#EspecialesInPerfecto
Sin duda uno de los capítulos más explorados dentro de la vida de Trotsky fue la supuesta relación amorosa que mantuvo con la artista Frida Kahlo, esposa de su amigo Diego Rivera ¿Que sucedió?
Marto GoAg / @MartoGoAg
martogaogeek@inperfecto.com.mx
León Trotsky debido a diferentes sucesos políticos, tuvo que abandonar su nación, encontrando cobijo en México, en donde intelectuales de la Liga Comunista Internacionalista, donde estaban personajes como Octavio Paz y Diego Rivera.
Trotsky pudo llegar a México en donde prometió no entrometerse en los asuntos políticos, pero aun así se volvió parte de los grupos de intelectuales más importantes de la epoca, en donde obviamente estaba el matrimonio de Diego y Frida, quienes no sólo organizaron la bienvenida de Trotsky y su esposa, sino que también los hospedaron en su casa, la “Casa Azul”.
El dia en que llegó Trotsky a México, fue cuando conoció a Frida, y según Gérard de Cortanze, autor de Los amantes de Coyoacán, indicó que “Trotsky se enamora inmediatamente de Frida porque cuando baja del barco ella tiene un perfume que él reconoce porque ya lo olió y que era muy conocido en los años 30, que es Shocking de Schiaparelli; (…) y de repente ve una joven mujer que nunca había visto antes, que es como una diosa azteca”.
Por otro lado, Frida ya había sufrido múltiples traiciones de parte de Diego, inclusive con su hermana, pero se sabe que ambos conectaron fácilmente, en donde ambos se comunicaban en inglés, siendo un idioma el cual Natalia, esposa de Trotsky no dominaba, aflorando una relación, en donde el secretario del político, Jean vanHiejenoort, conto en sus memorias, los “flirteos” descarados entre estos dos personajes.
La artista y el intelectual se reunían en la casa de la hermana de Frida, además de que Trotsky le dejaba cartas escondidas en los libros que le prestaba, además Frida le regaló a su inquilino un autorretrato el cual el colocó en su zona de trabajo.
Este es un pequeño extracto de una carta de Trotsky a Frida:
Frida, amada, Al contemplar esta noche tu rostro de cervatillo, he descubierto que jamás conseguiré hacerte a un lado de mi cabeza no se diga de mi corazón. Arde mi sangre como una lámpara votiva al lado de mi mesa, y es como un cerrojo (parte ilegible en el original) una noche en Colloacan (sic). Dejo este papel debajo de tu puerta. Y debo volver a aclarar que no hubo diferencias entre nosotros. Ni la espina dorsal abre un surco insalvable en los hemisferios de una espalda. Me cuesta precisar en cualquier caso, tal vez por mi alma eslava, si ese espacio abierto entre nosotros podrá cerrarse y cicatrizar (…) Te amé desde siempre y a escondidas. Me encontraba dueño de un juego de principios en los que me arrellanaba como un castor, y esquivaba el fantasma de tu bigote, tu porte de soldadera y esa sed de besos capaz de (parte ilegible en el original)