#InPerfecciones
“Durante muchos años, la mayoría relativa (la fórmula del ganador se lleva todo) funcionaba para concentrar el poder en un solo partido”.
Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com
Cuando votamos, ya sea para elegir a quien encabece el poder ejecutivo, en cualquiera de sus niveles, o para elegir representantes al congreso legislativo, pocas veces reflexionamos sobre los diferentes mecanismos que existen en lo que se define como sistema electoral. De acuerdo con uno de los grandes especialistas, Arend Lijphart (Sistemas electorales y sistemas de partidos), “las propiedades más fundamentales de los sistemas electorales son la fórmula electoral (mayoría relativa o representación, proporcional), la magnitud de la circunscripción (el número de representantes que se eligen por circunscripción) y el umbral electoral (el apoyo mínimo de qué un partido necesita para obtener la representación en el congreso) y una cuarta que es el tamaño de la asamblea (el número total de escaños)”.
Para efectos del presente artículo nos enfocaremos en la fórmula electoral. Sin mayores complicaciones Lijphart especifica tres modelos donde cada uno de ellos tiene diferentes subtipos: de mayoría relativa, de representación proporcional y sistemas semiproporcionales. En esta ocasión abordaremos los dos primeros por ser conceptos más cercanos a nuestra vida electoral.
La mayoría relativa se da cuando el candidato para un cargo obtiene más votos, ya sea arriba del 50% (mayoría absoluta) o por ser quien tuvo mayor número de sufragios entre todos los demás candidatos (mayoría relativa). En este modelo hay un solo ganador, y deja sin nada a quienes pierden. Se puede dar el caso de que el ganador contabiliza, digamos un 35% el restante 65% de los votos de la gente se quedan sin representación.
El modelo de representación proporcional trata de compensar lo anterior, al adjudicar legisladores en proporción al porcentaje obtenido en las elecciones. Así, el congreso tiene una distribución más acorde con la voluntad popular. De esta forma, simplificando, si el partido A obtiene el 43% de los votos, el partido B el 27% y el partido C el 30%, la asignación de asientos en el congreso será equivalente a los porcentajes de votación, dejando 43 legisladores para el partido A, 27 para el partido B y 30 para el partido C.
Como lo señala Lijphart: “en muchos países, la introducción de la representación proporcional respondía al propósito de intentar lograr una mayor proporcionalidad y una mejor representación de las minorías que las producidas por los métodos mayoritarios”. Veamos brevemente el caso del México postrevolucionario.
Para darle espacio a las minorías que quedaban fuera, dado que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ganaba prácticamente todas las elecciones, en 1963 se hace una reforma a fin de introducir el concepto de diputados de partido. Con este criterio los partidos políticos que tuviesen el 2.5% de la votación nacional tendrían derecho a cinco diputados del partido, y por cada 0.5% adicional un diputado más hasta llegar a un máximo de 20. Como solo el Partido de Acción Popular (PAN) podía obtener el 2.5% de los votos, en 1971 se bajó el porcentaje para diputado el partido a 1.5%.
La gran apertura se da en 1977, cuando se promulga la ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales donde se amplía el número de diputados de los poco más de 200 de ese entonces, a 400. Por mayoría relativa se seguirían eligiendo 300 diputados y los 100 restantes serían electos mediante un nuevo sistema de representación proporcional que venía a sustituir a los diputados de partido. De esta forma se daba paso al actual sistema mixto de elección. Por cierto, en esos primeros años se utilizaban dos boletas, una para la mayoría directa y otra para la representación proporcional, sin que hubiera diferencias de resultados significativas entre una y otra boleta, razón por la cual se utiliza una sola boleta.
En 1986 se da otra reforma para ampliar a 200 los diputados plurinominales, quedando en 500 el total de diputados, composición que se mantiene vigente hasta nuestros días. Así, los 300 diputados de mayoría relativa se eligen en 300 distritos electorales, mientras que los plurinominales se dividen en 5 circunscripciones regionales. Por cierto, se ampliaba a 500 los diputados en un país de cerca de 76 millones de habitantes.
Desde hace muchos años se han presentado varias propuestas para modificar el sistema electoral, quizá la más recurrente es la de eliminar total o parcialmente a los plurinominales (para un país de más de 126 millones de habitantes), alegando entre otras cosas que nadie vota por ellos, ignorando o haciendo a un lado el hecho de que en una misma boleta se vota por candidato (mayoría relativa) y partido político (representación proporcional) y que también aparecen las listas y el orden en el que se asignarán los lugares legislativos. Otro argumento es para economizar, porque señalan que la democracia es muy cara (algo que veremos en otra ocasión), aunque así sea por múltiples razones, pero no por los salarios de 200 personas, lo cual tiene un impacto mínimo en las finanzas públicas.
También se ha dicho que es porque son muchos legisladores y no hacen nada. Ahí habría que ver cuál sería el criterio para medir el rendimiento, y de darse el caso, cuál debería ser la línea base para poder aspirar a una candidatura ¿se harían exámenes previos de conocimientos y redacción de leyes? ¿se les obligaría a presentar propuestas serias y no ocurrencias? ¿se les pediría algún tipo de estudios o experiencias previas? ¿cómo se determinaría el número de diputados que sí trabajan? Estos argumentos, más que democráticos se considerarían elitistas.
Si de cambiar se trata, empecemos eliminando los actuales 300 diputados de mayoría relativa y ampliemos a 400 los plurinominales. Recordemos que durante muchos años, la mayoría relativa (la fórmula del ganador se lleva todo) funcionaba para concentrar el poder en un solo partido, así que al eliminarlos daríamos paso a una mejor representatividad de todos los actores políticos y se ampliaría la participación de las minorías. Y ya que estamos de inventivos, flexibilicemos los requisitos para que los ciudadanos puedan ser electos; pensemos en elecciones de presidente a dos rondas, o de plano cambiar de régimen presidencialista a parlamentarista; evolucionemos de coaliciones electorales a gobiernos de coalición, etc. Pero como dice Francis Fukuyama en un artículo donde habla de reformar al Colegio Electoral de los Estados Unidos, donde, por cierto, su propuesta también se enfoca en ampliar la representación proporcional (https://www.milenio.com/opinion/francis-fukuyama/columna-francis-fukuyama/no-es-demasiado-tarde-para-revertir-el-deterioro-politico-de-eu) “por ahora, estas (reformas) pertenecen al mundo de la fantasía”.
#InPerfecto