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EN BÚSQUEDA DE LOS MAESTROS, MARCO VITRUVIO POLIÓN parte 39

#Arquitectura
“Muy distinto es preparar máquinas contra enemigos audaces y temerarios que contra enemigos diligentes o contra asustadizos.”

 

 

Carlos Rosas C / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx

 

“La arquitectura es una ciencia adornada con numerosas enseñanzas teóricas y con diversas instrucciones, que sirven de dictamen para juzgar todas las obras que alcanzan su perfección mediante las demás artes. Este conocimiento surge de la practica y del razonamiento.”

 

Así, con esas palabras arranca el libro primero de la obra “De Architectura” mejor conocido como “Los Diez Libros de Arquitectura” de Marco Vitruvio Polión, Arquitecto romano. Se desconoce el lugar y año de nacimiento, sin embargo, se sabe que vivió durante la época de Julio César y Octavio Augusto. Se sabe que su existencia fue larga y activa: fue soldado, con Julio César, en Hispania y Grecia, donde actuó como ingeniero militar. Luego residió en Roma, y allí trabajó en las construcciones imperiales. Julio Cesar primeramente, y Augusto después, le ayudaron en su ancianidad con una subvención vitalicia, lo cual es una prueba del reconocimiento de ambos. En Roma compuso, durante los últimos años de su vida, su famoso tratado.

 

La fama de Vitruvio se debe precisamente al tratado “De architectura”, la única obra de estas características que se conserva de la Antigüedad clásica. Conocido y empleado en la Edad Media, la edición del tratado de Vitruvio en Roma en 1486 ofreció a los artistas del Renacimiento, imbuidos de la admiración por las virtudes de la cultura clásica tan propio de la época, un canal privilegiado mediante el que reproducir sus formas arquitectónicas. Dividido en diez libros y compuesto probablemente hacia el 27 a. de C., “De Architectura”  es el único tratado orgánico de su género que la antigüedad nos ha transmitido. El texto tiene el carácter de manual de resumen y divulgación, y que refleja los procedimientos de la arquitectura romana durante el último siglo de la república.

 

MARCO VITRUVIO POLIÓN

 

Las consideraciones acerca de las cualidades y de los deberes del arquitecto y sobre la naturaleza de la arquitectura, entendida como ciencia y como arte, y de sus varios aspectos son temas que en este especial de arquitectura se han mostrado con la intención de remitirnos al uso y revisión histórica de esta disciplina así como el empleo de la teoría, como parte también del quehacer del arquitecto y que no debe caer en desuso, el arte al igual que la ciencia deben argumentarse, para el caso de la arquitectura ocurre igual ya que la conjunción de ambos le ha permitido a la humanidad crear desde pequeños objetos hasta monumentos que han trascendido el tiempo

 

El tratado “De Architectura” nos habla sobre la “aedificatio” que implica, en efecto, la construcción de edificios públicos (clasificados según su objeto sea la “defensio”, la “religio” o la “opportunitas”) y la construcción de edificios privados (“gnomónica”, “machinatio”), la elección de lugares propios para la fundación de ciudades, el trazado de las calles, la construcción del recinto de murallas defensivas y la distribución de los edificios dentro del recinto, el uso de materiales, el agua, astronomía, vientos dominantes, artefactos para medir e incluso artefactos bélicos.

 

PORTADA DEL TRATADO “DE ARCHITECTURA”

 

Esta obra de Marco Vitruvio Polión vale la pena recorrerla por el valor histórico que representa, y aunque la tecnología y el conocimiento han avanzado de manera importante, la memoria debe conservarse y apuntar a seguir buscando a los grandes maestros que nos precedieron.

 

Llegamos al desenlace de una obra extraordinaria y llena de conocimiento, disfrutemos esta última entrega de los “Diez Libros de Arquitectura”; “En búsqueda de los maestros” no termina, la lista de arquitectos tratadistas es muy amplia y desde este espacio seguiremos haciendo difusión, muchas gracias a todos. 

