#InPerfecciones
“De cara al proceso electoral del año próximo en México, la violencia política en materia de género, parece ser el lado flaco de las campañas electorales”
Carlos Rosas Cancino / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx
Históricamente el costumbrismo es una parte intrínseca de un relato vergonzoso cuando hablamos de justicia y derechos humanos, es por eso que la conquista de los derechos –humanos, laborales, estudiantiles, etcétera- representan victorias arrebatadas no solo a un sistema político-económico o dicho propiamente al Estado Moderno, qué, como señala Max Weber puede definirse a partir de la coacción física.
Pero este relato atiborrado de costumbrismo, culturalmente se resiste a modificar su estructura y paradigmas como si el medievo respirara por cada uno de sus poros; la violencia sistemática que se ejerce desde los cimientos de la sociedad hacia las mujeres permea el pensamiento en menoscabo de los derechos plasmados en la ley, algo así como si se tratase de una consigna macabra que fustiga de manera silente el impulso de la igualdad de género; vale la pena echar un vistazo a la narrativa retrógrada que se apoya en la idea de que las mujeres no deberían salir de la cocina o los quehaceres domésticos, una narrativa impulsada principalmente por el pensamiento dominante de los siglos XVI al XIX, qué, represento episodios lamentables en materia de desenvolvimiento humano, profesional, laboral, económico y político para las mujeres.
Actualmente, podemos jactarnos de que la ley y el contrato social pugnan por la igualdad jurídica de género, mismos derechos, oportunidades laborales, educativas, etcétera, sin embargo, tal parece que todos esos avances en materia de derechos, resultan insuficientes a pesar de tener perfectamente acotada la violencia y el costo jurídico que representaría para quienes ejercen esa violencia hacia a las mujeres, en definitiva algo no esta bien cuando la ley es letra muerta a partir de la falta de criterio para aplicar la ley que fomenta la impunidad de los agresores.
Pero el escenario se complica cuando avanzamos por cada una de las ventanas de la sociedad para encontrarnos que en ámbito familiar la violencia hacia las mujeres sigue vigente, en el ámbito público la violencia no le permite a las mujeres sentirse seguras en las calles, en ámbito laboral quienes violentan a las mujeres lo hacen desde la esfera de poder para impedir su desarrollo profesional; la vigencia de todo este cúmulo de violencias sucede –para decirlo de manera coloquial- en las narices de la ley y de las autoridades, pese a que el Estado se jacta de impulsar políticas que aseguran el bienestar de las mujeres, definitivamente parece que el problema va más allá de la promulgación de leyes y el endurecimiento de las penas por violencia de género.
El ámbito político no es para nada ajeno a esa violencia, después de todo, el poder político representa uno de los nichos por excelencia más cerrado en materia de igualdad de género en México, una contradicción a todas luces cuando los discursos se encuentran atiborrados del concepto de igualdad, un término que parece estar de moda por el alcance mediático que tiene, sin embargo, la reticencia para abrir la puerta a los cuadros políticos femeninos tiene un costumbrismo de una profunda raigambre misógina, si bien la famosa cuota de género en las bancadas partidistas representa un avance en esta materia, resulta que dicha cuota de género tiene más tintes utilitarios para que la clase política se lave la cara en materia de igualdad de género, pero el tema no se queda simplemente ahí, los casos de éxito en los que mujeres acceden a cargos importantes dentro de las instituciones de Gobierno, tienen que pasar por el filtro de la descalificación por el hecho de ser mujeres, aspecto que se valida socialmente cuando encontramos opiniones en redes sociales que se centran en el clásico “tenía que ser mujer” dejando de lado su desempeño; ciertamente, debemos tener muy claro que el género no es garantía de eficiencia, sin embargo, el costumbrismo sistemático que descalifica a una mujer que se encuentra al frente de un cargo público por ser mujer socava cualquier discurso político que hable de igualdad de género.
De cara al proceso electoral del año próximo en México, la violencia política en materia de género, parece ser el lado flaco de las campañas electorales, centrarse en descalificaciones, injurias, información íntima, difamación y calumnias, dirigidas a cualquier candidata sin importar su filiación política y que no se castigue de manera ejemplar dejará la puerta abierta no solo a la impunidad, sino a la sensación de que en política se pueden transgredir los derechos de las mujeres, bajo esta óptica, la pregunta de que si México se encuentra listo para tener en la Presidencia a una mujer, podemos responder convencidos que si, siempre y cuando, el análisis y la crítica se encuentren centrados en el desempeño y los resultados de gobierno, incluso es válido pasar por el tamiz de la crítica su ideología política, pero, dejando fuera de la ecuación lo que parece ser una estigma en materia de derechos políticos, que es ser mujer; esto implicaría un esfuerzo muy grande no solo para los misóginos de la alta esfera del poder sino también para los misóginos retrógradas que consideran que las mujeres no son aptas para dirigir al Gobierno, la obligación de revertir este paradigma costumbrista implica a todas las esferas de la sociedad, el reto es muy grande en esta materia sin duda.