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Salmón y tacos de lechuga forman parte del menú de Tesha Martínez en “La Guancha”, primer proyecto de vivienda comunitaria para mexicanos de la tercera edad recelosos de los asilos.
AFP
Salmón y tacos de lechuga forman parte del menú de Tesha Martínez en “La Guancha”, primer proyecto de vivienda comunitaria para mexicanos de la tercera edad recelosos de los asilos y que defienden su independencia.
Profesora jubilada de 65 años, Martínez y su esposo Francisco Vigil, de 61, cambiaron su casa en la agitada Ciudad de México por esta comunidad en Malinalco, apacible municipio turístico a unos 100 km de la capital.
En un terreno circundado por bosques y montañas, esta pareja y otros 28 adultos mayores han construido hasta ahora seis casas con el dinero de sus jubilaciones y ahorros.
Seis ya viven en el lugar, donde se proyecta edificar otras nueve viviendas, mientras los demás van y vienen, aunque el propósito es quedarse allí por el resto de sus días.
“En mi vida laboral di y me entregué porque recibía un sueldo (…), ahorita es diferente porque es colaborar (…) y he aprendido que dar es mucho más satisfactorio de lo que yo me podría haber imaginado”, dice Vigil, extrabajador de la industria automotriz, sobre el espíritu del “cohousing”, modelo de vivienda colaborativa surgido en Dinamarca.
Frente a un amplio jardín y una alberca que rematan las áreas comunes, el hombre explica que su deseo y el de su esposa es que sus hijos hagan una vida propia.
“Si educamos a los hijos para que vuelen, cuando vuelan nosotros también tenemos que volar”, reflexiona.
El matrimonio quiere además envejecer en mejores condiciones que sus papás. Los ancianos “nunca tienen la atención que necesitan, están muy solos”, apunta la mujer, cuyo padre falleció a los 91 años tras pasar por un asilo.
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“La Guancha” nació en 2009 como un proyecto académico de Margarita Maass sobre mejoramiento de la calidad de vida en adultos mayores, un asunto que podría ganar interés en este país cuya población -de 127,5 millones de habitantes- enfrenta “un proceso de envejecimiento moderadamente avanzado”, según las autoridades.
Junto con varios conocidos, Maass, doctora en ciencias sociales, compró el lote donde años más tarde sus actuales dueños construyeron viviendas con muros de paja y arcilla e instalaron calentadores solares para el agua, que obtienen de la lluvia y de un canal que se alimenta de ríos.
También plantaron árboles de mango, mamey, naranjos, guayabos y limoneros. “La naturaleza es algo que (…) llena mi alma”, afirma Martínez, que armó el recetario con ayuda de chefs, nutricionistas y “muchos tragones”, como llama cariñosamente a sus compañeros.
Como un aporte a su nueva familia, Vigil sistematizó las compras según el menú y el número de comensales, gasto que se financia con aportes de todos. Es el encargado además de los reglamentos y del bar.
“El cohousing es una muy buena solución para las personas que se quedan solas porque es vivir juntos; para las personas que se quedan sin mucho dinero porque es compartir gastos, y para las personas que tienen problemas de enfermedades, porque al estar juntas comparten un médico”, resalta Maass.
La investigadora explica que este modelo se diferencia de un asilo porque el grupo “decide cómo quiere su casa, dónde la quiere, de qué tamaño, con qué personas y con qué recursos económicos”.
– “Nueva vida” –
El “cohousing” se originó en la década de 1960 y se ha extendido a países como España y Uruguay. En México empieza a despegar con 12 proyectos.
Según el instituto de estadística, INEGI, entre 2018 y 2023 la población de 60 años y más aumentó de 12,3% a 14,7%, mientras la tasa de fecundidad bajó de 2,07 a 1,60 hijos por mujer en promedio.
Juan Manuel, estudiante de 20 años, se cuenta entre quienes descartan procrear, pero le preocupa no tener “apoyo suficiente o un lugar donde vivir” cuando envejezca.
Maass insiste en que la vivienda colaborativa resuelve esa inquietud. Recuerda a un socio que murió tras padecer alzheimer y para quien fue “maravilloso” llegar a “La Guancha”, pues repartía su tiempo jugando dominó, viendo películas o nadando.
Tesha Martínez se ha integrado además con la población de Malinalco, donde la pobreza llega a 66,5%, aprovechando su experiencia como profesora para enseñar inglés y colaborar en un taller de cerámica. Para ella, es “una nueva vida”.