 

LIBRO X

CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO

OTRAS CLASES DE TORTUGAS.

 

Contamos también con otra clase de tortuga, que consta de todos los elementos descritos en líneas anteriores, excepto de cabrios; en su lugar, tiene alrededor un parapeto, unas almenas de tablas y por la parte superior unos aleros inclinados; todo recubierto con chapas de madera y con pieles, clavadas con seguridad y firmeza. Sobre esta cubierta, se extenderá una capa de arcilla amasada con pelo, con un grosor suficiente para que la máquina no pueda ser dañada por el fuego. 

 

Si fuera preciso, esta tortuga puede desplazarse sobre ocho ruedas, pero solamente sí lo permite la naturaleza del lugar. Las tortugas que se destinan a excavar u horadar túneles -en griego «orynges»– constan de todos los elementos que hemos descrito, salvo que su parte delantera ofrece la forma de los ángulos de un triángulo, con la finalidad de que no le impacten los dardos lanzados desde el muro contra ella en su plano frontal, sino que, resbalando por los lados laterales, queden libres de peligro y bien protegidos los cavadores que trabajen en su interior.

 

Me parece pertinente tratar ahora sobre las normas de construcción de una tortuga, fabricada por Hagetor de Bizancio. Su base tiene una longitud de sesenta pies y una anchura de catorce. Cada uno de los cuatro puntales colocados encima de toda la estructura consta de dos maderos unidos; la altura de cada puntal es de treinta y seis pies, con un grosor de un palmo y un pie y con una anchura de pie y medio La base se desplaza sobre ocho ruedas. La altura de las ruedas es de seis pies y 3/4 y su grosor de tres pies; están fabricados con tres láminas de madera unidas con piezas también de madera cortadas en forma de cola de golondrina, atravesadas y consolidadas con planchas de hierro trabajadas en frío.

 

ESQUEMA ISOMÉTRICO DE LA TORTUGA DE HAGETOR

 

Las ruedas giran en unos «arbolitos» (amaxopodes). Sobre la superficie plana formada por las traviesas y que está situada sobre la base, se levantan unos postes de dieciocho pies más un cuarto, con una anchura de 3/4 y un grosor de 5/8; entre sí guardan una distancia de un pie más 3/4. Sobre estos postes, unos maderos colocados alrededor ofrecen seguridad a todo el armazón y tienen una anchura de un pie más 1/4 y un grosor de 3/4. Encima del armazón se alzan unos cabrios con una altura de doce pies. Sobre los cabrios se extiende un puntal con objeto de asegurar las junturas de éstos. Las maderas laterales están fijadas transversalmente y sobre ellas se apoya el entablado que rodea y protege las partes inferiores.

 

Esta máquina tiene en su parte central un entablado apoyado en unas viguetas, donde se instalan los escorpiones y las catapultas. Dos puntales bien asegurados se levantan a una altura de cuarenta y cinco Pies, con un grosor de pie y medio y una anchura de dos pies; sus puntas superiores quedan unidas mediante un madero transversal ensamblado a cola de milano, y también mediante otro madero ensamblado a media altura -a cola de milano-, entre los dos puntales, y además está reforzado con láminas de hierro. Sobre este mismo madero y entre los puntales queda transversalmente un soporte de madera bien ajustado con palomillas y abrazaderas. Dos pequeños ejes, terminados con el torno, se encajan en este soporte donde se atan los cables que sujetan el ariete.

 

TORTUGA ARIETARIA

 

Sobre las cabezas de los que maniobran el ariete se extiende un parapeto, similar a una torreta; en ésta, dos soldados montan guardia en pie sin ningún peligro, observando y comunicando los movimientos del enemigo. Su ariete tiene una longitud de ciento cuatro pies, una anchura de un pie y un palmo en la parte inferior y un grosor de un pie; en la cabeza del ariete, su anchura es menor en un pie y su grosor 3/4 partes menor que en la base. El ariete tiene un espolón de duro hierro, similar al de las galeras; desde el espolón salen cuatro láminas de hierro de quince pies de longitud, que quedan fijadas en la madera. Tres maromas, con un grosor de ocho dedos, están tensadas fuertemente desde la cabeza hasta el pie del madero, sujetadas como las que llevan las naves de proa a popa; estas maromas están atadas y enrolladas con otras transversalmente, dejando un intervalo de un pie y un palmo. 

