#Arquitectura
Pues, así como un recién nacido sólo puede alimentarse con la leche de su nodriza y sin ella no puede desarrollarse, de igual manera una ciudad no puede crecer sí no posee campos cuyos frutos le lleguen en abundancia.
Carlos Rosas C / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx
Llegamos al Libro Segundo de los Diez Libros de Arquitectura que Vitruvio Polión nos ha dejado como legado y que a pesar del tiempo que ha transcurrido a partir de su aparición, existen elementos que un arquitecto debe conocer y ser consciente de aspectos tan simples pero tan fundamentales en el ejercicio de la Arquitectura, continuemos en compañía de Vitruvio.
LIBRO SEGUNDO
Introducción y Capitulo 1
“INTRODUCCIÓN”
El arquitecto Dinócrates, confiando en sus proyectos y en su ingenio, marchó desde Macedonia hacia el ejército de Alejandro, que estaba consiguiendo ser el señor del mundo, ansioso de ganarse su protección. Dinócrates era portador de unas cartas, avaladas por sus parientes y amigos que iban dirigidas a los principales mandatarios purpurados, a quienes solicitó le recibieran amablemente y le posibilitaran acceder ante Alejandro lo más pronto posible.
Se lo prometieron, pero la entrevista se retrasaba bastante, esperando el momento oportuno. Por ello, pensando Dinócrates que se burlaban de él, optó por presentarse directamente. Era un hombre de gran estatura, rostro agradable, porte y prestancia exquisitos. Confiando en sus dotes naturales, dejó sus ropas en la hospedería, perfumó su cuerpo con aceite, coronó su cabeza con guirnaldas de álamo, cubrió su hombro izquierdo con una piel de león y tomó en su mano derecha una clava; así avanzó con dignidad ante el tribunal donde Alejandro impartía justicia.
Su esmerada presencia llamaba la atención del pueblo y hasta el mismo Alejandro se fijó también en él. Mostrando gran sorpresa, Alejandro ordenó que le permitieran el paso para que se acercara y le preguntó quién era. El contestó: «Soy Dinócrates, arquitecto de Macedonia y traigo para ti unos proyectos y unos bocetos, dignos de tu grandeza. He transformado el monte Athos en la figura de una estatua viril; en su mano izquierda he diseñado las murallas de una gran ciudad y en su derecha una enorme patera que recoja las aguas de los ríos que fluyen en aquel monte, con el fin de verterlas al mar desde su propia mano». Alejandro quedó gratamente satisfecho ante la descripción de tal proyecto y al momento preguntó si alrededor de la ciudad había campos que la pudieran abastecer con sus cosechas de trigo. Al manifestarle que no era posible el abastecimiento sí no era mediante el transporte de ultramar, contestó: «Dinócrates, observo con atención la magnifica estructura de tu proyecto y me agrada. Pero advierto que si alguien fundara una colonia en ese mismo lugar, quizás su decisión sería muy criticada. Pues, así como un recién nacido sólo puede alimentarse con la leche de su nodriza y sin ella no puede desarrollarse, de igual manera una ciudad no puede crecer sí no posee campos cuyos frutos le lleguen en abundancia; sin un abundante abastecimiento no puede aumentar el número de sus habitantes ni pueden sentirse seguros. Por tanto, en cuanto a tu plan pienso que merece toda clase de elogios, pero la ubicación de la ciudad debe ser desaprobada. Es mi deseo que te quedes a mi lado, pues quiero servirme de tu trabajo».
Desde este momento, Dinócrates ya no se apartó del rey y siguió sus pasos hasta Egipto. Al observar Alejandro que había allí un puerto protegido por la misma naturaleza y un extraordinario mercado, además de campos sembrados de trigo que ocupaban toda la extensión de Egipto así como las enormes ventajas que proporcionaba el impresionante río Nilo, ordenó que él fundase allí mismo una ciudad, de nombre Alejandría, en honor a su propia persona.
De este modo Dinócrates, apreciado por su interesante aspecto y por su gran cotización, alcanzó la categoría de los ciudadanos distinguidos. Pero a mi, oh! Emperador, la naturaleza no me ha concedido mucha estatura, la edad ha afeado mi rostro y la enfermedad ha mermado mis fuerzas. Por tanto, ya que me veo privado de tales cualidades, alcanzaré la fama y la reputación, así lo espero, mediante la ayuda de la ciencia y de mis libros.
