Editorial

CUATRO PALABRAS: AMOR

#InPerfecciones
“Ama y haz lo que quieras” San Agustín de Hipona.

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

Sería vomitivo —en todos los sentidos posibles— si los primeros renglones de esta columna fueran con relación a la “polaca”. Y es que, aunque sí trataré el imprescindible menú de basura política que México tiene para el 2024, no deseo que mis palabras sean sólo un grito ensordecedor lanzado al cielo; una queja más parecida a un berrinche que a una oportunidad de comunicar un mensaje que incite a la acción.

 

Si bien estamos inmersos en un completo mar de incertidumbre, es cierto que hasta en los tiempos más oscuros, puede nacer una llama de esperanza en medio de la tempestad. En palabras de Antoine de Saint-Exupéry: “si quieres construir un barco, no juntes a las personas para recolectar madera y no les asignes tareas ni trabajo. Enséñales primero a anhelar la inmensidad infinita del mar”. De este modo, acompañado de una belleza descomunal, el célebre escritor nos impulsa a tener esperanza, y pensar —antes de actuar— que debemos creer y contemplar desde la fe aquello por lo que hemos de luchar; es decir, construir un motor primero que requerirá siempre el combustible del anhelo. De ahí que no sea mal momento para establecer o recomendar unos cuantos propósitos.

 

Al comenzar un año, cuando el segundero de la cuenta regresiva cambia el uno por el cero, es de lo más común ver en cada nuevo ciclo una oportunidad para crecer; una posibilidad de acercarnos más a la plenitud que desde antaño hemos codiciado. Algunos —entre ellos Aristóteles— la denominarían como eudaimonia (εὐδαιμονία), otros, como dicha. Sin embargo, a pesar de los diversos términos, es cierto que todo ser humano tiene la ilusión de llegar a la felicidad o la dicha. Además, qué sería de nuestra existencia —de por si a veces compleja— si no tuviera una meta a la que llegar; un sentido por el que existimos en la Tierra para luego partir a la inmensidad de lo desconocido. Entonces, por qué no hacer hincapié en pequeños pasos que podemos dar mientras cruzamos el 2024.

 

Lo cierto es que hoy, el panorama global es —cuando menos— devastador. Las guerras, en vez de cesar por completo, parecen incrementar al tiempo que la enfermedad por el poder en el hombre no deja de crecer. Se dice que vivimos en un mundo que aboga por la paz y la justicia, empero, muchos de los titulares del año pasado fueron para anunciar nuevos conflictos por todo el globo. Los enfrentamientos en la Franja de Gaza, la imparable guerra entre Ucrania y Rusia, el acelerado desarrollo de las armas nucleares, entre muchos otros sucesos que reflejan una realidad cruda, sanguinaria y soez. Aunado a esto, también el odio reinó plácidamente en el corazón de la humanidad: los crímenes por motivos raciales, económicos o religiosos, los discursos inundados de rabia y el extremismo fanático, no fueron más que unos pocos ejemplos del gran mal que recíprocamente nos podemos causar.

 

Es menester, entonces, hacer énfasis en algunos pilares que, a mi juicio, si los ponemos en práctica mediante propósitos concretos (resoluciones de Año Nuevo), lograremos darle un pequeño matiz de colores cálidos al mundo; un destello de esperanza que basta para reforzar el amor, la caridad y la empatía.

 

En este viaje hacia un año nuevo pleno de significado, cultivemos la empatía como un jardín floreciente, donde cada flor sea un acto de amor desinteresado y cada hoja una expresión de compasión genuina. Permitamos que la paz sea el eco constante en nuestras decisiones, un susurro suave que disipe la tormenta de las discordias y promueva la armonía en nuestras relaciones.

 

Que cada resolución para este nuevo ciclo sea un voto silencioso a favor de un mundo más compasivo, donde la solidaridad no sea solo un lema, sino el latido mismo de nuestra existencia. En la búsqueda de nuestros propósitos compartidos, descubrimos que la verdadera magia de la vida radica en la capacidad de aliviar las cargas ajenas y celebrar juntos los triunfos.

 

Así, con el compromiso de fomentar el amor, la compasión y la paz, podemos convertirnos en arquitectos de un mañana más brillante y significativo. Que este nuevo año nos encuentre unidos en la noble causa de construir puentes en lugar de muros, de abrazar en lugar de juzgar y de ser fuentes vivas de esperanza y inspiración para el mundo que compartimos.

 

El amor, esa fuerza mágica e intangible, no es solo la ausencia de odio, sino la presencia vibrante de empatía y conexión. En un mundo donde las armas a menudo hablan más fuerte que las palabras, el amor se erige como un lenguaje universal, capaz de trascender barreras culturales, religiosas y políticas. Es la llama que persiste en el corazón humano, recordándonos que, a pesar de nuestras diferencias, todos compartimos el mismo lienzo llamado humanidad.

 

En cada gesto de amor, en cada mirada cargada de comprensión, encontramos la llave para abrir puertas que la violencia intenta cerrar con fuerza. El amor se convierte así en un acto revolucionario, desafiando las estructuras de poder con la simplicidad abrumadora de su grandeza. En vez de luchar con armas de destrucción, elegimos armarnos con el poder sanador del amor, sembrando semillas de esperanza en campos que yacen yermos por la desesperanza.

 

En la encrucijada de la historia, el amor se presenta como un bálsamo, una respuesta elegante a la brutalidad que amenaza con desgarrar el tejido mismo de nuestra humanidad. Es la chispa que enciende la llama de la reconciliación y el puente que une orillas distantes en un abrazo fraterno. En un mundo asediado por las tempestades, el amor se alza como el sol que disipa las nubes, iluminando sendas de paz y redención.

 

Por tanto, te propongo, querido lector, que este 2024 sea un año lleno de amor; no en el sentido romántico o frívolo, sino como motor que permite abrazar la ternura y la debilidad de quien más lo necesita, como ladrillo que permite la firmeza de una barda de esperanza.

 

¡Feliz 2024!

#InPerfecto