 

CABEZA DE ARIETE

 

El ariete está cubierto en su totalidad por pieles recientes. De los cabos de las maromas, de las que pende el ariete, cuelgan cuatro cadenas de hierro envueltas también con pieles recientes. Igualmente, en el resalto del ariete hay un cajón de tablas sólidamente asegurado, que contiene una red de gruesas maromas; escalando por sus rugosidades alcanzan con facilidad el muro, sin resbalar. De seis maneras se puede desplazar esta máquina: hacia adelante, hacia la izquierda y hacia la derecha; también se levanta empujándola hacia arriba y se puede hacer descender desviándola hacía abajo. Toda la máquina tiene una altura de aproximadamente cien pies para demoler los muros; igualmente posee también un movimiento lateral a derecha e izquierda; permite un desplazamiento en línea de no menos de cien pies. Cien hombres son necesarios para manipularla y su peso es de cuatro mil talentos, que equivalen a cuatrocientas ochenta mil libras.

 

TRABAJO DE ARIETE EN MURO DEFENSIVO

 

LIBRO X

CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO

MÁQUINAS DE DEFENSA.

 

Dejo explicados los datos que me han parecido más útiles sobre los escorpiones, las catapultas y las ballestas, así como sobre las tortugas y las torres; me he referido también a sus inventores y al método que se debe seguir para su construcción. No me ha parecido necesario escribir sobre las escaleras ni sobre los cabrestantes, dado que su estructura es bastante simple; incluso los soldados tienen práctica en construirlas, sin que les ayude nadie. No prestan la misma eficacia ni en todos los lugares ni en las mismas circunstancias, pues son muy distintas unas fortificaciones respecto de otras y también son diferentes los efectivos de cada nación. Muy distinto es preparar máquinas contra enemigos audaces y temerarios que contra enemigos diligentes o contra asustadizos. Así pues, si alguien quisiera prestar atención a estas disposiciones, podrá elegir de la extensa variedad que he ido exponiendo y podrá optar por una de ellas, sin necesidad de más ayudas, será capaz de tomar una resolución, sin la más mínima duda, frente a cualquier exigencia impuesta por la naturaleza del lugar o por las circunstancias. La verdad es que no veo necesario plasmar en mis escritos una explicación sobre las máquinas de defensa; evidentemente los enemigos no dispondrán sus máquinas de ataque siguiendo las instrucciones que he ofrecido; con frecuencia, sus ingenios bélicos son destruidos sin ninguna clase de máquina, simplemente con una inmediata y rápida toma de decisiones tácticas. Según se dice, así fue lo que le sucedió en concreto a los rodios.

 

Diogneto era un arquitecto rodio y cada año se le concedía un sueldo fijo como recompensa por su profesionalidad como arquitecto. En aquel tiempo, había llegado de Arado a Rodas otro arquitecto llamado Callias; éste presentó una ponencia y expuso el diseño de un muro sobre el que colocó una máquina con un cabrestante giratorio: con esta máquina se apoderó de una «torre de madera para atacar ciudades», que se aproximaba a las murallas y la trasladó dentro de la ciudad. Al ver los rodios este prototipo, llenos de admiración retiraron el sueldo anual que habían asignado a Diogneto y se lo adjudicaron a Callias.

