Editorial

Recuperar la política

#InPerfecciones
Olvidarnos de la política hacer a un lado la tolerancia y el consenso, para regirnos por la ley del más fuerte o del más numeroso.

 


Alejandro Animas Vargas
/ @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

El escudo de mi alma mater, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, contiene una frase en griego: “Tó ζώον πολιτικόν”, el famoso zoon politikón, que significa “el animal político”, en referencia al concepto de Aristóteles de que los hombres (por usar su lenguaje) son seres que ante todo viven en la política. Es decir, que ninguna de las actividades que realizan dentro de su “polis” es ajena a la política.

 

Si coincidimos con el gran filósofo griego, entonces estamos en un escenario en donde la política nos es inherente a todos. En esa época, todos los ciudadanos debían participar en las discusiones públicas, independientemente de sus actividades diarias. Cabe recordar que lo anterior era posible debido al tamaño reducido de las polis. Ahora las condiciones han cambiado, nuestras sociedades son numerosas y el trajinar diario hace que lo último que quieran hacer la mayoría de las personas es dedicarle tiempo a la política.

 

Muchos autores se han enfocado en señalar la preminencia de la política. Empecemos con la filósofa Hannah Arendt quien veía que la política es el “ámbito del mundo en que los hombres son primariamente activos y dan a los asuntos humanos una durabilidad que de otro modo no tendrían” (La promesa de la política). Para Arendt, la política no nace en el hombre, no le es inherente a la persona, sino que surge entre los hombres, es decir, cuando se relacionan en una sociedad.

 

Para el politólogo Giovanni Sartori “la política es el `hacer´ del hombre que, más que ningún otro, afecta e involucra a todos” (La política), y que para entenderla hay que verla desde sus orígenes filosóficos; sus conocimientos empíricos y científicos; y desde el discurso de lo común en su praxis diaria.  Así, Sartori se enfoca en desmenuzar los componentes de la política para tratar de entenderla mejor.

 

Para Phlilippe C. Schmitter y Marc Blencher, con un enfoque mucho más metodológico, señalan que “la política es una (por no decir `la´) actividad humana por excelencia: la ciencia suprema de la esfera dentro de la que tiene lugar toda actividad humana” (La política como ciencia). A partir de esta premisa, desglosan que la política surge en un mundo donde prevalece la escasez que obliga “a intentar resolver los inevitables conflictos de interés y de opinión”. De esta forma, la política es necesaria para resolver las contradicciones que se dan dentro y fuera de cada sociedad.

 

Lo paradójico es que a pesar de todo lo anterior “en nuestros tiempos, si se quiere hablar sobre política, debe empezarse por los prejuicios que todos nosotros, si no somos políticos de profesión, albergamos contra ella. Estos prejuicios, que nos son comunes a todos, representan por sí mismos, algo político en el sentido más amplio de la palabra”, nos dice Hannah Arendt.

 

La política sufre por la mala publicidad, y no es para menos si uno observa los comportamientos de gran parte de nuestros “políticos profesionales”, tan cercanos a sus pasiones e intereses y tan alejados de lo común. Ben Ansell, en un libro publicado el año pasado (Por qué falla la política) nos dice, retomando un poco la línea de Arendt, que “la política se erige sobre promesas inciertas” que casi nunca se cumplen.

 

Continuando con Asell, precisa que, en la actualidad, la política sufre de disfunciones o fallas en cinco grandes temas: la democracia, la igualdad, la solidaridad, la seguridad y la prosperidad.

 

La democracia ha mostrado su fragilidad en el momento es que los arreglos construidos a lo largo de décadas e incluso siglos, son desmantelados en unos pocos años. La igualdad, enfocada en el aspecto económico es cada vez menor; la concentración de riquezas ha vuelto al mundo cada vez más dependiente de lo que tienen unos cuantos. La solidaridad, sentimiento innato a la humanidad, es cuestionada en el momento en que nos piden mayores recursos para apoyar programas sociales que beneficien a terceros. La seguridad reclama mayores libertades y menos controles para poder ser eficaz. La prosperidad es el sueño de un futuro mejor que se rompe en el momento que requiere costosos ajustes al presente.

 

En la búsqueda de soluciones, dice Ansell, existe el riesgo de que queramos encontrar las respuestas en el lugar incorrecto. Hay quienes le apuestan a la tecnología, incluso a la incorporación de la inteligencia artificial; otros, señalan que la clave está en el mercado y por lo tanto, el camino debe ser quitarle ataduras (como si la experiencia de lo sucedido en las últimas décadas no fuera suficiente); otros prefieren la figura de un liderazgo fuerte, sea de izquierda o de derecha, que esté por encima de la sociedad y las leyes, alguien que se justifique señalando que sólo él conoce lo que le conviene a su pueblo o que es el único que puede interpretar lo que quiere la gente.

 

Las salidas anteriores tienen un rasgo en común: ignoran o desprecian la política. Schmitter y Blencher también apuntan que “la política involucra el desarrollo de reglas, normas, instituciones y/o prácticas consensuadas y aplicadas de forma fiable, que posibiliten la resolución pacífica de los conflictos e impidan que deba recurrirse a la violencia”. Olvidarnos de la política hacer a un lado la tolerancia y el consenso, para regirnos por la ley del más fuerte o del más numeroso.

 

La política, lejos de ser un mal necesario, es un bien práctico, decía Bernard Crick (En defensa de la política), porque “la política puede crear sentimientos de comunidad, pero no es, por ejemplo, esclava del nacionalismo; no pretende ser capaz de solucionar todos los problemas ni de hacer felices a los desgraciados, pero puede prestar algún tipo de ayuda en casi todo, y si es fuerte puede prevenir crueldades y decepciones de gobiernos ideológicos.

#InPerfecto