pena estudiar a Kahneman y emular su filosofía de vida.

#InPerfecto