 

TORRE PARA ATACAR CIUDADES

 

Por este tiempo, el rey Demetrio -de sobrenombre Poliorcetes (conquistador de ciudades) por su constante obstinación- llevó con él a Epímaco, un distinguido arquitecto de Atenas, cuando estaba preparando la guerra contra Rodas. Epímaco construyó una «torre para atacar ciudades» que costó una enorme fortuna y muchas horas de trabajo diligente. La torre tenía una altura de ciento veinticinco pies y una anchura de sesenta pies; la aseguró con paños de cerdas y con pieles recientes, con el fin de que pudiera resistir los golpes de piedras de trescientas sesenta libras, lanzadas por una ballesta. La máquina en su conjunto pesaba trescientas sesenta mil libras. Como los rodios pidieran a Callias que preparase o proyectase una máquina para contrarrestar los efectos de aquella «torre para atacar ciudades» y que la introdujese dentro del muro, tal como él había prometido, manifestó que no podía ser.

 

TORRE PARA ATACAR CIUDADES

 

Efectivamente, no todo puede resolverse con el mismo sistema, pues algunas máquinas poseen una efectividad similar a las más grandes, siendo simplemente unos prototipos de no grandes dimensiones; sin embargo, otros prototipos no admiten ejemplares más pequeños sino que se proyectan ya a gran escala; incluso hay algunas que, al ver sus diseños, parecen francamente viables, pero cuando se hacen de tamaño natural se vienen abajo; podemos ratificarlo con el siguiente ejemplo: con una barrena se puede hacer un agujero de medio dedo, de un dedo y de dedo y medio; si quisiéramos hacer un agujero de un palmo con el mismo procedimiento, ello no sería posible; si se tratara de horadar un agujero de medio pie o de mayor tamaño, es sencillamente impensable.

 

Por la misma razón, lo que parece viable en modelos de escala reducida también parece factible en modelos de mayores proporciones, pero sólo en algunos prototipos. Aplicando esta misma regla, los decepcionados rodios actuaron injustamente con Diogneto. Después que observaron al enemigo obstinado en proseguir su ataque, con el ingenio preparado para tomar la ciudad, lo que conllevaría el peligro inminente de la esclavitud y la próxima devastación de la población, se echaron a los pies de Diogneto, suplicándole que ayudara a su patria.

 

En principio, se negó en redondo; poco después, vinieron a suplicarle con ruegos las muchachas y los jóvenes más nobles en compañía de los sacerdotes; accedió a ayudarles con la condición de que si capturaban esa máquina sería de su propiedad. Su propuesta fue aceptada. Abrió un boquete en la parte del muro por donde la máquina se iba a acercar y ordenó a todos, tanto al pueblo en general como a los ciudadanos particulares, que derramaran delante de la muralla, a través del boquete y a lo largo de los canales, toda la cantidad de agua, desperdicios y barro que pudieran recoger. Durante la noche arrojaron un enorme volumen de agua, barro y desperdicios. Al día siguiente, cuando se acercaba la «máquina para destruir ciudades», antes de que se aproximara a la muralla quedó atascada en aquella pringosa barrancada y no pudo ni avanzar ni retroceder. Al darse cuenta Demetrio que la habilidad de Diogneto había abortado sus planes de ataque, se retiró junto con su armada. Los rodios, al verse libres de aquella guerra, gracias a la astucia de Diogneto, mostraron públicamente su agradecimiento y lo condecoraron con toda clase de honores y consideraciones. 

 

Diogneto hizo traer aquella «máquina para destruir ciudades» dentro del recinto; la colocó en un lugar público con la siguiente inscripción: «Diogneto dedicó este regalo al pueblo, de los despojos del enemigo». En cuestiones de defensa, no sólo hay que equiparse con máquinas sino sobre todo hay que idear tácticas ingeniosas.

