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Los médicos que atendieron a Eloísa le dijeron que no puede trabajar y no puede estudiar porque no puede con el estrés.
Con información de EL UNIVERSAL
“¡Dios mío!, ¿a qué niño voy a agarrar? Todos estaban en la hora de sueño, entonces agarré al que pude, el humo me llegaba a las rodillas y la lona del techo caía en pedazos con lumbre sobre los niños”, recuerda Eloísa Orozco Barajas, maestra de la Guardería ABC, quien después de la tragedia ha estado tres veces internada en hospitales psiquiátricos.
Eloísa se respalda en su madre quien cuida de ella y de sus dos hijos. Evan, también es sobreviviente del incendio de la Guardería ABC, está afectada de sus pulmones a causa de inhalar humo y tóxicos, lo que le desencadenó un problema cardiovascular.
La maestra de la sala maternal A, que tenía a su cuidado a niños de dos años a dos años y medio, relata a EL UNIVERSAL como en fracción de segundos su vida se convirtió en un infierno.
“Era mi hora de comida, yo estaba en el comedor con mis demás compañeras y de repente empezó a tronar una lámpara, volteé y le dije a mi compañera quítate porque a lo mejor nos cae encima, pero fue así como tipo broma porque no sabíamos que estaba pasando, pero no sé, fueron milésimas de segundo, yo creo, cuando al momento volteé a donde estaba el refrigerador y se miraron las dos paredes que estaban agrietadas y ahí estaba entrando bastante humo negro.
Salimos corriendo, íbamos a la mitad del comedor cuando la directora tocó la chicharra, cada quien acudió a su sala, pero el humo ya me llegaba a las rodillas, tomé al niño que pude y salí corriendo, ya no se veía nada, la lona con lumbre caía y se me soltó el niño, lo volví a agarrar, no podíamos salir porque la misma presión del humo no dejaba ni que quebraran la puerta porque era de cristal, ni que yo pudiera abrir, porque el mismo sofoco, la misma presión no dejaba.
Cuando yo logro salir, Evan mi hija, ya estaba al otro lado de la calle. Me tocó verlo absolutamente todo, verlo desde dentro, ver que se estaba quemando, que se estaba cayendo a pedazos la lona con fuego, los plafones como caían y ya estando afuera, ver como sacaban los cuerpos de los niños ya quemados, tiznados y que los echaban a las cajuelas de las patrullas para llevárselos.
Dejé al niño que saqué y me empezaron a llevar a más niños que tenían pedacitos de hule en la piel, lo único que quedaba era echarles agua; una amiga que trabajó ahí, de la nada llegó, no sé de dónde salió, me dijo dame a la niña (Evan) para llevármela, le pedí que no se la llevara con mi mamá porque se iba a asustar y se la llevó a su abuela”, recuerda Eloísa.
“Entonces yo ya agarré a los demás niños y los llevé a la casa donde los estaban resguardando, de la nada yo no sé de dónde salió mi mamá, de donde salió el esposo de la directora, yo empecé a sentirme mal, me empecé a contracturar; y después yo ya estaba en el hospital en la Clínica del Noroeste intoxicada”.
Tras el suceso, se empezó a encerrar en sí misma, no quiso ver noticias. “Todavía me acuerdo y se me pone la piel chinita el saber que todos los niños que yo cuidé como quedaron, que algunos fallecieron, no es fácil de digerir y eso con el tiempo me fue causando conflicto porque yo empecé con muchos foquitos de depresión, de ansiedad”.
Eloísa inició tratamientos de salud mental en el Centro de Atención Inmediata para Casos Especiales (CAICE), del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y desde entonces ha sido internada en dos ocasiones en el hospital psiquiátrico La Cruz del Norte y otra en un psiquiátrico de Monterrey. Hace meses estaba canalizada a un psiquiátrico de Guadalajara, pero se ha sobrepuesto porque sus hijos sufren su ausencia.
