Editorial

¿QUIÉN ES EL DUEÑO DE LAS CALLES?

#InPerfecciones
“Descalificar una manifestación ciudadana, es un acto de la vieja escuela del oficialismo en México.”

 

 

Carlos Rosas Cancino / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx

Podríamos pensar que la congruencia es una virtud, sobre todo cuando se trata de discurso o postura política, es decir, que resulta muy importante revisar los postulados tanto personales como de grupo que emanan producto de una ideología, por eso el ejercicio de la autocrítica representa un filtro necesario para revisar si efectivamente el intersticio entre el discurso y los actos es mínimo o en definitiva se ha convertido en una zanja imposible de ocultar.

 

En México el ejercicio de la autocrítica se encuentra en crisis porque no existe la disposición de poner bajo escrutinio los postulados que se expresan desde las dos tribunas en pugna, y, que ha bautizado el Presidente López Obrador como transformadores y conservadores, bajo este escenario, es y será muy complicado llegar a un punto de acuerdo o consenso, que las incongruencias abunden en ambos lados, tiene más que ver con la inmadurez política que con la solidez de los planteamientos puestos sobre la mesa, si el insulto, la persecución política y el linchamiento mediático son la tónica del discurso político, en definitiva los ganadores de esta reyerta no serán nunca los ciudadanos, porque se ha dejado de privilegiar el diálogo desde ambos extremos.

 

Una de la consignas “lopezobradoristas” más recalcitrantes en incongruentes es la que hace referencia a que la mafia en el poder o los potentados de las administraciones anteriores se sentían dueños del país y aunque hay algo de verdad en esta consigna, lo cierto es que si somos muy críticos, utilizando la lógica transformadora como base para analizar este punto, resulta que transitamos de un régimen de potentados hacia otro régimen de potentados, los que hoy desgañitan sobre los que antes se sentían dueños del país, actualmente, son los que se sienten dueños de ese mismo país, utilizando los mismos argumentos que señalan haber sufrido en carne propia para deslegitimar ideológicamente a los que antes los deslegitimaban, es decir, el cambio tan anhelado que se esperaba, no lo es porque lo único que cambió fue el lado de la tribuna desde donde se descalifica la crítica al oficialismo.

 

Para poner en términos más claros este apunte, es necesario, analizar la ruptura que se presentó en el seno de la izquierda mexicana con el arribo de la Cuarta Transformación, que se asumió con la exclusividad de la izquierda, negando a otros sectores el derecho de asumirse de izquierda si sus postulados no están ceñidos a un proyecto de nación que reclama de manera monopólica este concepto, todo lo que se encuentre fuera de la nueva narrativa de la izquierda transformadora, simplemente se descalifica y se le tilda de conservadora y reaccionaria; a esto, sin lugar a dudas se le puede tildar de persecución política de baja intensidad, en los actos, el castigo físico se intercambió por una narrativa que golpea diariamente a los sectores críticos del oficialismo, de manera ideológica, es un acto represivo que emana directamente de boca del Presidente que acusa a esos sectores de no querer la transformación y que repercute con un linchamiento mediático constante, la lógica de la narrativa presidencial también ha coptado los términos de la manifestación de las ideas expresada en las calles, si bien, atendiendo a la perorata “lopezobradorista” el movimiento que encabeza López Obrador, se forjó en buena medida en las calles a través de marchas o mítines, y, una vez que asumió el poder, este reducto ciudadano para manifestar cualquier tipo de descontento o conmemoración, la Cuarta Transformación tambien lo reclama en exclusiva.

 

Descalificar una manifestación ciudadana, es un acto de la vieja escuela del oficialismo en México, el tradicionalismo político, qué, históricamente ha descalificado la manifestación ciudadana, no es un hecho nuevo, porque atendiendo a la autocrítica, la ciudadanía misma ha descalificado marchas y mítines en las calles usando un mismo racero para una marcha estudiantil, qué para una marcha campesina o para una marcha en favor de un líder político, y lo cierto es, que no es lo mismo ver marchar a los estudiantes, maestros, obreros o campesinos que ver marchar a los correligionarios de un partido político en torno a un líder, la diferencia es abismal en términos de discurso, porque mientras los estudiantes machan para exigir calidad en la educación, los obreros y maestros mejoras laborales y los campesinos apoyo o justicia agraria, los correligionarios de un partido marchan –esos si- por mantener el “estatus quo” de las prebendas que les otorga el sistema político partidista mexicano; la diferencia en esta materia es muy importante tenerla muy clara, no es lo mismo que los ciudadanos marchen en defensa de un instituto autónomo que de certeza a un proceso electoral, que reunirse para rendirle pleitesía a un personaje, es necesario recordarle al Presidente, qué, el culto al personaje se supone quedó atrás y que el actor principal de una democracia son los ciudadanos; tambien hay que recordarle al servidor público que se hace llamar Presidente, que descalificar una manifestación ciudadana y no privilegiar el diálogo lo coloca en el nicho de la antidemocracia.

 

Ni la izquierda ni la derecha, hablando en términos de ideología son los dueños de la calle, los ciudadanos no son oposición en términos de pertenencia a un grupo que forme parte de cualquiera de los poderes políticos, los ciudadanos que no comulgan con las implementaciones de Gobierno e incluso los que de manera ciega o de buena voluntad respaldan al Presidente, se han convertido en resistencia, porque se requiere de mucha tenacidad para resistir los desaciertos de la Cuarta Transformación que se han visto traducidos en inseguridad, violencia, muerte, hambre, bajo nivel educativo y poca seguridad laboral, de modo qué, una manifestación ciudadana representa el termómetro que deja de manifiesto una inconformidad que no se está atendiendo como no se han atendido otras tantas inconformidades traducidas en manifestaciones en las que López Obrador se ha limitado a pertrecharse detrás de un muro metálico so pretexto de evitar daños a Palacio Nacional, una incongruencia discursiva, qué, además de cobarde envía un mensaje de cerrazón y arrogancia.

 

Politizar una marcha insultando a los asistentes, revela el carácter de un político acomplejado que en su incapacidad patente para dialogar acude a las mismas tácticas del anquilosado presidencialismo, descalificar un reclamo ciudadano ofreciendo como respuesta una fiesta lo convierte un símil de la monarquía francesa que perdió la cabeza por los excesos cometidos; del otro lado, la autocrítica debe convertirse en un ejercicio mucho más patente y perfectamente apuntado a lo que es un beneficio para todos, no es solo la defensa del voto y evitar que el Gobierno pretenda controlar las elecciones, son tambien las exigencias de los estudiantes, de los obreros fabriles y de oficina, de los campesinos, de las mujeres y de los familiares de desaparecidos; las calles son de los ciudadanos, las calles no son monopolio de la izquierda transformadora y mucho menos de un selecto grupo de serviles que hoy utilizan sus privilegios para obtener retribución y caer en la misma práctica de un pasado que no han conjurado y que reviven bajo otra narrativa; la belleza está en las calles llenas de ciudadanos, el dirigente político que descalifica las manifestaciones que no le apoyan solo demuestra temor y complejos, la manifestación en las calles tiene mucha vigencia y representa un mecanismo muy eficiente para evidenciar una problemática, actualmente los que se asumen como los profesionales de la política solo salen a las calles para hacer campaña y recibir halagos, han convertido el ejercicio público en una farsa.

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