Como ya he consignado por escrito detalladamente en el primer libro, lo propio de la profesión del arquitecto y los perfiles de su definición, y como he tratado ya el tema de los muros, la parcelación de las superficies dentro de su ámbito, siguiendo un orden, pasaré a tratar ahora de los santuarios sagrados, de los edificios públicos y privados, insistiendo en sus adecuadas proporciones y en su necesaria simetría. Pero, con el fin de desarrollar todos los temas de una manera completa, he pensado que no debía tratar de inmediato ningún tema, si previamente no exponía todo lo referente a los materiales, maderas y estructura con los que se llevan a cabo la construcción de los edificios; las propiedades y cualidades de tales materiales atendiendo a su utilidad y cuál es su disposición según los principios naturales que los componen. Pero, antes de pasar a exponer las sustancias naturales, trataré previamente la teoría de los edificios, cómo han sido sus orígenes, cómo han ido desarrollándose sus distintos descubrimientos; proseguiré luego con los avances de la antigüedad respecto a la misma naturaleza y con los autores que descubrieron los orígenes de las primitivas comunidades humanas y consignaron sus logros, plasmándolos en distintas normas. Así pues, pasaré a exponer cuanto he sido instruido por dichos escritores.
CAPITULO 1 LIBRO SEGUNDO
“LAS COMUNIDADES PRIMITIVAS Y EL ORIGEN DE LOS EDIFICIOS”
En los primeros tiempos, los humanos pasaban la vida como las fieras salvajes, nacían en bosques, cuevas y selvas y se alimentaban de frutos silvestres. En un momento dado, en un lugar donde espesos bosques eran agitados por las tormentas y los vientos continuos, con la fricción de unas ramas con otras provocaron el fuego; asustados por sus intensas llamas, los que vivían en sus aledaños, emprendieron la huida. Después, al calmarse la situación, acercándose más y más, constataron que la comodidad y las ventajas eran muchas junto al calor templado del fuego; acarreando más leña y manteniendo el fuego vivo invitaban a otras tribus y, con señas, les hacían ver las ventajas que lograrían con el fuego.
En este tipo de reuniones o encuentros, como emitían sonidos muy confusos e incomprensibles, fijaron unos términos provocados por su trato cotidiano. Con el fin de actuar lo mejor posible, comenzaron a hablar entre ellos designando con nombres los distintos objetos más útiles y, por casualidad, surgieron las primeras conversaciones. Por tanto, habían surgido las asambleas y la convivencia, precisamente por el descubrimiento del fuego. Las primeras comunidades de humanos se agruparon en un mismo lugar en un número elevado, y dotados por la naturaleza de un gran privilegio respecto al resto de animales, como es el que caminaran erectos y no inclinados hacia adelante, observaron las maravillas del universo y de los cuerpos celestes, e igualmente manipularon los objetos que querían con toda facilidad con sus manos y sus dedos y, así, unos construyeron techumbres con follaje, en aquellas primitivas agrupaciones humanas; otros excavaron cuevas al píe de la montaña, e incluso otros, fijándose en los nidos construidos por las golondrinas, imitándolos, prepararon habitáculos donde guarecerse, con barro y con ramas.
Al observar unos las chozas de otros y al ir aportando diversas novedades, fruto de sus reflexiones, cada vez iban construyendo mejor sus chozas o cabañas. Mas al tener los humanos una enorme capacidad natural imitativa que -aprende con facilidad, día a día mostraban unos a otros sus logros, satisfechos de sus propios descubrimientos, y, de esta forma, cultivando su ingenio en las posibles disputas o debates, lograron construir cada día con más gusto y sensatez.
En un primer momento, levantaron paredes entrelazando pequeñas ramas con barro y con la ayuda de puntales en forma de horquilla colocados en vertical. Otros levantaban las paredes, después de secar terrones de tierra arcillosa, uniéndolos asegurándolos con maderos atravesados que por la parte superior cubrían con cañas y follaje, con el fin de protegerse de las lluvias y de los fuertes calores. Posteriormente, las techumbres, incapaces de soportar las borrascas de las tempestades invernales, fueron sustituidas por techos de doble pendiente, y así, cubriendo con barro las techumbres inclinadas, consiguieron que se deslizaran las aguas de lluvias.
Siendo consecuentes con lo que acabamos de describir, podemos concluir que así fueron las costumbres en un principio, en sus orígenes, pues hasta el presente se sigue todavía construyendo así, con tales materiales, en naciones extranjeras como Galia, España, Lusitania y Aquitania donde utilizan para techar tablillas de roble o bien paja. Entre los habitantes de la Cólquide, en el Ponto, debido a sus abundantes y espesos bosques, colocan árboles de igual tamaño tendiéndolos en tierra a derecha e izquierda, dejando entre ellos un espacio equivalente a su altura y en las partes extremas fijan otros árboles transversales, que rodean el espacio central de la vivienda. Posteriormente, uniéndolos y asegurándolos con maderos atravesados alternativamente, por los cuatro lados forman los ángulos o esquinas y así levantan las paredes en perpendicular, e incluso unas torres muy elevadas; los huecos que quedan, por no ajustar bien los maderos, los cubren con barro. Cortando los extremos de las vigas transversales en las techumbres, consiguen que se vaya reduciendo gradualmente su distancia, paso a paso, y así desde las cuatro partes levantan, en la parte central, unas pirámides que cubren con follaje y barro; construyen los techos abovedados de las torres, siguiendo el uso de los pueblos extranjeros.
