#InPerfecciones
Una de estas actitudes “anti feministas” en las que sigo cayendo con frecuencia, y que me cuesta mucho transformar, es la tendencia a la competencia con otras mujeres.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Pienso que uno de los aspectos más difíciles del feminismo es la exigencia con la que tenemos que lidiar constantemente. Esa exigencia propia y ajena con la que tanto nosotras mismas, como la sociedad a nuestro alrededor, nos mira, nos mide y nos juzga. Es como si el momento en el que nos auto nombramos feministas, quedáramos aún más expuestas y vulnerables de lo que ya estamos únicamente por nuestra condición de género.
Pareciera que al reconocernos feministas, en automático debemos ser las morras más políticas, deconstruidas, elocuentes, y sororas. Y es que esa exigencia es en realidad una expresión más de la expectativa de perfección que se tiene sobre nosotras. Esa exigencia es la presión que genera el descontento social, al ver una mujer que decide ir contra corriente y dirigir su vida bajo el cobijo de una postura política y un movimiento social que busca su liberación.
Es como si el mundo nos permitiera la disidencia con la condición de ejercerla a la perfección, como si nos dijeran “Si vas a ser feminista, más te vale hacerlo bien”. Lo peor de todo, es que nos creemos esa narrativa de exigencia al punto de interiorizarla, de manera que ya no solo es el mundo ejerciendo esa presión, sino nosotras mismas también – sobre nosotras y sobre las demás.
A pesar de que llevo militando en el feminismo desde hace tres años, aún hay actitudes, comportamientos e ideas que me cuesta mucho trabajo deconstruir y transformar, y aunque soy muy consciente de ellos, viven dentro de mí como si fueran instintos. Como esa reacción que tiene tu rodilla cuando el doctor quiere probar tus reflejos: automática, inevitable e incontrolable.
Cada vez que incurro en estos comportamientos sé perfectamente que soy el blanco de personas que me van a juzgar, reprobándome como una mala feminista. Y este es uno de los motivos por el que pienso que tanto a mí como a otras mujeres, nos cuesta tanto compartir con otras personas acerca de estas actitudes “anti feministas” que llegamos a tener.
Además de la carga por el castigo social, tener este tipo de comportamientos o vicios internalizados me provoca una enorme culpa, y un gran sentimiento de fracaso, pues cuando me hago consciente de que estoy cayendo en ellos, me creo esa historia de que soy la peor feminista del mundo. Esa culpa me hace sentir débil, como si mi feminismo fuera un fraude y un engaño, como si no hubiera aprendido nada.
Cada vez que caigo en uno de estos comportamientos, mi reacción es auto invalidarme y auto cancelarme, como si no mereciera el título de feminista, como si estuviera traicionando a todo un movimiento, como si estuviera estafando a todas las personas a mi alrededor, y a mí misma, militando en una postura que me queda muy grande.
Una de estas actitudes “anti feministas” en las que sigo cayendo con frecuencia, y que me cuesta mucho transformar, es la tendencia a la competencia con otras mujeres. Desde pequeña crecí con esa clásica narrativa de que las mujeres son desleales, envidiosas, y que no podemos confiar entre nosotras porque en la primera oportunidad, alguna le jugará chueco a la otra. Tanto en mi familia como en la escuela escuché una y mil veces esa típica frase: “La peor enemiga de una mujer es otra mujer”.
Esta narrativa provocó en mí una gran desconfianza, por lo que decidí alejarme de las mujeres de mis círculos y relacionarme exclusivamente con varones. Si llegaba a vincularme con otra morra era meramente circunstancial, pero siempre tenía mis reservas para no compartirme de más. Todo el tiempo a la defensiva, todo el tiempo cuidándome la espalda, viendo a las demás con recelo y a la larga, con un cierto rencor.
Y es que ese es el peligro de la mentira que nos fabricó el patriarcado, pues genera en nosotras un rencor infundado e inconsciente, pero profundo. Un rencor que nos aliena y nos aleja entre nosotras. Pero, ¿con qué motivo? ¿Cuál sería la razón del patriarcado para separarnos?
El gran efecto y resultado de la enemistad entre mujeres, es el aislamiento social. Pensemos en una mujer que ha crecido con el ideal del amor romántico y recarga sus necesidades afectivas en su pareja, por lo que su relación romántica se ha convertido en el centro de su vida. Si esta mujer llegara a vivir una realidad de violencia y abuso por parte de su pareja, el aislamiento en el que se encuentra será un obstáculo para que busque apoyo en otras personas, pues no cuenta con una red de soporte.
Una mujer aislada no tendrá consciencia de que los obstáculos y opresiones que vive en el día a día no son casos aislados y no le suceden únicamente a ella, sino que son violencias estructurales y sistemáticas. Se sentirá sola y por tanto, vulnerable y desprotegida, y por ello le será más difícil encontrar la fuerza para combatir a los sistemas que le rodean.
Con el tiempo, y gracias al feminismo, me he esforzado en destruir y reconstruir este concepto de competencia, y conscientemente tomar la decisión de relacionarme con otras mujeres desde una perspectiva de compañerismo, sororidad y empatía. Esto me ha ayudado a combatir el aislamiento al que estuve acostumbrada por tanto tiempo sin saber que esa inclinación a aislarme de las mujeres a mi alrededor no era una cosa mía, sino un fenómeno del sistema patriarcal en el que vivo.