 

En Quío sucedió lo mismo: los enemigos habían dispuesto en sus naves unas máquinas que dejaban caer un puente sobre los muros, para que fácilmente pasaran sus soldados; los habitantes de Quío arrojaron al mar durante la noche tierra, arena y piedras delante de la muralla. Al día siguiente, los enemigos decidieron acercarse a la isla, pero sus naves encallaron en aquel montón de piedras que estaban bajo el agua y no pudieron ni avanzar ni retroceder; allí mismo fueron incendiadas sus naves con dardos de fuego y ellos fueron acribillados. Algo muy similar sucedió también en la ciudad de Apolonia: había sido sitiada y los enemigos estaban planificando entrar dentro de la ciudad sin levantar sospechas, abriendo unos túneles; esta estratagema fue comunicada por los vigilantes a los habitantes de Apolonia; éstos, Henos de pánico por la noticia e incapaces de tomar una solución, atenazados por el miedo, estaban completamente desanimados, ya que no podían conocer ni el momento ni el lugar exacto en el que los enemigos saldrían a la superficie.

 

En estos momentos, Trifón de Alejandría, que estaba allí como arquitecto, trazó dentro del muro diversos túneles; excavando el suelo, los prolongó fuera de las murallas, hasta una distancia que quedara lejos del alcance de las flechas. En cada túnel colgó una vasija de bronce. Y en una de estas galerías, en la que quedaba frente al túnel de los enemigos, las vasijas de bronce comenzaron a tronar golpeadas por los instrumentos de hierro de los enemigos; con este sistema se supo por qué parte pensaban penetrar a través del túnel que estaban excavando. Así. conocido el lugar exacto, preparó grandes calderas de bronce con agua hirviendo y con pez, para verterlas sobre las cabezas de los enemigos; también se hizo con excrementos humanos y arenas abrasadoras. A lo largo de la noche abrió diversos hoyos y, de improviso, vertió todo por dichos hoyos, matando a todos los enemigos que trabajaban allí.

 

Algo parecido sucedió en Marsella: estaba sitiada y los enemigos abrieron más de treinta túneles subterráneos; los habitantes de Marsella, sospechando esta maniobra, ahondaron el foso que estaba delante de la muralla y consiguieron que todos los túneles desembocaran en el foso. En los lugares donde no podía abrirse un Coso construyeron un pozo muy profundo y muy ancho dentro de la muralla, semejante a una piscina, frente al lugar donde estaban excavando el túnel los enemigos lo llenaron con agua de los pozos y del puerto. Cuando de repente abrieron los accesos del túnel, la violenta fuerza del agua penetró y derribó los entibos y todos los que estaban dentro perecieron por el gran caudal de agua y por el desplome del túnel.

 

MURALLA DE LA CIUDAD DE MARSELLA

 

Además, como los enemigos habían levantado un terraplén a lo largo de la muralla y habían llenado el lugar de fortificaciones con árboles cortados y apilado, unos sobre otros, los ciudadanos de Marsella lograron destruir toda la fortificación, lanzando contra ella con sus ballestas barras de hierro al rojo vivo. Cuando se acercaba la tortuga arietaria para batir el muro, echaron un lazo con el fin de sujetar bien el ariete; hicieron girar los árganos por medio de un torno y manteniendo en alto la cabeza del ariete, impidieron que alcanzaran y dañaran la muralla. Finalmente, con dardos incendiarios y con golpes de ballestas derribaron la máquina de asalto. Todas estas ciudades mencionadas salieron victoriosas, no por unas máquinas de guerra sino por la astucia de unos arquitectos que anularon sus mecanismos destructivos y toda su eficacia.

 

A lo largo de este libro he ido desarrollando, según mi capacidad, la disposición mecánica de las máquinas que he considerado más útiles tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra. En los nueve libros anteriores he tratado sobre temas muy concretos y sobre sus partes componentes, de forma que todo el conjunto de la Arquitectura tuviera descritas, en estos diez libros, todas y cada una de las partes que componen esta ciencia.

 

#InPerfecto

 

FUENTE

Título original: De Architectura

Primera edición en «Alianza Forma»: 1995 Primera reimpresión en «Alianza Forma»: 1997

De la traducción: José Luis Oliver Domingo 

Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1995. 

ISBN: 84-206-7133-9