Los Frigios, que habitan en zonas llanas, debido a que no hay arbolado en abundancia, como carecen de madera, eligen unas colinas naturales en las que excavan fosas en su parte central, van perforando unos caminos o pasos con los que amplifican su extensión todo lo que les permite la naturaleza del lugar. Levantan unos conos, enlazando entre si unos palos y cubriendo sus puntas con cañas y sarmientos sobre los que amontonan gran cantidad de tierra encima de su habitáculo. De esta forma, por la estructura de sus techumbres, consiguen unas chozas muy cálidas en invierno y muy fresquitas en verano. Algunos arreglan sus tejados con cañas y juncos.
Otros pueblos, y en numerosos lugares, llevan a cabo sus construcciones utilizando una hechura muy parecida. En Marsella también podemos observar viviendas sin ninguna clase de tejas, simplemente con tierra amasada con paja. En Atenas tenemos el ejemplo del Areópago, que se mantiene hasta nuestros días, cubierto sencillamente con barro. Y también en el Capitolio la cabaña de Rómulo puede hacernos recordar y comprender los usos y costumbres de la antigüedad. En la Ciudadela vemos edificios sagrados cubiertos con paja.
Apoyándonos en estos modelos y reflexionando sobre los logros de los hombres primitivos, podemos concluir que así eran sus construcciones. Ahora bien, como con la práctica diaria lograron adquirir unos métodos más adecuados para la construcción, utilizando su talento y su astucia y gracias a su actividad cotidiana, consiguieron una buena técnica o profesionalidad; fueron potenciando su habilidad en sus obras y se consiguió que, quienes fueron más diligentes y constantes, profesaran ser artesanos.
Por tanto, como realmente fue así en un primer momento y como la naturaleza ha concedido a los humanos no sólo los sentidos –como, en cierto modo, al resto de animales– sino también les ha proporcionado la facultad de pensar, de reflexionar, de deliberar, por ello sometieron al resto de animales a su poder y autoridad; consecuentemente, fueron haciendo progresos paso a paso en la construcción de sus edificios; prosiguieron con otras técnicas y ciencias prácticas y de empezar llevando una vida como las fieras salvajes, pasaron a una vida propia y digna del hombre, más doméstica. Conjugando análisis y reflexiones más complejas, que surgían de la variedad de las distintas artes, consiguieron perfeccionar sus chozas construyendo viviendas cimentadas; levantaron paredes de ladrillo o bien, con piedra y con diversas clases de madera y cubrieron sus techumbres con tejas. Posteriormente, fueron capaces de descubrir la sólida estructura de la simetría, a partir de tanteos inciertos y dubitativos, mediante la observación constante de sus logros.
Cuando cayeron en la cuenta de que la naturaleza era sumamente pródiga en maderas, adecuadas para construir, que ella misma se las proporcionaba, utilizándolas convenientemente fomentaron su calidad de vida, potenciándola por medio de las artes. Por tanto, voy a tratar ahora, como me sea posible, sobre los materiales que aparecen en los edificios, aptos para su uso, sobre las propiedades y cualidades naturales que poseen.
Si algún lector deseara cuestionar el orden del conjunto de la obra, pensando que este libro segundo debiera anteceder al primero, con el fin de que no piense que yo me he equivocado, voy a exponer las razones en las que me he apoyado. Cuando me dispuse a escribir sobre la arquitectura en su conjunto decidí exponer en el primer libro los diversos conocimientos teóricos y enseñanzas prácticas que la adornan, delimitar sus características mediante definiciones e incluso señalar sus orígenes.
También especifiqué las cualidades que convienen al arquitecto. En una palabra, en el primer libro estudié las obligaciones de la profesión; en este segundo libro trataré sobre la naturaleza de los materiales que son útiles y provechosos. En efecto, no nos muestra este libro el origen de la arquitectura, sino dónde se han ido formando los orígenes de las construcciones y de qué manera han ido progresando, paso a paso, hasta el desarrollo y perfección de hoy día. Siguiendo el orden exigido, será así la organización y estructura del presente libro. Voy a volver de nuevo a nuestro tema y voy a tratar sobre los recursos más adecuados para la realización y terminación de los edificios, cómo son producidos por la misma naturaleza y cómo se mezclan y combinan diversos elementos; y además, espero que resulte claro y evidente a los lectores.
En efecto, ninguna clase de madera, ni de sustancias ni de nada puede surgir sin una combinación de elementos primarios, ni puede ser objeto de nuestra observación sensorial; de ninguna manera podemos ofrecer una explicación de la naturaleza de las cosas sí no acudimos a las leyes de los físicos, demostrando con exigentes razonamientos sus propias causas que, en cierto modo, son internas.