Sin embargo, el plano en el que más me ha costado deshacerme de la tendencia por competir con otra mujer, es el profesional. Soy una mujer apasionada que, la mayoría del tiempo, me tomo mi trabajo muy personal, como un reto, y como algo que me permite crecer, mejorar, y trascender en el mundo.
Mi trabajo es una de las principales maneras en las que siento que estoy aportando algo a la sociedad, pues estoy convencida del valor que tiene poner mi conocimiento y mi profesión al servicio de más personas. Por eso en mi trabajo soy muy comprometida, ambiciosa, y pues, si… competitiva.
Me es muy difícil desvincular quién soy fuera de mi trabajo, pues representa una parte importante de mi identidad. La verdad es que he tenido que llevar este tema a mi proceso de terapia, pues el concepto del trabajo y el crecimiento profesional es tan importante para mí, que está directamente relacionado con mi percepción del éxito y el fracaso. Y yo tengo que ser exitosa. (A esto podría dedicarle otra columna completa)
Este es el contexto para confesar que a lo largo de mi carrera he llegado a caer en prácticas de competencia con otras mujeres de las que no estoy nada orgullosa y con las que he llegado a opacar, afectar o desplazar a mis compañeras de trabajo, por ejemplo: ser celosa al momento de compartir actividades, acaparar el reconocimiento, asignarme las responsabilidades más importantes, buscar mi beneficio antes que el de mis compañeras, y hasta atribuirme logros que en realidad fueron posibles gracias al esfuerzo de otras morras.
Y es que en un sistema que nos ha socializado como antagonistas de la historia de la otra, ¿cómo le hacemos para quitarnos esa mentalidad con la que crecimos desde pequeñas? ¿Cómo hacemos para cambiar la manera en la que miramos a las mujeres? ¿Cómo hacemos para crear un ambiente de confianza y colaboración en lugar de recelo y competencia? ¿Cómo hacemos para tener un deseo genuino y real por que las mujeres de nuestro círculo tengan éxito, y seamos capaces de celebrar con ellas cuando lo alcanzan?
Una de las cosas que más disfruto de ser parte de diferentes comunidades de mujeres, es que puedo combatir esa sensación de soledad que a veces me aísla y me miente diciéndome que soy la única atravesando por una crisis. Ser parte de una comunidad de mujeres feministas me ayuda a recordar que no estoy sola, y que hay otras morras allá afuera que están enfrentando retos similares y han desarrollado herramientas para desmantelar estos constructos patriarcales.
Es por ello que me acerqué con diferentes amigas para preguntarles si ellas han experimentado esa tendencia a la competencia entre mujeres, y estas fueron tres experiencias que me compartieron. Si estás atravesando el reto de aprender a ver a las mujeres a tu alrededor con una mirada más empática, más amorosa y más sorora, espero que estas recomendaciones resuenen en ti y se queden contigo.
Ari Rosales
”Tres de las herramientas que más me han ayudado han sido la empatía, el reconocimiento y el aprender a poner límites.
Empatía es ponerme en los zapatos de mi equipo para recordar que yo también estuve ahí donde estuvieron mis compañeras, y que me habría gustado tener alguien me guiara para crecer. Reconocer el trabajo de otras es súper importante. Más en una empresa grande, porque muchas veces no saben de donde viene una idea y es fácil que el crédito se pierda. Y poner límites tanto hacia otras morras como con los hombres también ha sido súper relevante. Siempre desde el respeto, pero ha sido muy importante hablar cuando algo no está chido o cuando sobrepasan mis límites en algo. Romper con el miedo a que me cataloguen como “la histérica” y reconocer que mi voz también tiene espacio ha sido un proceso bien difícil.”
Zyanya Barreto
“¡Me pasa muchísimo y en muchos ámbitos! Me educaron con la idea de que siempre tenía que ser la mejor en lo que hiciera, no solo frente a mujeres sino también frente a hombres.
Cuando lo hago consciente me recuerdo que solo yo estoy viviendo mi vida, que no tengo nada que demostrarle a nadie, que cada quien tiene sus propios caminos y doy un repaso de los avances que he tenido frente a mis propios objetivos. Me recuerdo a donde quiero llegar y eso me hace regresar a mi centro y llevar mi atención hacia mi crecimiento y no hacia “lo que se ve” de los demás.”
María Fuentes
“Últimamente me da mucho gusto conocer los éxitos de otras morras en el ambiente laboral. Pero no puedo dejar de sentir cierta competencia hacia las mujeres en el ámbito del ejercicio físico. Por ejemplo, hoy yo estaba haciendo lagartijas y otra morra estaba haciendo squats. Ella carga más peso que yo, y en lugar de pensar “Qué chido lo que puede hacer esta morra” lo que pienso es “Pinche vieja, ella va a recibir más atención por hacer eso”. Me he dado cuenta que una forma de combatir este sentido de competencia, es hacerme cercana a la morra con la que siento que estoy compitiendo. Muchas veces siento competencia hacia mujeres que en realidad no conozco, y por eso pienso que cuando genero un vínculo con ellas, puedo fomentar mi sororidad, combatir mis celos y mi inseguridad”.
Ilustración de Vanja Vukelić