Editorial

CIUDADANOS DEL MUNDO

#InPerfecciones
“Ser ciudadano del mundo hoy en día implica que nada nos debe ser ajeno, y que existen condiciones que pueden hacerlo propicio”.

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

 

Diógenes de Sinope, conocido también como “el Cínico” o “el Perro”, fue un filósofo griego que vivió entre los años 400 y 300 a.e.c. Su vida fue tan peculiar que son muchas las anécdotas en torno a él. Por ejemplo, se dice que caminaba por las calles durante el día con una lámpara encendida diciendo que andaba en búsqueda de un hombre honesto. Martha Nussbaum en La tradición cosmopolita rescata un par de historias más: que en una ocasión Alejandro Magno se encontró con él, y le dijo, «pídeme lo que quieras”, a lo que Diógenes respondió, “no me hagas sombra”; otra es que le preguntaron a Diógenes de dónde venía, su respuesta fue “kosmopolites” o “cosmopolita”, es decir, ciudadano del mundo.

 

Por lo general, cuando escuchamos la palabra cosmos no la relacionamos con el mundo sino con algo más grande. Recuerdo haber visto hace muchos años en ECO, el entonces canal 9, un fascinante programa llamado Cosmos, en el cual Carl Sagan explicaba que la palabra “cosmos” provenía del griego y significaba “universo”, y que deberíamos entender al cosmos como algo parecido al vecindario donde vivimos, en el cual, por cierto, solo ocupábamos una ínfima parte del mismo. Posteriormente, hubo una segunda versión del programa con el mismo nombre dirigida por el también divulgador Neil DeGrasse Tyson, que en nada desmerece a la primera versión. Ambos programas explican de manera amena y entendible, desde el origen del universo y los seres vivos, la materia de que están hechos, y el destino que irremediablemente nos depara. Si vivimos en el mismo vecindario, debemos involucrarnos en mantenerlos habitable.

 

Diógenes buscaba la simpleza de la vida, por lo que la idea de ser ciudadano del mundo lo diferenciaba y alejaba de los problemas de su época, donde la gente se dividía entre los iguales y los diferentes: ya sean porque eran de un pueblo distinto; porque tenían otro idioma y apariencia; honraban a dioses ajenos; eran más pobres o más ricos, libres o esclavos, hombres o mujeres. Total, la misma historia de la humanidad a lo largo de los siglos. Por tal razón, podríamos decir que Diógenes era un adelantado, un provocador, o alguien que captaba que en realidad, nada nos debería ser ajeno.

 

El hecho de hablar de que una persona sea cosmopolita en la actualidad, lo asociamos a alguien que es refinado, culto y que ha paseado por el mundo. Un concepto totalmente elitista. Nussbaum nos invita a reflexionar y rescatar el sentido con el cuál Diógenes lo entendía. La tarea no es nada sencilla, pero siempre ha estado presente en las discusiones a lo largo de los siglos. 

 

¿Cómo podríamos entender ser ciudadano del mundo? En primer lugar, no se trata de imaginar, como diría John Lennon, un mundo donde no existan países, ni religiones, y que todos seamos hermanos. Ser ciudadano del mundo hoy en día implica que nada nos debe ser ajeno, y que existen condiciones que pueden hacerlo propicio. Por principio de cuentas, la ciudadanía no se circunscribe solo al lugar de nacimiento. La doble o la múltiple nacionalidad es legal en muchos países. Ya sea por las diferentes nacionalidades de los padres, por haber nacido en otro país, por casarse con una persona de diferente nacionalidad, por cuestiones de trabajo, e incluso, todas las migraciones internas voluntarias o forzadas, hacen que las personas dejen de verse a sí mismas como de un solo lugar. Esto evidentemente cambia el involucramiento de las personas con su entorno.

 

Pero la nacionalidad es solo una parte. Desde hace varias décadas, la televisión en su momento, y ahora las redes sociales y el internet, han vuelto al mundo cada vez más pequeño. Nos encontramos con noticias en todo momento y de repente nos topamos con que compartimos gustos y aficiones con gente que vive en otro continente, ya sea la emoción de un mundial de futbol o el estreno de una nueva película de superhéroes. Si el idioma no fuera problema, seguro los jóvenes hablarías de sueños similares y los adultos se quejarían de sus gobiernos. Por otra parte, la mayoría de las personas comparte el horror al observar imágenes de tragedias, ya sea ocasionadas por la naturaleza (un terremoto o un huracán devastador) o por la estupidez humana (como la guerra y el terrorismo). 

 

Tenemos pues, que de forma natural, en la personas existe una identificación con el dolor y la alegría. Nussbaun señala  que “la ignorancia, la distancia, la torpeza y toda una serie de distinciones artificiales nos separan, pero nuestras capacidades humanas nos convierten en miembros, en principio, de una comunidad moral global” (La tradición cosmopolita, pp. 221). De hecho, en el libro Comunidad, ya Zygmunt Bauman hablaba de que “la comunidad es el entendimiento común compartido”. Es decir, en la medida en que los valores estén extendidos a toda la sociedad, podemos aspirar a una mayor integración.

 

Lo anterior sueña utópico, sin duda alguna, porque para lograrlo hay que superar dos escollos. El primero es que las personas cambien la óptica de la forma en que viven y conviven con el resto de la sociedad. Debemos superar el rechazo al otro por cuestiones de nacionalidad, raza, religión, género, condición social, etc. Evidentemente, es más fácil decirlo que hacerlo. Yo lo dice Rob Riemen que “ser humano es un arte. No es ciencia. Si fuera una ciencia, tendríamos definiciones aceptadas, teorías, confirmadas, respuestas, unívoca, protocolos y manuales para la vida. Pero no los tenemos, y todo lo que se presenta con esa pretensión, no es más que un engaño”. (El arte de ser humano, pp. 14). 

 

El segundo es tener objetivos globales comunes, y esto se pueden construir en torno a los problemas que nos deben preocupar a todos. Nussbaum propone algunos de ellos: detener el deterioro mediambiental; ampliar el respeto de los derechos humanos; generar empatía por las condiciones y vida, no solo de las personas, sino de la flora y fauna. Quizá podamos construir la ciudadanía del mundo si avanzamos en el entendimiento de estos últimos temas, porque al final, como señalaba Roberto Musil (citado por Riemen, El arte de ser humano,  pp. 129) “cada época necesita una pauta, una razón de ser, un equilibrio entre la teoría y la ética”. 

 

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