Lamenta que sus hijos se aflijan por ver los episodios psicóticos por los que ha atravesado, donde veía demonios, se cortaba los brazos, amenazaba con degollarse, tomaba pastillas, se golpeaba contra la pared, contra el piso, al grado que su madre cuando dormía con ella se amarraba a su pie, para sentirla.
La maestra comenta que consume un “arsenal” de medicamentos, trata de ser buena madre, de atender la enfermedad de su hija Evan y luchar con fuerza por sus derechos, dejar atrás sus pesadillas que incluso la llevaron a desconectarse de la realidad y la hicieron olvidarse de su familia.
“A veces me despierto y digo soy fuerte, tengo que poder, tengo dos hijos y los dos me necesitan. Pero Evan es la que tiene el problema pulmonar y el problema cardiológico, tengo que estar de pie porque tengo que acompañarla a consulta, a terapia psiquiátrica y psicológica. Entonces yo tengo que agarrar fuerzas, ¿de dónde? no sé, pero gracias a Dios tengo a mi mamá que me apoya”.
Eloísa, la mujer que danzaba africano y bailaba salsa en las presentaciones de su escuela de baile y que estudiaba enfermería; hoy, está incapacitada, no puede trabajar, ni manejar y hasta para cruzar una calle necesita ayuda. Así la dejó la terrible vivencia del incendio de la Guardería ABC.
Madre e hija son víctimas de la tragedia, son atendidas por el Seguro Social por haber estado en la guardería en el momento del incendio, pero ninguna de las dos está reconocida como lesionadas o como afectadas por el gobierno para acceder a otros beneficios.
El calvario de Evan
Evan Alicia Arellano Orozco, tiene 15 años de edad, es sobreviviente del incendio de la Guardería ABC. Sus pulmones ahora trabajan al 70% a causa de inhalar humo y tóxicos, ello le desencadenó un problema cardiovascular. A su corta edad, padece una severa crisis de ansiedad que la obliga a consumir medicamento controlado.
Cuando ocurrió el incendio, en el 2009, le diagnosticaron un 10% de daño pulmonar, al paso del tiempo, según su madre Eloísa y su abuela María Elena Barajas, el problema se le ha agravado, al grado de regresar de la escuela pálida y con la boca morada, aún sin realizar actividad física.
El IMSS le ha proporcionado un tanque de oxígeno y desde hace dos años duerme conectada a una máquina para oxigenarse. Ahora, requiere de un concentrador portátil que cuesta más de 100 mil pesos.
Tiene prescripción médica y un dictamen de daño pulmonar permanente, pero no está reconocida como lesionada; si la atienden, pero ahora ya es una joven limitada a ciertas actividades en el día a día.
Un médico internista les dijo que la niña podía caer en paro cardiaco o paro respiratorio; después supuestamente iba a durar seis meses con oxígeno en las noches y por las tardanzas de las citas, de los movimientos del CAICE, duró dos años. El 14 de septiembre del año pasado la mandaron al hospital La Raza en la Ciudad de México, ahí le hicieron un estudio más específico. La saturación más baja que presentó fue del 71% aún con el oxígeno. Su enfermedad avanza.
“Evan ya está con medicamento controlado porque toda esa afectación pulmonar que tiene y cardiológica la está metiendo, todavía más en ansiedad, en crisis y no poder dormir, entonces es una jovencita de 15 años con tres tipos de medicamento controlado”, comenta con tristeza la abuela de la menor.
Eloísa se siente perdida, porque dice que el gobierno no ayuda para nada, no tiene esperanza, si no reconoce las lesiones de su hija, menos va a reconocer su incapacidad por salud mental.
Los médicos que atendieron a Eloísa le dijeron que no puede trabajar y no puede estudiar porque no puede con el estrés.
“Tiene que llevar una vida placentera –le dicen-, ¿cómo la voy a llevar placentera si me estreso viendo a mi hija que está conectada en el concentrador de oxígeno o a veces en el tanque, o en la mañana le tengo que dar su pastilla para el corazón, o ven mi hijita, ven toma el clonazepam, toma la melatonina, toma la sertralina”, que burla, concluye.